Lo ha resumido muy bien pero muy tardíamente Edmundo Bal: “Ciudadanos parece un partido de derechas y yo quiero que este partido vuelva a parecer liberal en el sentido liberal europeo, capaz de pactar a los dos lados, con conservadores y socialdemócratas”. 

Lástima que el dirigente naranja no hubiera dicho eso hace unos años y lástima también que, aun sin haberlo dicho, hubiera actuado como si lo pensara. El de Edmundo Bal es, pues, un liberalismo retrospectivo y ventajista cuya tardía verbalización autoriza a poner en duda su sinceridad.

Ahora que Inés Arrimadas y el tal Bal se disputan los despojos del cadáver naranja en un último y desesperado intento de resucitarlo, es hora de preguntarse por qué entre nosotros han fracasado uno tras otro todos los intentos de crear ese “partido liberal capaz de pactar a los dos lados”. 

Tropiezos en la misma piedra

Quien más cerca estuvo de lograrlo fue Adolfo Suárez con su CDS, cuyo meteórico ascenso hasta 23 escaños y 1,8 millones de votos en 1986 se frustraría poco después tras cometer el mismo error que mataría a Cs tres décadas después: pactar con un solo lado. Todos los pactos importantes del CDS tras las municipales de 1987 fueron con AP; y todos los pactos informales en 2018 y formales en 2019 de Cs fueron con el PP. Eso fue lo que los mató a ambos: dejar de ser partidos capaces de pactar a los dos lados.

Hoy, el camino de regreso al liberalismo está cegado: Cs no tiene ni tiempo, ni gente, ni fe para emprender tal camino. Tampoco tiene un Moisés capaz de conducirlo a la tierra prometida del centro político. Visto su empeño en presentar su candidatura para lidera el partido, Edmundo Bal cree ser ese Moisés naranja capaz de llevar a su partido hasta la Tierra Media abandonada por su fundador Albert Rivera. Vano empeño el de Bal. Cs solo podría salvarse si hubiera un nuevo Rivera en sus filas –quiere decirse la primera versión de Rivera, no la segunda– pero no hay ningún mirlo blanco en la triste bandada, hoy en desbandada, de aves naranjas.

Es interesante, en todo caso, preguntarse por qué ha sido imposible hasta ahora que se asentara en el panorama político un partido de centro liberal. En teoría, el PNV y CiU desempeñaron ese papel pero solo tímidamente, pues su genuino y verdadero ADN ideológico siempre fue el nacionalismo mucho más que el liberalismo. Lo que tenían de liberales generosos acabó siendo devorado por lo que tenían de pueblerinos codiciosos.

Una tentación española

Para que un CDS, un Partido Reformista o un Cs fueran posibles faltaban y faltan entre nosotros políticos políticamente templados, políticos identificados con un cierto grado cero de la ideología, pero a su vez comprometidos con un puñado de valores de estirpe impecablemente democrática y siendo conscientes de que la supervivencia del proyecto dependía casi única y exclusivamente de su capacidad de pactar a ambos lados sin ser abducido por ninguno de ellos. 

El primer Juan Marín (2015-2018) parecía uno de esos políticos; el segundo (2019-2022) demostró que no lo era. El primero pactó con el PSOE sin dejarse abducir por él; el segundo se entregó en cuerpo y alma al PP y ahora lo han premiado con un cargo bastante bien retribuido que es el dorado puente hasta la jubilación que le permitirá salvar sin sobresaltos el abismo de unos más que inciertos últimos años de vida laboral. Mi reino por un caballo (Ricardo III de Inglaterra, 1485). Mi honor por un cargo (Juan Marín de Sanlúcar, 2022).

El segundo y último Albert Rivera –como el segundo pero quizá no último Juan Marín– convirtió a Cs es un partido enconadamente anti-PSOOE. El error habría sido lo mismo de letal si lo hubiera convertido en un partido enconadamente anti-PP. Los partidos liberales solo pueden sobrevivir si no sucumben a la tentación convertirse en partidos antizquierdas o antiderechas. ¿Hay políticos en España capaces de esquivar esa tentación tan genuinamente española?