Viva Franco. Aún no ha muerto. Gracias, Juan Chicharro Ortega, presidente de la Fundación Francisco Franco, por hablar claramente. No podrán derrotarnos con la subdelegación del Gobierno en Sevilla, que impidió que se presentara la biografía del Caudillo en la calle, por lo que la presentación se ha debido hacer en un reservado de un restaurante. Gracias, Francisco Torres García y Dionisio Rodríguez Rodríguez por publicar tan magno libro como es Franco, una biografía en imágenes. Gracias, terratenientes que os habéis manifestado haciendo escuchar desde vuestros tractores el Cara al sol. Gracias alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, porque cargándote los versos de Miguel Hernández y la placa con los nombres de los fusilados por el franquismo, dejas claro que algo habrán hecho. Gracias, Javier Ortega Smith, por ensalzar el nombre de José Antonio Primo de Rivera. Gracias, Hermandad de la Macarena, por oponerte al traslado de los restos de nuestro héroe Gonzalo Queipo de Llano.

No, no estamos en 1939 ni en 1960. Estamos en 2020 y, todavía hoy, pasan estas cosas. Cuando las ponemos una al lado de la otra, impresiona. No se trata de un hecho aislado, se trata de una anomalía preocupante.

El primer mensaje de Carlos Iturgaiz, el flamante candidato de PP + Ciudadanos en Euskadi, después de una suerte de golpe de estado interno, fue de acercamiento a la ultraderecha. Los moderados del Partido Popular tienen que asumir que en el pecado está la penitencia. La pertenencia a un partido que carece de democracia interna, en casi todos sus estamentos, conlleva el riesgo de dedazo y también de tolerancia, cuando no de apoyo, a políticas radicales.

Mientras en Alemania están prohibidos el saludo, la distribución de símbolos y el himno nazis, así como la cruz esvástica, aquí existe una Fundación Francisco Franco y, lo poco que está prohibido referido al dictador, es tolerado por las autoridades en más de una ocasión. Vamos claramente por detrás. Lo mismo que causa la dimisión del líder de centro derecha en Turingia, Alemania, provoca el ascenso político en el País Vasco. Parece que vamos a contra corriente de los países nórdicos, de Alemania, de Francia, para sumarnos al carro de Hungría y Polonia. La diferencia, esperemos, será que no llegarán al Gobierno central. La mala noticia es que ya tocan poder en más de una Comunidad Autónoma y en varios municipios.

Nuestra sociedad, en su abrumadora mayoría, no acepta el fascismo. La prueba es que, cuando se trata de difundir un mensaje de odio, la ultraderecha recurre a eufemismos o a encender el ventilador. Como ejemplo, el tuit publicado por Santiago Abascal, cuando el atentado de ultraderecha en Alemania. En él, en lugar de condenar la matanza, se abona al y tú más, para decir que el chavismo, el separatismo y el yihadismo matan gente.

Esa necesidad de distraer la atención para que cale el mensaje es nuestra mayor baza. Una pequeña señal que indica que este crecimiento de la ultraderecha puede tener recorrido corto. Su duración dependerá de dónde quiera librar el PP su batalla por los votos. Si el previsible batacazo en el País Vasco es tomado como moneda de cambio para ganar votos en el resto de España, tenemos ultraderecha para rato. Si sirve para que la moderación vuelva al partido, todos nos habremos beneficiado.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com