El PP, aunque tarde, ha entendido las reglas de juego del tablero político. Con un Parlamento fragmentado y sin margen para jugar con la famosa geometría variable, el poder se cimenta con diálogo y pactos meridianamente firmes. Los populares saben que con el desgaste en las sesiones plenarias no es suficiente. Los discursos plagados de acusaciones no harán merma en el Gobierno. No al menos en el corto plazo. El daño real se consigue con la erosión de un bloque de investidura que ha acabado el año 2024 absolutamente roto y con múltiples frentes abiertos. Esa batalla intestina en la alianza se debe, en parte, a la posición de Junts. Quienes no hace ni un año debían de estar ilegalizados, ahora son un actor clave para arrebatar el poder político al PSOE. O al menos cocinarlo a fuego lento a base de derrotas parlamentarias que culminen, quién sabe, en una eventual moción de censura.
Sobre esa piedra edifica Feijóo su iglesia. Una construcción que en absoluto será fácil y ni mucho menos garantiza que resista a cualquier viso interno de revuelta. Máxime cuando no hay cierre de filas unívoco en torno a la estrategia de convertir a Junts en interlocutor válido. Pero Génova lo intentará y por ahí han ido los tiros en este último trimestre del primer año de legislatura. El problema no sólo aguarda en los órganos o baronías conservadoras, sino que se extiende a las alianzas del propio Partido Popular con Vox.
La relación entre ultraderechistas y conservadores no vive sus momentos más boyantes ni de lejos. Vox intentó lucir musculatura al independizarse del PP en las autonomías donde cogobernaban, salvo en Valencia. La explicación que ofrecían los de Abascal era el servilismo del principal partido de la oposición para con el PSOE en política migratoria, a pesar de que Génova se ha desmarcado por completo de los planes del Gobierno y mantienen el choque también en esta cuestión. Todo ello, dicho sea de paso, a pesar de que incrementar la tensión migratoria sobre una sus autonomías: Canarias, donde gobiernan junto a Coalición Canaria.
La ruptura de relaciones suponía un problema considerable para Feijóo y sus planes de asaltar el Palacio de la Moncloa -electoralmente hablando, claro-. Aunque al mismo tiempo se abría el frente de la escasez de apoyos en la derecha nacionalista, habida cuenta de que ni Junts ni mucho menos el PNV estaban por la labor de compartir voto con Vox. Sin embargo, esta situación se ha revertido hasta cierto punto. De hecho, en el último pleno de este curso político, tanto la derecha catalana, como vasca como la estatal sumaron sus votos para propiciar una nueva derrota parlamentaria al Ejecutivo que, a su vez, descoyuntaba a la mayoría del bloque de la investidura. Una “mayoría alternativa”, llegó a decir el portavoz de los jeltzales, Aitor Esteban, en los pasillos del Congreso.
Primer paso: reconciliación
Este caldo primordial se cuece a fuego lento en las cocinas de Génova 13. En la primera parte de esta nueva receta, el PP se pone como reto la reconciliación con Vox. Una fase que comenzó el pasado 12 de diciembre, según desvela Artículo 14, cuando una delegación popular, encabezada por Ester Muñoz -activo al alza para Feijóo- se citó con Kiko Méndez Monasterio, José María Figaredo y otras figuras de Vox a una comida a la que también asistió el portavoz parlamentario de los conservadores, Miguel Tellado.
El objetivo era desencallar la relación bilateral entre ambas fuerzas para así engrasar algunos acuerdos presupuestarios en las autonomías donde antes cogobernaban ambas fuerzas, aunque aquello se produjera en el medio plazo. Una cita que transcurrió con absoluta normalidad y en un contexto “agradable” de cordialidad y “buen tono” entre ambas fuerzas políticas, según destaca el mencionado medio de comunicación. No obstante, no se concretó nada puntual, pero sirvió como primer paso para coser el roto de la derecha parlamentaria nacional y emplazarse a más conversaciones y reuniones; aunque está por ver si cristalizarán en acuerdos concretos capaces de cambiar el rumbo.
Segunda fase: la seducción
He aquí donde entra en juego la otra pata de la estrategia de Génova: el cortejo. Una fase en la que el PP ha avanzado a lo largo de este cuatrimestre, azuzado en parte por la enésima pataleta de Carles Puigdemont, quien amenazaba a Moncloa con una proposición no de ley para instar a Sánchez a someterse a una cuestión de confianza. Medida de presión que le coloca en el epicentro de dos aguas -la socialista y la conservadora- que pugnan ahora por sus siete valiosos votos en el Congreso de los Diputados. Junts tiene la llave, aunque no hace mucha gracia en ciertos fueros populares, y al principal partido de la oposición no le disgusta ahora la música de los neoconvergentes, pese a haberla repudiado hasta la saciedad.
Pero sin Junts y sobre todo sin el PNV no hay margen para pulsar el botón rojo y guiar a Sánchez al camino que él mismo llevó a Mariano Rajoy: la moción de censura. Los números no dan y, de hecho, la suma está lejos de cuadrar. Al menos por el momento. El propio Feijóo enfría cualquier atisbo en esta dirección, sabedor de que será una estrategia que lleve su tiempo y que pasa por, en primer lugar, empujar a los de Carles Puigdemont al torpedeo persistente de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2025 con el fin de elevar la presión sobre un Gobierno “débil” y con cada vez menos alianzas.
Una ecuación en la que Junts y PNV están, pero a tientas. Ninguna de las dos formaciones entran de primeras al hogar del diálogo que ha inaugurado Feijóo. Sobre todo los jeltzales, que se muestran más reticentes al cambio por el cambio. Su pragmatismo les ha mantenido al lado del Ejecutivo, pero también dependerá en buen grado de los compromisos adquiridos por Sánchez y a los que llegue a dar cumplimiento.
Consecuencias internas
La jugada es arriesgada, pero si la moneda le sale cara a Feijóo gozará de inmunidad orgánica frente a cualquier ataque interno. Al menos momentáneamente. Para llegar a ese escenario, deberá resistir el fuego amigo que ya han disparado ciertos resortes del Partido Popular. Pesos pesados como la baronesa madrileña, Isabel Díaz Ayuso, o el líder de los conservadores catalanes, Alejandro Fernández, ya han manifestado sus reservas con respecto al movimiento de ficha del líder.
El presidente del PP catalán abogó esta misma semana por retirar la llave de la política española de las manos de Carles Puigdemont. Fernández considera que el expresident es un “activo tóxico y radioactivo”, por lo que conviene separarse de él. No obstante, no hace ascos a que sus siglas puedan cerrar acuerdos “puntuales” con los neoconvergentes. Opción inalcanzable a ojos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, pues Ayuso marcó el camino a Feijóo y le advirtió de que no debía de ir de la mano de los juntaires porque “nunca se contenta a los nacionalistas”.