Es prácticamente unánime la consideración de que el 26 de junio volveremos a votar (salvando la prudente opción, mínima, de última hora, en la que se produzca un pacto que nos sorprenda a todos). 

Repetir las elecciones merece alguna reflexión tanto por lo excepcional de la situación como por sus consecuencias, que bien nos deberían servir para plantear alternativas ante la evidencia de los fallos de nuestro sistema electoral.

La primera cuestión a tener en cuenta es que repetir unas elecciones manteniendo el mismo esquema con seis meses de diferencia no garantiza el desbloqueo de la situación en la que nos encontramos. Básicamente porque es muy probable que, aunque cambien algunos números, en gran medida cabría esperar porcentajes similares a los obtenidos por las formaciones políticas si éstas nos presentan el mismo menú. Y esta idea nos lleva a otra: se plantea la repetición de elecciones volcando -injustamente- la responsabilidad sobre el electorado, que tendría que resolver la ecuación tras haber demostrado los responsables políticos no ser capaces de acometer su obligación. Por el momento todo está en el aire, aunque resultaría absurdo que pretendieran hacernos votar de nuevo lo mismo; cabría esperar, por tanto, cambios en los líderes, modificaciones en los programas, y quién sabe si también en alianzas pre-electorales que pudieran arrastrar de alguna manera los votos que esta vez acudirán a las urnas con bastante más pereza, decepción y aburrimiento.

Repetir las elecciones merece alguna reflexión para antear alternativas ante la evidencia de los fallos de nuestro sistema electoral

Durante estos meses transcurridos desde los comicios de diciembre ha habido tiempo para reflexionar sobre las técnicas empleadas en las campañas electorales. El "todo vale" con el fin de desgastar al contrincante ha resultado ser el arma de doble filo que, a la hora de establecer puentes, ha supuesto malestar, portazos y silencios muy perjudiciales para la democracia y para el pueblo. Sería positivo que todo este galimatías al que han contribuido unos "líderes" políticos que, en la mayoría de los casos han querido jugar a ser los chicos más atrevidos del patio en lugar de los candidatos más solventes a presidente, sirviera -al menos- para dignificar las actitudes, los discursos, las estrategias que en los últimos tiempos han desmerecido notablemente la política. La imagen que hoy se tiene de los políticos es bastante peor que la que se tenía hace meses, por lo que sería muy recomendable tomar aire y sopesar hacía dónde queremos caminar: la ética debería ocupar un lugar fundamental tanto dentro de las organizaciones políticas como entre los distintos partidos, sin olvidar la indudable labor de algunos medios de comunicación, quienes han contribuido de manera notable al escarnio, las difamaciones, la saturación del telespectador así como la banalización de cuestiones de máxima importancia.

Podría ponerle la guinda a este pastel recordándole que repetir las elecciones cuesta 177 millones de euros: lo equivalente, según publicaba recientemente 20minutos a un aumento del 14% de la inversión en ayudas para la dependencia, un mes del presupuesto de Servicios Sociales, 2 meses del programa de dependencia; el programa PREPARA para la ayuda a parados de larga duración quedaría cubierto durante un año; mes y medio del pago de las becas de estudiantes; toda la inversión en la Universidad pública durante un año o la destinada a Educación Infantil; se cubriría un mes de pensiones no contributivas; la mitad de la Seguridad Social de los funcionarios del estado; un mes de ayudas a la maternidad; cuatro meses de políticas de vivienda; todas las partidas del Ministerio de Sanidad y sus órganos autónomos; así como 2 meses y medio de promoción de Cultura. Demasiado caro si tenemos en cuenta que hemos llegado a esta situación por la falta de herramientas democráticas –y por supuesto de altura política de los dirigentes actuales-.

Introducir una segunda vuelta en el proceso electoral a Presidencia de Gobierno aportaría un mayor dinamismo

Sin embargo podemos plantear opciones que sirvan para agilizar nuestro sistema electoral evitando que situaciones como la que estamos viviendo puedan volver a repetirse; alternativas que posibilitarían el diálogo y los pactos antes de las elecciones (promoviendo un mayor rigor y respeto tanto entre formaciones como hacia el electorado que contempla ya cansado el espectáculo), evitando así las sorpresas desagradables una vez que ya hemos depositado la confianza en una opción que termina por decepcionarnos. Introducir una segunda vuelta en el proceso electoral a Presidencia de Gobierno aportaría un mayor dinamismo, profundizaría en el ejercicio democrático, y sobre todo, facilitaría también la conformación de mayorías en base a programas y proyectos. Una dosis de cooperación necesaria para poder superar porcentajes le vendría muy bien a nuestro país ahora que ha entrado en una deriva competitiva que roza el absurdo.

El sistema de la doble vuelta funciona en distintos países y, sin ir más lejos tanto en Francia como en Portugal tenemos muy buenos ejemplos para tomar nota.

Con esta solución se vería de manera clara que la mayoría de la sociedad española prefiere apostar por políticas de inversión social, aumentar el salario mínimo, garantizar respaldo a las personas más desfavorecidas por la estafa de la crisis económica, reforzar la justicia para que pueda ser más ágil y contundente, garantizar un sistema sanitario y de educación públicas que siempre han sido nuestra bandera de orgullo mundial, apostar por la inversión en investigación y desarrollo, promover las energías renovables, apostar por un sistema sostenible en el respeto del medio ambiente, garantizar la conciliación familiar y la profesional, cubrir las necesidades de la maternidad, regular un sistema tributario mucho más justo, limitar los beneficios injustos de algunas clases sociales, y por qué no, plantear una nueva forma en la jefatura de Estado que fuese mucho más acorde con los valores democráticos que el pueblo español –mayor de edad- hoy se merece.

En definitiva, forzar a la suma de aquéllas opciones políticas que debieran tener por bandera objetivos comunes, allanándoles el camino del diálogo y los compromisos bajo el cumplimiento de la Ley nos garantizaría a todos menos incertidumbre, eliminando también las carreras absurdas entre personalismos e intereses que solamente benefician a proyectos amparados bajo unas siglas y que se han olvidado de su acometido real: la defensa del Estado de Bienestar y Democrático de Derecho que hoy estamos a punto de perder.