Les ha ocurrido a muchos intelectuales y no intelectuales: Ramón Tamames, Fernando Savater, Juan Luis Cebrián, Andrés Trapiello, Félix de Azúa, Xavier Rubert de Ventós… Aunque el tránsito del filósofo catalán fue del socialismo al nacionalismo más que propiamente de la izquierda a la derecha, todos ellos han experimentado un proceso similar de esquematización infantil de la realidad, que antes pintaban con el pincel fino del matiz,la transparencia y el claroscuro para más tarde cambiarlo por la brocha gorda de la regañina, el infundio y el sermón.

Todos ellos han pasado de publicar elaboradas reflexiones en la prensa a escribir burradas también publicadas en los periódicos pero más propias de la tapia, el cartelón y la pancarta que del papel impreso. Aunque cada uno a su manera, todos ellos han hecho una especie de camino de Damasco a la inversa, pasando de la luz a la oscuridad y de la Ilustración a la simplificación.

Ramón Tamames no ha sido el último en pasarse a lado oscuro, al contrario, más bien se diría que fue de los primeros, aunque el último y definitivo paso del antiguo dirigente comunista ha sido dejarse querer por Vox para presentarse como candidato alternativo a Pedro Sánchez en la moción de censura anunciada por el partido ultra. Tamames aún no ha dicho si acepta la oferta de Santiago Abascal, pero el hecho de no haber dicho que no ya lo dice todo.

La evolución ideológica más común solía ser desde posiciones extremas a posiciones más templadas: desde el Partido Comunista al Partido Socialista o desde Fuerza Nueva al Partido Popular. Incluso en sentido contrario, pero sin abandonar la órbita ideológica original: desde el Partido Popular a Vox o desde el Partido Socialista a Podemos.

El viraje hacia una derecha dura que ni aun vistiendo los ropajes retóricos de un cierto liberalismo logra ocultar la inclemente rudeza de su estirpe es un hecho relativamente nuevo entre nosotros. Su excepcionalidad no reside en el hecho de que haya tenido lugar, sino en el de que haya tenido lugar tantas veces. Ni una sola golondrina hace verano ni un único intelectual luminoso pasándose al lado oscuro merecería mayor atención, pero el hecho de que ya sean un buen puñado y además con trayectorias políticas, profesionales y personales dignas de veneración resulta inquietante y obliga a preguntarse por qué.

Ellos replicarían que cómo que preguntarse por qué, ¿acaso estás ciego, muchacho? ¿No ves que Pedro Sánchez está conduciendo al país al abismo, liberando a golpistas, asociándose con terroristas y sometiendo a la justicia para convertirla en esclava y rehén del Gobierno y sus ominosos aliados? Que su alarma no sea compartida por ninguna de las instituciones internacionales públicas y privadas encargadas de puntuar la calidad democrática de los Estados no haya incluido al español en sus listas negras es para ellos una circunstancia irrelevante, como lo es en general para el populismo ultraconservador, convencido de que gais, lesbianas, feministas y comunistas conforman una hermandad global cuyos tentáculos llegan hasta los rincones más remotos del planeta.

A su manera, todos ellos parecen padecer el síndrome de ‘no pongas tus sucias manos sobre Mozart’, inmortalizado por Manuel Vicent en un artículo legendario que relataba cómo un padre progre y políticamente correcto estallaba contra su hija adolescente cuando esta pretendía sacar el estante el disco de la Sinfonía número 40 para que lo escuchara la repugnante pandilla de harapientos melenudos que había invadido su casa.

El grito de guerra de Ramón Tamames, Fernando Savater, Juan Luis Cebrián, Andrés Trapiello o Félix de Azúa es ‘Pedro Sánchez, no pongas su sucias manos sobre España’. Ciertamente, todos ellos supuran por la herida catalana, pero eso les sucede también a millones de españoles de derechas y de izquierdas que vivieron íntimamente el ‘procés’ como un menosprecio que, sin estar en el programa ni en los sentimientos de los catalanes que lo apoyan y pese a ellos mismos incluso, forma parte inseparable del paquete de la secesión.

Pero la causa última de haberse incorporado los intelectuales de marras a las milicias de la brocha gorda no es ni puede ser el ‘procés’, aunque también ellos hayan experimentado su propio ‘procés’ y, como sus enemigos catalanes, estén con un pie en la realidad y el otro en la alucinación. Identificar el origen y las causas de su singular contraviaje a Damasco es una tarea todavía pendiente.