No decimos nada nuevo, ni hace falta unir a muchas cabezas pensantes, para saber que si en España se ha trivializado el término “fascista” es, en buena medida, porque no construimos la Democracia condenando a la Dictadura de Franco.

No podemos, ni queremos, juzgar de poco ambiciosos a los movimientos antifascistas de los años setenta y principios de los ochenta. O comulgaban o morían, y para muestra, los abogados laboralistas de Atocha.

A golpe de chantaje y de amenaza a “tiempos peores” hemos visto replegadas nuestras demandas de mayor cohesión social e igualdad de oportunidades. Si hoy podemos votar y elegir entre múltiples opciones del pluralismo político, es gracias al sudor, a las lágrimas, y sobre todo a la sangre de españoles y españolas, que hoy serían repudiados como izquierdistas antipatriotas por los herederos del mismo espíritu represor del 18 de julio.

La izquierda sale a tomar las calles para manifestar de nuevo su deseo de frenar la entrada del fascismo en las instituciones, no llamemos a los jóvenes universitarios que toman las plazas andaluzas golpistas… golpismo es levantarse en armas contra el Gobierno legítimo del Frente Popular en 1936, golpismo es entrar pistola en mano en el Congreso un 23 de Febrero de 1981.

Esa Constitución de 1978 que se enarbola contra la Declaración Unilateral de Independencia y la proclamación de la República Catalana es la misma Carta Magna que recoge cómo y quién puede llegar a la presidencia del Gobierno tras una moción de Censura.

El mismo sistema electoral que permite que Bildu y Esquerra tengan representación en el Congreso permitió subir al estrado a Blas Piñar. Y este mismo ejercicio de participación y de pluralismo ha abierto las puertas a los enemigos de la democracia, de la igualdad y de la tolerancia al Parlamento Andaluz, y quien sabe, hasta a San Telmo.

Es tremendamente complicado articular a una sociedad crítica y profundamente demócrata sin ejercicios previos de reparación a las víctimas de la dictadura. Quienes articularon que serían capaces de asaltar los cielos siguen no han sido capaces de borrar el homenaje fascista que se ejerce diariamente en las calles de Madrid.

Esta semana se anunciaba una placa en recuerdo al Movimiento 15M en la puerta del Sol, esa manifestación de jóvenes sin futuro que acabó como una acampada de demandas transversales y una crítica sin descanso a la Transición, justo antes de unas elecciones en las que el Partido Popular alcanzó su mayor poder municipal.

Las torturas en la Puerta del Sol

La misma plaza de la puerta del Sol que visitan miles de turistas prácticamente a diario; el kilómetro cero de un estado centralista que aún añora serlo; la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, donde cada 2 de mayo se recuerda la guerra de guerrillas encabezada por dos alcaldes de Móstoles contra las tropas francesas; donde cada 11 de marzo recordamos a quienes iban a trabajar en tren y simplemente por eso murieron… pero nada nos recuerda que las campanadas, con las que despedimos año tras años al viejo calendario, amortiguaron los gritos de dolor de los defensores de la libertad que allí fueron torturados. No hace mucho que el Despacho de Ángel Garrido fue la central de operaciones de la mayor institución de tortura y persecución de demócratas durante la dictadura.

Las paredes de los sótanos de la Dirección General de Seguridad franquista mantenían la sangre de los torturados cuando el PSOE ganó las primeras elecciones autonómicas. Aún vivía Marcelino Camacho cuando Gallardón ordenó derribar la cúpula central de la Cárcel de Carabanchel.

40 años no son nada, y ya parece que se ha olvidado todo, que se puede decir con total impunidad que la Guerra Civil la provocó los socialistas o que Millán Astray salvó a los madrileños de las checas. Se reclama consenso para eliminar las continuas salves a los represores y torturadores, como si el Arco de la Victoria o el soldado caído de Debod hubiesen sido el resultado de una demanda popular. Como si destruir la memoria democrática de la Cárcel de Carabanchel instalando un CIE fuese la propuesta más votada de una consulta ciudadana.

La Democracia, nuestra Democracia surgida del consenso y de las concesiones de la izquierda, alberga incluso a los nostálgicos de un régimen opresor, que no consigan seguir oprimiendo es responsabilidad de cada uno de nosotros. Cada vez que admitimos actitudes intolerantes y miramos hacia otro lado el fantasma del fascismo, del totalitarismo, se hace más fuerte. Y no entremos en el debate sobre si son o no son, a quien felicita el Frente Nacional Francés y el Ku Klux Klan, no puede tener cabida en el esquema democrático.

Intentar convencer con el discurso de la izquierda verdadera, sin vertebrar la conciencia de clase crea cismas en el espectro ideológico que hacen saltar los valores del Estado Social y Democrático de Derecho. Pasar constantemente el izquierdómetro y creer que más allá de tu izquierda está el abismo, hace que ya no sepamos si la gente está dispuesta a plantar cara al fascismo tal como el fascismo merece. Se ha banalizado el término por quienes nunca han temido ser perseguidos por defender a la clase trabajadora, y quizá es que nunca han sabido que reclama realmente la clase obrera.

La traición al discurso electoral izquierdista que se matiza con la real politik cuando llega a las instituciones lleva a la desilusión, y está a la desafección, que no nos llevará al lado oscuro, sino a la abstención electoral que hace posible que el odio tome las urnas.

Quienes gritaban que el miedo iba a cambiar de bando no han sido conscientes del impacto de su mensaje, ya no se tiene miedo al poder arbitrario de una casta política, sino que se teme a un refugiado sirio.

Cada vez que se ha intentado reparar la memoria democrática nos hemos visto de frente con un grupo cada vez más altivo de defensores del totalitarismo nacional, y con una mayoría social que sigue consintiendo que se maticen sus reivindicaciones de clase a cambio de paz social.

Se ha despertado al ogro nostálgico de la derecha sin ser capaces de articular una izquierda progresista capaz ilusionar con un futuro mejor.

Aida dos Santos es politóloga por la Universidad Complutense de Madrid