La moción de censura de Ciudadanos al presidente de la Generalitat, Quim Torra, hubiera pasado sin pena ni gloria de no haber sido por el choque de la candidata Lorena Roldán con el líder del PSC, Miquel Iceta. Este era el verdadero objetivo de la moción, incomodar a los socialistas catalanes, tan evidente que la iniciativa parlamentaria fue descualificada por todos los grupos (excepto el PP) por su connotación electoralista. La agria reacción posterior de Juan Carlos Girauta refleja el fracaso de la operación propagandística (la moción hubiera sido derrotada incluso con los votos del PSC) y, a la vez, dicha explosión de malestar refleja la tensión vivida a lo largo de 13 años entre PSC y Ciudadanos. 

“Lameculos paniaguados”, eso son los socialistas catalanes según Girauta, por no haber querido alinearse en “el lado correcto de la historia” representado por Lorena Roldán, personificación, a juicio de ella misma, de la libertad y la democracia. En la cámara catalana hay “otro lado correcto de la historia”, el de los independentistas que lo definen casi con las mismas palabras de Roldán, y al que tampoco se han querido incorporar los diputados del PSC. Los dos lados opuestos no aceptan que nadie pueda negarse a ingresar en uno de los dos paraísos de certezas, a quienes se resisten le señalan como “cómplices de la violencia y el independentismo” o como “cómplices de la represión del estado”.

La acusación de Girauta a los socialistas catalanes de ser unos mantenidos del independentismo no es ninguna novedad. Justamente por eso nació Ciudadanos, como alternativa a un PSC considerado como un partido nacionalista, con el que ha mantenido una relación de abierta acritud. La tensión viene de lejos. La plataforma Ciutadans de Catalunya publicó en 2005 un manifiesto para la creación de un partido que combatiera tanto el nacionalismo de derechas como el nacionalismo de izquierdas. En aquel texto ya se recogían todas las obsesiones del discurso posterior del partido de Albert Rivera: TV3, la inmersión lingüística, el sistema educativo, la corrupción institucional de los nacionalistas…

En aquel momento, gobernaba el primer tripartito presidido por Pasqual Maragall y estaba a punto de ser aprobado en el Parlament el nuevo estatuto catalán, contra el cual se pronunció el grupo impulsor de Ciudadanos, que consideraban al gobierno de izquierdas una simple continuación del nacionalismo y el nuevo proyecto estatutario poco menos que una declaración de independencia. En realidad, ni PSC ni Iniciativa per Catalunya militaron nunca en el nacionalismo, sino en el catalanismo político cuyas dos banderas han sido históricamente el autogobierno y la participación en la gobernabilidad de España, habitualmente expresadas en el proyecto federalista.

Un año después de aquel manifiesto se materializó el partido que debía hacer posible el “restablecimiento de la realidad” en Cataluña; se denominó Ciudadanos y se convirtió en el principal adversario del PSC, al que intentaría arañar los votos “españolistas”. Hacía tan solo un mes que el nuevo estatuto se había aprobado en referéndum y los socialistas catalanes veían cómo sus dos almas tradicionales, la más catalanista personificada por Maragall y la más cercana al PSOE, encabezada por José Montilla, entraban en crisis por el papel que se atribuían mutuamente por el empeoramiento de las expectativas electorales: por un supuesto exceso de catalanismo o por una dependencia supuestamente exagerada de los intereses del PSOE, por aquel entonces en la Moncloa.

La emergencia del soberanismo en la política catalana aceleró la salida del PSC de muchos de los dirigentes del sector más catalanista, a los que Ciudadanos siempre confundió interesadamente como nacionalistas. La diáspora no salvó al PSC de seguir siendo señalado como un partido nacionalista por parte de Ciudadanos y PP, no tanto por su actuación en los últimos años, estrictamente constitucionalista aunque siga considerando Cataluña como una nación (sin estado), como por su condición de coautor de los grandes consensos políticos sobre el autogobierno, alcanzados en el Parlament, especialmente en la década de los 80/90, culminando con la propuesta del nuevo estatuto.

La acusación formulada por Lorena Roldán (son ustedes cómplices de la violencia y el independentismo, versión moderna de la sociovergencia nacionalista) en su desesperación por no conseguir arrastrar al PSC a uno de los dos bandos “correctos” de la historia, enfrentados convenientemente por imponer su verdad, sorprendió por su dureza a Miquel Iceta que respondió con una vehemencia singular: nosotros estamos en el constitucionalismo desde siempre, incluso antes que algunos; y no aceptamos lecciones de lucha contra la violencia porque hemos tenido muchas víctimas entre los nuestros. No vamos a compartir con usted su fracaso, le espetó.

Atendiendo a las previsiones de las encuestas para el 10-N, es fácil prever nuevos choques frontales entre el PSC y Ciudadanos con la fidelidad a la Constitución y la firmeza ante la anunciada desobediencia institucional del gobierno Torra como tema central.  También  hay que tener en cuenta los primeros sondeos para unos posibles elecciones autonómicas que reflejan un retroceso de Ciudadanos (ahora primer partido del Parlament) en beneficio de los socialistas. Iceta, en su respuesta a la moción de Roldán, dedicó tanto tiempo a criticarla como a presentar su candidatura a la presidencia de la Generalitat, con dos promesas que convirtió en dardos para la candidata de Ciudadanos: no contribuiré a dividir a los catalanes y no mentiré para no causar más frustración.