La viabilidad de la monarquía española está en cuestión y la figura de un monarca como Jefe de Estado está siendo un importante tema de conversación en la mayoría de los hogares españoles esta Navidad. Que los valores republicanos sean sinónimos de una democracia plena en derechos e igualdades y el evidente espíritu anácrónico de que alguien herede un poder político por el simple hecho de ser hijo de un rey no son, curiosamente, las razones que hayan hecho que el debate república-monarquía esté en la calle. 

La única razón por la que la monarquía está en entredicho y que se entrevea un sistema republicano en el futuro sea un pensamiento verosímil es Juan Carlos I​. A pesar de que el rey emérito fortaleció el sentimiento monárquico de la sociedad española tras la Transición, él mismo es el causante de las graves grietas que tiene el reinado de Felipe VI. Cuentas en Suiza, su 'amistad' con Corinna Larsen, sus relaciones con sátrapas del desierto o regalos de empresarios a cambio de todavía no se sabe muy bien qué, han convertido a Juan Carlos I en otro juguete roto más de la historia de España. En una figura repudiada por la inmensa mayoría de los ciudadanos y por la propia Casa Real. Juan Carlos de Borbón es tan nocivo para su propia familia que no ha podido volver a España en plena Navidad, siendo un anciano con problemas de salud, con una pandemia mundial como excusa y tras haber pagado 678.393 euros a Hacienda para evitar una causa judicial.

Con toda esta presión personal, Felipe VI se ha enfrentado este 24 de diciembre a uno de los discursos más complicados en su historia al frente de la jefatura del Estado. A pesar de tener ante sí una histórica oportunidad para romper del todo con su pasado y la mancha que le supone su figura paterna, Felipe VI ha optado por una respuesta institucional y muy poco convincente. En vez de coger el toro por los cuernos, el rey ha preferido pasar de puntillas, sin convicción ninguna y a través de una serie de palabras que han resultado decepcionantes para quienes esperaban una especie de catarsis que impulsara la modernidad de la monarquía española y evitar así que los españoles vieran a Juan Carlos cada vez que Felipe se dirigiera a ellos. Otra oportunidad perdida para ganarse el respeto de un amplio sector de la sociedad muy crítico con su institución.

Con 113 palabras especialmente elegidas, Felipe VI ha dado así carpetazo a los problemas causados por su padre:

"Y junto a nuestros principios democráticos y el cumplimiento de las leyes necesitamos también preservar los valores éticos que están en las raíces de nuestra sociedad. 

Ya en 2014, en mi Proclamación ante las Cortes Generales, me referí a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas. Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares. 

Así lo he entendido siempre, en coherencia con mis convicciones, con la forma de entender mis responsabilidades como Jefe del Estado y con el espíritu renovador que inspira mi Reinado desde el primer día".

Un centenar de palabras que no aplacan de ninguna forma las dudas de los españoles y que acercan todavía más el fin de los reyes en España. Tras este discurso, la República española está más cerca que antes de que Felipe VI comenzara su discurso.