Cataluña está viviendo días decisivos. El conflicto desatado con el resto del Estado está derivando en un clima cada vez más áspero que está afectando a la propia sociedad. Como ha dicho el presidente Pedro Sánchez, “Lo que está en juego ahora en Cataluña no es la independencia, es la convivencia”.

Esta situación es consecuencia de la táctica, o mejor dicho el ‘tacticismo’, de un sector independentista, cuyo discurso hace tiempo ha quedado reducido a buscar dónde hay un conflicto o un problema de convivencia e instalarse a vivir en él y alimentarse de él. Y el que ha hecho del conflicto su ecosistema no va a hacer nada por solucionarlo, al contrario, va a alimentarlo y azuzarlo por mera supervivencia política.

Esta actitud era esperable en aquellos que, como el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, desafiaron a la Constitución, se saltaron la legalidad, y acabaron generando una honda fractura social entre los propios catalanes. Una quiebra social que se manifiesta, entre otras formas, con la polémica de los lazos amarillos.

Lo que nadie podía esperar, es que algunos líderes políticos de las derechas que aspiran a gobernar en el conjunto del Estado y se les presupone responsabilidad y voluntad política para fomentar la convivencia y solucionar los problemas, también se iban a instalar a vivir en el conflicto para alimentarse políticamente de él. Exactamente como hacen el sector de Puigdemont.

Es público y notorio a estas alturas que el proyecto político de Ciudadanos no es encontrar una solución para Cataluña, como tampoco lo es ni lo ha sido nunca para el PP, que renunció durante años a hacer política propiciando el auge del independentismo.  Las derechas han renunciado a la política como herramienta para solucionar el problema catalán, sino que utilizan la situación en Cataluña para solucionar sus propios problemas de liderazgo.

Una sociedad dividida en dos

Frente a estos extremismos, el Gobierno de Pedro Sánchez y el Partido Socialista apostamos por la moderación y el diálogo. En Cataluña, los últimos resultados electorales nos muestran una sociedad prácticamente dividida en dos. No es posible que ninguna de las dos posturas políticas se imponga a la otra sin que ello provoque tensión. Por eso solamente queda un camino: dialogar.

Es necesario hablar para comprender, y es necesario comprender para resolver el conflicto. Hablemos de todo, no nos dejemos nada para que no haya malentendidos. Pero, eso sí, no olvidemos nunca donde está el límite: en la ley. En este caso la Constitución debe ser siempre el límite que nunca se debe sobrepasar. Pero dentro de este límite hay margen para el diálogo político. Precisamente este es uno de los componentes del conflicto: su naturaleza política. Hay margen para llegar a acuerdos sobre una reforma del autogobierno catalán, así como para dar respuesta a muchas de las demandas de la sociedad catalana. Pero siempre dentro del marco de la ley y respetando la convivencia.

En los últimos días hemos asistido a una escalada de la tensión, pero también se ha abierto alguna ventana para la esperanza. El diálogo empieza a ser demandado por líderes independentistas que también se dan cuenta de que no pueden imponer su proyecto político al conjunto de la sociedad catalana, que en su mayoría se muestra cansada de vivir en el conflicto permanente y en la incertidumbre política.  

Dijo Winston Churchill que “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.” Algunos ni siquiera piensan en las próximas elecciones sino en las próximas encuestas. Es la hora de dialogar para avanzar en Cataluña.