Lo contó Andrés Trapiello y ELPLURAL.COM: una mañana de octubre de 1959,  el gobernador civil de Ciudad Real, una especie de virrey en el franquismo, José Utrera Molina, suegro de Alberto Ruiz Gallardón, recientemente fallecido a la edad de 91 años,  llamó al fotógrafo local, Eduardo Matos Cuesta, informándole que en una hora  y media pasaría a recogerlo una pareja de la Guardia Civil y le llevaría a un determinado lugar para que inmortalizara con su cámara Laica la cacería protagonizada por el dictador Francisco Franco. Cuando Matos, tuerto de un ojo, llegó a la finca de la Encomienda de Mudela, propiedad por aquel entonces del Ministerio de Colonización, vio la mayor matanza de perdices jamás antes fotografiada. En el suelo de la hacienda, los mozos y secretarios de las 20 escopetas participantes de esta cruel y desmedida carnicería de sangre y plomo, incluida la del general genocida, habían colocado en pareja de a dos y en interminables filas, formando un enorme rectángulo, a las aves abatidas. El espectáculo, como muestra la fotografía era, sencillamente, dantesco.

Utrera el fiel servidor falangista

El suegro de Gallardón, que había sido premiado cuatro años antes con el Gobierno Civil de Ciudad Real, se implicó activamente para satisfacer las desaforadas ansias de Franco en batir el récord de ojeo de perdices. Utrera Molina puso en bandeja de plata al dictador 4.601, o 4.608 (el número varía, según testimonios), perdices rojas, a las que previamente les fue recortada las alas timoneras para que no emprendieran vuelos altos y largos, y así el sanguinario cazador desde su puesto fijo fuera abatiendo una a una, mientras que la España del racionamiento, el hambre y la miseria campaba a sus anchas. A Francisco Franco le tuvo que gustar, y mucho, la organización de la cacería, porque poco después  el fiel servidor falangista de Utrera ocupó el mismo cargo en Burgos y en Sevilla, para finalmente ser nombrado ministro de la Vivienda con Carrero Blanco y ministro secretario general del Movimiento con Arias Navarro, poco antes del fallecimiento del dictador (1974).

"Si se mata lo ponemos con las perdices"

El panorama que se encontró el fotógrafo tuerto, ciudadrealeño de adopción, exigía la utilización de una atalaya desde donde inmortalizar la gesta de sangre del genocida y de sus adláteres. La escopeta nacional se lo había puesto muy difícil, así que Eduardo Matos pidió una escalera de tijera para poder subirse a ella y con perspectiva tomar la instantánea aérea que permitiera fotografiar  a Franco, y al resto de las escopetas, rodeado de las 4.601 perdices rojas abatidas en la Encomienda de Mudela por estos mal llamados cazadores, cuando el calificativo que definía a la perfección esa matanza de aves se ajusta más al de depredador. Cuando Matos estaba en lo alto de la escalera, el dictador bromeó con la concurrencia, siempre dispuesta a halagarle, comentado: “Como se caiga el fotógrafo y se mate, lo tendremos que poner entre las perdices”. Una carcajada bufonesca acompañó al chiste de mal gusto de una persona con las manos manchadas de sangre, tanto que en esos años había firmado la ejecución del comunista Julián Grimau, a pesar de la presión internacional a la que Franco consideraba perteneciente a una “conspiración masónico-izquierdista”. 

Obsesionado con la caza

Y es que el dictador estaba obsesionado con la caza, tanto es así que el teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, jefe de su Casa Militar,  aseguraba que “la parte más débil del general resultó ser su desmedida afición a la caza. Se le adulaba por esto y se le facilitaba satisfacer su afición”. Aun es más, Franco no dudaba en abandonar El Pardo hasta 17 días al mes para dedicarse a tirar a la perdiz, su verdadera afición. En este sentido, su médico personal, Vicente Gil, aseguró en su día que el dictador llegaba a disparar hasta 6.000 cartuchos en una cacería. “Eso es terrible para un hombre de su edad. El día menos pensado le revienta la aorta. ¿Qué puede hacerse para frenar esta desmedida pasión por las cacerías?”, se preguntaba Gil.

Historia de una fotografía

Por razones de plena vergüenza torera, suponemos, las fotos tomadas el 18 de octubre de 1959 por Eduardo Matos en la Encomienda de Mudela no se publicaron y desde aquel entonces las placas de cristal de gelatino-bromuro permanecieron en los archivos del Ministerio de Información (luego de Interior), antes de la Gobernación, hasta que, en 1986 y por mediación de Tierno Galván, entonces alcalde de Madrid, se le restituyeron a Matos, publicó en su momento el periodista Jaime Peñafiel, aunque otras versiones apuntan a que el fotógrafo se hizo con los negativos en 1983, para años después ver publicadas las fotos en un libro, ya agotado, que la Diputación de Ciudad Real había dedicado al fotógrafo. Sin embargo, Peñafiel “vendió” en 2010 en El Mundo una gran exclusiva inexistente, cuando en realidad las fotos ya se habían dado a conocer 12 años antes en el citado libro.

De izquierda a derecha: José Utrera Molina, Aurelio Segovia Mora-Figueroa, José Ramón Mora Figueroa, José María Sánchiz Sancho, Carmen Franco, Marqués de las Almenas, Sra. Aznar, Cristóbal Martínez Bordiú, Carmen Polo, Franco, Mateo Sánchez, Conde de Caralt, Fernando Terry, Sra. Cánovas, Cirilo Cánovas, Conde de Teba, Fernando Fuertes de Villavicencio y Vicente Gil, médico de Franco. Rodeados de 4.601 perdidas abatidas.