El de escritor de discursos de un rey constitucional es un oficio plácido y sin sobresaltos cuyo principal riesgo es no ser lo bastante hábil para ocultar las muchas vacuidades que necesariamente ha de incluir toda alocución real. Vacuidad de vacuidades, todo es vacuidad: en general, es bueno que resulte complicado extraer un titular contundente de los discursos de rey, pues, en ellos, provocar aburrimiento no es demérito sino obligación.

No es lo que ha sucedido con el discurso de este año, que ya traía incorporado de fábrica el titular, concretamente en la advertencia de don Felipe sobre la “erosión de las instituciones”. Cuando los tiempos andan tan revueltos como lo están ahora, ni siquiera los reyes pueden permitirse el lujo de ser aburridos.

Ante el discurso del año pasado, las expectativas estaban puestas en qué diría el rey Felipe de su padre el rey emérito. Defraudó en 2021 el monarca porque no podía no defraudar: no se le escucharon reproches a don Juan Carlos, por muy merecidos que los tuviera. Criticar públicamente a su padre apenas lo habría convertido en mejor rey, pero habría quedado señalado como un mal hijo. Lo ganado por un lado lo habría perdido por el otro.

En el discurso de esta Nochebuena de 2022, muchos ciudadanos esperaban que el rey se mostrara más severo con los flagrantes incumplimientos inconstitucionales en primer lugar del Partido Popular y, en segundo, del Gobierno en su intentos de poner fin a tales incumplimientos incumpliendo él a su vez los procedimientos legislativos. Naturalmente, lo que muchos esperaban era que el rey, aunque solo fuera entre líneas, se alineara con la derecha o con la izquierda. Por definición, el hombre no podía hacer tal cosa.

Aun siendo un pecado mortal el cometido por el Constitucional a instancias del PP al hurtar al Senado la votación de una reforma legislativa y aun siendo un pecado venial el cometido por el Gobierno al colar por la gatera una modificación que merecía entrar por la puerta grande, anoche don Felipe no podía decir mucho más que lo que dijo. Y lo que dijo fue que la democracia española se enfrenta a tres riesgos: la división de la sociedad, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones. Certero diagnóstico. Lo clavó. Los escritores de discursos reales no siempre escriben las vacuidades a que los obliga su tedioso oficio.

De esos tres riesgos, unos actores son más culpables que otros, pero el rey debía simular que los consideraba a todos igual de culpables. Es lo que hizo. El fragmento políticamente más atrevido del discurso fue este: necesitamos, dijo, “fortalecer nuestras instituciones” para que “respondan al interés general y ejerciten sus funciones con colaboración leal, con respeto a la Constitución y a las leyes, y sean un ejemplo de integridad y rectitud”. ¿Tirito al PP? ¿Recado al TC? ¿Aviso al Gobierno? El público puede elegir las respuestas que mejor le convengan; los acusados, también: "¿Desleal yooooooo? ¿Deshonesto yoooooo?"

No nos hagamos, pues, demasiadas ilusiones. Un buen diagnóstico no es garantía de curación si el paciente no se toma la medicación porque cree que los enfermos son los otros. Lo que en realidad vino a reclamar el rey a los agentes políticos fue buena voluntad, dado que no otra cosa era instarlos a “realizar un ejercicio de responsabilidad y reflexionar de manera constructiva sobre las consecuencias que ignorar esos riesgos puede tener para nuestra unión, para nuestra convivencia y nuestras instituciones”.

Si se excluyen las vacuidades que nunca pueden faltar en un discurso real, la parte sustantiva de su alocución de Nochebuena tuvo más de homilía civil que de discurso políticamente comprometido. El rey apenas podía exigir a los políticos algo más que un melancólico y navideño ‘sed buenos’. Obviamente, no lo serán.

Dado su historial de mal perdedor que intenta rajar el balón cuando pierde el partido, el PP no va a abandonar la temeraria estrategia de tierra quemada. Y si las instituciones se erosionan, ya se ocuparán ellos de ‘deserosionarlas’ cuando vuelvan al poder. Y, a su vez, el Gobierno no va a ceder en su torpe pero legítimo empeño de recuperar la mayoría que le ha sido hurtada en el Poder Judicial y en el Constitucional.

Si Alberto Núñez Feijóo no mueve ficha, Pedro Sánchez no puede moverla. Frenar la erosión institucional es, como mínimo, cosa de dos, pero la rectificación ha de empezar por quien se ha quedado con algo que no era suyo. Si no lo devuelve, y el PP es obvio que no quiere devolverle al Gobierno la doble mayoría que le corresponde en el TC y el CGPJ, la homilía del rey no habrá servido de mucho. Una circunstancia, por cierto, nada nueva en materia de homilías.