Por primera vez y sin que sirva de precedente, voy a estar de acuerdo con Mariano Rajoy en que el pacto entre PSOE y Ciudadanos no es ni de investidura ni de gobierno. No lo es por una simple cuestión matemática, no suman ni para lo uno ni mucho menos para lo otro. Luego, si no es ninguna de las dos únicas cosas que anuncia ser, ¿qué es? Lo que han firmado Sánchez y Rivera es, simple y llanamente, un pacto electoral, un acuerdo diseñado para que ambos partidos se repartan el espacio de centro derecha y centro izquierda con vistas a las elecciones que, si Podemos no lo evita, se celebrarán el próximo mes de junio. 

El cálculo que ha hecho Pedro Sánchez es que el simple hecho de haber intentado la formación de gobierno le va a dar réditos electorales y se los va a mermar al partido de Pablo Iglesias, al que pretende presentar como el culpable de que haya de ir de nuevo a las urnas. Cierto es que la posición chulesca que adoptó Podemos en la primera fase de las negociaciones no facilitaba el diálogo, pero también lo es que el PSOE, más que el propio Pedro Sánchez, han puesto muy poco empeño en que llegaran a buen fin. Y todo ha ido a peor, desde el momento en el que se decantaron por la opción Ciudadanos, y dieron rienda suelta a su Hernando, para que se uniera al Hernando popular en su particular olimpiada de sarcasmo, falta de rigor y bajura intelectual. 

La negociación con Ciudadanos, es decir, la repartición de espacios electorales a derecha e izquierda, se ha presentado ante la opinión pública como un triunfo de moderación y raciocinio, todo gracias al esfuerzo casi sobrehumano realizado por los dos equipos que se han ocupado de su redacción. En su comparecencia tras la firma del acuerdo, Pedro Sánchez no se cansó de agradecer a los negociadores el sacrificio realizado estos últimos días, lo que en términos del populacho se conoce vulgarmente como "trabajo". Una muestra evidente de que lo que estaba vendiendo no era el acuerdo en sí, sino lo que éste representa. De todas formas, sería de agradecer que la próxima vez que se pongan a realizar la labor para la que fueron elegidos y por la que se les paga, le echaran una lectura final antes de presentarlo en público, que los corta y pega, como deberían recordar de sus tiempos de estudiantes, los carga el diablo. 

La actitud de Rivera frente al PP es muy distinta a la adoptada por Sánchez con Podemos. Quiere hacer patente ante los votantes de derechas que, si por él fuera, mañana mismo bailaba un tango con Mariano Rajoy, algo que a todas luces es físicamente imposible. La gran ventaja de Rivera sobre Sánchez, es que a él la labor de desgaste del contrario se la están haciendo gratis todos esos jueces masones que se han puesto de acuerdo en activar investigaciones contra esa organización criminal, que hasta la fecha se conocía como Partido Popular. Al paso que van las acciones judiciales, cuando lleguen las elecciones de junio es más que probable que la mayoría de los dirigentes del PP tengan que votar por correo, y eso los afortunados cuya condena no lleve aparejada la suspensión de su derecho de sufragio.  

Resulta evidente que Rivera y Sánchez no arriesgan lo mismo en su estrategia común. Mientras el primero sólo tiene que esperar que los tribunales le vayan allanando el camino, el segundo debe luchar contra propios y extraños en una carretera en la que le esperan curvas muy peligrosas. Básicamente porque su error de cálculo puede ser haber minusvalorado la capacidad intelectual de los votantes de izquierda, que difícilmente van a entender que un acuerdo con un partido de derechas puede ser "progresista". Y eso, si en el último momento los estrategas de Podemos no deciden dar un quiebro y abstenerse en una segunda votación de investidura, dejando a Sánchez agarrado al sonriente Rivera. Al tanto.