Un año más, llega el 8 de marzo, pero no es un 8 de marzo cualquiera. Es el primero tras el estallido de la pandemia, el primero en que podemos volver a las calles con una cierta normalidad, mascarillas mediante. Si no fuera por eso, me atrevería a hablar del primer 8M post COVID. Pero aún queda un último esfuerzo.

Ha sido un tiempo difícil. Lo ha sido para todo el mundo, pero con el feminismo ya sabemos lo que pasa. Como dijo Simone de Beauvoir “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”. Unas palabras que pronunció hace más de un siglo y que podía haber escrito hoy mismo. Baste recordar que a quienes se culpó en primer término de la expansión del COVID fue a las mujeres, porque tuvimos el atrevimiento de manifestarnos masivamente. Y ya se sabe que los virus no se difunden en convenciones de partidos políticos ni en partidos de fútbol, sino en manifestaciones feministas. Las mujeres tenemos la culpa, como siempre. Las brujas del pasado, versión remasterizada.

Por desgracia, el acierto de las palabras de Beauvoir no solo se refleja en esto. Las crisis siempre se ceban en las personas con mayor vulnerabilidad y las mujeres, en esta sociedad que creemos tan avanzada, seguimos teniéndola. Por eso el trabajo femenino se ha resentido tanto con la pandemia, por eso han sido las mujeres las que en mayor medida han tenido que renunciar a sus empleos retribuidos para dedicarse a los cuidados no retribuidos. Por eso, también, el confinamiento con su telescuela y su teletrabajo ha repercutido tanto en una conciliación que debería avanzar hacia la corresponsabilidad.

Y, con todo, aún nos podemos considerar afortunadas en esta parte del planeta. No olvidemos que aquí luchamos para que se hagan efectivos nuestros derechos, pero en otros lugares luchan para que estos derechos existan, para que las mujeres no sean consideradas sujetos de segunda clase. No olvidemos a nuestras compañeras de Afganistán, ahora que la actualidad las ha quitado de las primeras páginas, o las de todos esos países donde cosas tan simples como ir al colegio o conducir un coche se convierten en verdaderas heroicidades. No olvidemos que la carrera de la igualdad todavía es larga y plagada de obstáculos.

No podemos bajar la guardia y, ahora que las circunstancias lo permiten, no podemos quedarnos en casa. Que nos culpen de todo lo que quieran, pero que nunca puedan culparnos de no defender nuestros derechos. Hoy y siempre

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora
(TWITTER @gisb_sus)