Este año que ya se encuentra en el tiempo de descuento ha sido el peor de la historia de Ciudadanos. Un annus horribilis que celebrarán que termine. El que viene, 2020, tendrá que ser el de la reinvención y la redención. Un tiempo nuevo que se cierne sobre los liberales, quienes han saboreado la más cruel de las hieles en este 2019.

Ciudadanos comenzó el año con un cambio de guion que se fue gestando durante gran parte de 2018 y que le alejó de los primeros puestos en las encuestas. Durante unos meses, los naranjas amenazaron la alargada e intocable sombra del bipartidismo en España, siendo uno de los partidos que más convencía a los votantes y ejerciendo una posición centrada, alejada de cualquier extremismo.

Sin embargo, Albert Rivera condujo a sus Ciudadanos a un terreno ignoto para ellos, a priori. Los liberales quisieron ocupar el hueco que había dejado un PP radicalizado por el auge de Vox, el cual cambió el alma de ambos de partidos y provocó su descarrilamiento a lo largo del espectro diestro. El principio del fin para una formación que abandonó su hábitat natural.

Los de Rivera vieron cómo se les esfumaba de entre los dedos un resultado histórico pero que no fue aprovechado. 57 escaños que quedaron reducidos a cenizas con el “no es no” a Sánchez. La confianza de la ciudadanía iba en descenso y Rivera no lo vio venir. El 10 de noviembre, tras una campaña para olvidar, los liberales vieron como cedían nada más y nada menos que 47 escaños, quedando reducidos a la más absoluta irrelevancia.

Divorcio exprés con Valls

Esta fue una de las cariátides del descenso a los infiernos de Albert Rivera y, por ende, de su partido. Manuel Valls anunció su salto a la política española y lo haría en Barcelona, para pelear por la alcaldía de la capital catalana el 26M. Para ello, el ex primer ministro francés contaría con la colaboración del líder de Ciudadanos en lo que prometía ser una relación extensa.

Pero nada más lejos de la realidad. Vox separó lo que el independentismo unió en las postrimerías de un 2018 exitoso y nada provechoso para Ciudadanos. El acercamiento de Rivera a la derecha y su laxa condena a los discursos de Vox, sumada a la intransigencia del líder naranja ante el plan de Valls en el Ayuntamiento, llevaron a la feliz pareja a un divorcio anunciado a bombo y platillo.

El político francés, recién elegido concejal del Consistorio de Barcelona, quería evitar que la Ciudad Condal cayera en manos del independentismo. Para ello, Valls planeó entregar los apoyos de su grupo a Ada Colau y a los Comunes, lo cual no sentó demasiado bien a Albert Rivera.

El vínculo entre ambos se iba desgastando a una velocidad de vértigo. Los coqueteos de Rivera con Vox provocaron que Valls alzara el tono con respecto a esta estrategia para marcar diferencias y le exigía que, como en Europa, se le hiciera un cordón sanitario a la ultraderecha. Consejo desoído por el propio Rivera y que se añadió a la lista de motivos para romper con el francés. Barcelona Pel Canvi se separa de Ciudadanos en el Consistorio y Valls le otorgaba su apoyo a Ada Colau.

Roldán airea el debate interno

Después de la ruptura con Manuel Valls, Albert Rivera asistiría a un nuevo adiós y lo que supondría una herida imposible de cerrar. Toni Roldán desfilaba por la sala de prensa del Congreso para anunciar su marcha y evidenciar el conflicto interno en una formación que alardeaba de unidad.

El adiós de Roldán expuso e intensificó las cuitas internas. Con el tiempo, afloraban las voces en el seno de la formación que se oponían a la deriva que había tomado Albert Rivera. Los críticos cogieron confianza, impulsados por la decisión del que fuera portavoz económico en el Congreso, y la oposición a la cúspide liberal se desató.

Cruces de declaraciones entre el sector oficialista y quienes querían recuperar valores que se extraviaron por el camino. Una guerra interna que no cesó y que dejó un reguero de dimisiones de aquellos quienes no querían formar parte de un partido que había perdido, a su juicio, su razón de ser.

Tras Roldán, fueron Juan Vázquez y Javier Nart. La fe en el centrismo de Ciudadanos había expirado para muchos socioliberales con los que contaba la formación. Francisco de la Torre también renunció a su acta de diputado y abandonó el partido, como Xavier Pericay y, posteriormente, Francesc de Carreras, uno de los fundadores de los naranjas.

La debacle total

La división era palpable y no sólo en la cúpula, sino también entre la militancia y los potenciales electores de la formación. Una campaña mal encarada no ayudó a evitar lo que las encuestas auguraban. De hecho, lo acentuaron más. Los sondeos vaticinaban una auténtica sangría de votos que se consumó en un extenso océano.

Albert Rivera condujo a sus chicos al abismo. De 57 escaños se quedaron con tan sólo diez. Una pérdida de 47 asientos que ha dejado a Ciudadanos a las puertas de la irrelevancia y, para más inri, adelantados por la Esquerra Republicana de Rufián. Un varapalo que se ha cobrado varias víctimas.

La más sonada ha sido la defunción política de Albert Rivera. Era la crónica de una muerte anunciaba. El 10N puso punto y final a la carrera del dirigente naranja. Su liderazgo llevaba tiempo en cuestión y el pésimo resultado acabó con la vida del sempiterno líder de los liberales en España.

Un día después de la jornada electoral, Albert Rivera convocaba a los medios en la sede de Ciudadanos, que hizo las veces de velatorio. El líder se despedía entre lágrimas de sus compañeros y amigos mientras un pequeño grupo de curiosos se asomaba a los ventanales del edificio naranja para ver lo que ocurría dentro.

Después de Albert, cogieron la puerta de salida Juan Carlos Girauta, Fernando de Páramo y Fran Hervías. José Manuel Villegas también dejaba la secretaría general y el partido naranja se prepara para el Juego de Tronos.