La Diada 2019 volverá a ser una jornada de movilización independentista en detrimento de la fiesta nacional de Cataluña, establecida en 1980 por el Parlament, institucionalizada por el gobierno de Pasqual Maragall e instrumentalizada en los últimos años por los sucesivos gobiernos secesionistas en beneficio de un proyecto que tiene a medio país en contra. El desplante es tal que el resto de fuerzas parlamentarias han excusado su participación en los diferentes actos por motivos obvios.

El eslogan de la jornada aprobado por la Generalitat no lleva a engaño: Tornarem. Este volveremos oficial coincide con el tornarem a fer-ho proclamado por Jordi Cuixart, presidente de Òmnium, ante el Tribunal Supremo, aunque hasta ahora no se ha precisado exactamente qué volverán a hacer porque hay dudas sólidas sobre lo que hicieron. De otra parte, el “volveremos” es una expresión patriótica ya tradicional desde que el presidente mártir, Lluís Companys, pronunciara su famoso “volveremos a sufrir, volveremos a luchar y volveremos a ganar” tras salir de la cárcel en la que cumplía condena por rebelión por haber proclamado en 1934 el estado catalán dentro  de la República federal española. Había sido amnistiado por el gobierno del Frente Popular en 1936 y posteriormente fue fusilado por el franquismo en 1940 .

El gobierno Torra se mantiene en el cargo justamente para sustentar anímicamente al movimiento, alicaído ante la descoordinación y enfrentamiento de los partidos independentistas por cómo abordar los próximos meses y definir la nueva fase del proceso. A día de hoy, la manifestación del 11 de septiembre es el único momento propicio para reponer el estado de ánimo de las bases. La Generalitat y sus medios de comunicación se esfuerzan generosamente en ello e incluso los dirigentes (los encarcelados, los huidos y los que gobiernan) han protagonizado artificiales declaraciones de unidad para no empeorar las perspectivas de asistencia.

La Generalitat no tiene reparo en convertir el 11 de septiembre, durante años escenario de la reclamación de las instituciones históricas por parte del catalanismo político, en una diada de excitación nacionalista en la que se exige la superación de dichas instituciones para instaurar una república. En esta edición, incluso los Comunes han comunicado, desde su soberanismo no independentista, que no participaran formalmente de la manifestación por el sesgo secesionista de la movilización. Los socialistas se refugiaran en Sant Boi para su habitual homenaje ante la tumba de Rafael Casanova, conseller en cap de Barcelona durante la resistencia de los partidarios de la Casa de Austria frente al asedio de las tropas borbónicas en 1714. Populares y Ciudadanos se borrarán de cualquier acto de connotaciones catalanistas.

La influencia del desarrollo de la jornada del 11 de septiembre en el curso político se ha venido sobrevalorando habitualmente en Cataluña. Sin embargo, el balance de abucheos o aplausos a unos y a otros, son de efectos asumidos por los afectados desde hace años. La novedad es que en esta ocasión pueden producirse incluso entre independentistas, dadas las difíciles circunstancias por las que pasan las relaciones entre JxCat y ERC y, más específicamente, entre Puigdemont y Junqueras. El presidente de ERC afeó hace unos días desde la prisión al ex presidente residente en Waterloo su miedo a las elecciones, cuando hasta ahora, el ejercicio de votar era considerado por el soberanismo como el sumun de la democracia, el factor identificativo del independentismo frente el respeto a la ley democrática esgrimido por el constitucionalismo.

Los partidos han rebajado sus encontronazos en vigilias de la manifestación, que de todas maneras será masiva. La gran mayoría de los asistentes acudirían a la cita aunque los partidos a los que votan desaconsejaran hacerlo. El 11 de septiembre es su día, y aunque no sirva para avanzar hacia ninguna parte, ni para restablecer la harmonía ni mucho menos la unidad estratégica entre ERC y JxCat, ni para evitar la sentencia del Tribunal Supremo como no sirvió la manifestación del año pasado para disuadir a la justicia de celebrar el juicio, el reencuentro con miles de personas con las que comparten un mismo sueño será suficiente para recargar la esperanza de que el próximo año estén mejor que en la actualidad y para tomar conciencia de que siguen siendo muchos y muy movilizados, para gritar al 50% de catalanes que no les sigue y al estado que les combate que no van a renunciar a nada. El año que viene en Jerusalén.