Por enésima vez ha quedado más que demostrada la extraordinaria capacidad de movilización del movimiento independentista catalán, con motivo de la celebración en Perpignan del acto convocado por el autodenominado “Consell de la República” que desde su residencia en Waterloo controla y dirige el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. Poco o nada importa que los allí reunidos hayan sido 100.000, como asevera la Gendarmería francesa, o 200.000, según estiman los convocantes. El acto ha sido sin duda un nuevo éxito de los partidarios más radicales de la vía unilateral a la independencia de Cataluña. No obstante, también nos ha deparado la constatación palmaria de la ya inocultable división entre las formaciones políticas y sociales que integran al conjunto del secesionismo, con Carles Puigdemont y sus más entusiastas y fieles seguidores cada vez más enfrentados con el resto.

100.000 o 200.000 son muchas personas. Con el apoyo propagandístico de una televisión pública como en teoría sigue siendo TV3, que dio una cobertura muy amplia a la convocatoria y que ha retransmitido el acto de modo íntegro, en directo y con numerosas y extensas conexiones en diferido, está claro que Carles Puigdemont -en compañía de los también eurodiputados Toni Comín y Clara Ponsatí- ha lanzado un desafío a los partidarios de la negociación y el diálogo, e incluso a amplios sectores de su propia formación política, JxCat. Por mucho que el ahora simple concejal del Ayuntamiento de Barcelona por ERC Ernest Maragall se haya empeñado en querer dar a su presencia en Perpignan, junto a otros dirigentes de segunda fila de su partido, una representación que es evidente que no ha tenido, la ausencia tanto en directo como en conexiones de vídeo de dirigentes de verdadera entidad de ERC, así como de la CUP, son elementos muy significativos sobre el alcance real que el puigdemontismo ha querido dar, y en realidad ha impuesto, a esta gran movilización.

En definitiva, el acto de Perpignan ha sido el primer gran acto de precampaña electoral de los próximos comicios autonómicos catalanes, cuya convocatoria está exclusivamente en manos del actual presidente de la Generalitat, el inefable e impresentable Quim Torra, que desde su el mismo momento de su elección se consideró un simple vicario o delegado de Puigdemont. Da mucho que pensar que Quim Torra asistiese como uno más de los allí desplazados por la convocatoria de su antecesor en el cargo, que estuviesen con él muchos de los consejeros del actual Gobierno de la Generalitat, pero que no estuviera con ellos ni uno solo de los consejeros que representan a ERC en este mismo gobierno, y que fuese clamorosas las ausencias tanto del vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonès, como la del presidente del Parlamento de Catalunya, Roger Torrent. Como clamorosa ha sido la ausencia total de miembros de las CUP. El acto de Perpignan, aunque revestido de toda clase de apelaciones a la unidad independentista, se ha convertido en el anuncio de lo que a buen seguro será una prolongada campaña electoral en la que tres o más candidaturas independentistas se enfrentarán entre sí a cara de perro, en una “lucha final” -término utilizado por el propio Carles Puigdemont- de resultado cada vez más incierto, y que puede acabar siendo finalmente letal para las fuerzas separatistas, en especial si se confirman los últimos sondeos conocidos, como el más reciente del CIS.

Otro elemento significativo de este primer gran acto preelectoral de Carles Puigdemont en Perpignan han sido sus encuentros, en estos casos junto a Quim Torra, en el Ayuntamiento y en la sede oficial del Departamento de los Pirineos Orientales, con todos sus cargos públicos luciendo la banda tricolor con los colores de la bandera francesa. Y es que, por mucho que Puigdemont y Torra se empecinen en negarlo a pesar de lo que ya les advirtió Manuel Valls, Perpignan no es Cataluña sino que forma parte de Francia, de la República Francesa, “una e indivisible”.