Lo peor del conflicto que vivimos en Cataluña no es el grave problema político que supone el reto del secesionismo al Estado social y democrático de derecho que es España. Aun siendo esto muy importante y de enorme trascendencia, lo que es mucho peor es el conflicto que Cataluña vive consigo misma, la escisión interna que padece la misma ciudadanía catalana. En el último sondeo dado a conocer por el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat, hay varios datos muy alarmantes sobre ello. No obstante, lo que todavía es mucho peor es que Cataluña corre el gravísimo riesgo de convertirse en una comunidad ingobernable.

Los grupos separatistas más radicales y violentos -en este caso concreto, los CDR- han fracasado en su intento de bloqueo ferroviario en la capital catalana. Solo unos pocos centenares de personas han visto frustrado su intento de ocupación de la estación de Sants por la acción de los Mossos d’Esquadra, una vez más con la colaboración de la Policía Nacional; los CDR se han visto así obligados a desconvocar sus intentos de bloqueo. Pocas horas antes, otra acción policial, también en la ciudad de Barcelona, ha terminado con la simple detención de un individuo y la identificación de más de un centenar de sujetos que permanecen acampados en la plaza Universitat, cortando el tráfico en la Gran Via desde hace ya casi una veintena de días, sin que nadie se atreva aún a poner definitivamente fin a este disparate en el mismo centro de Barcelona. El Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans, por último, ha desconvocado la huelga indefinida en todas las universidades catalanas iniciada al conocerse la sentencia condenatoria del Tribunal Supremo contra algunos de los dirigentes principales del secesionismo.

Todas estas informaciones son contradictorias y revelan la profunda tensión que vive el cada vez más dividido y complejo movimiento separatista. Pero la amenaza sigue planeando sobre el conjunto de la ciudadanía de Cataluña, con el siniestro ultimátum planteado ya sin ningún disimulo: “Independencia o barbarie”. Una sociedad no puede seguir viviendo bajo este tipo de amenazas. Y lo peor y más preocupante es que el mismo gobierno de la Generalitat, con su presidente Quim Torra a la cabeza, no solo no condena estos ultimátums intolerables, estas inadmisibles amenazas, sino que las excusa y justifica, y de alguna manera hasta las comparte.

En el antes mencionado sondeo del CEO se constata que el 47,3% de los catalanes manifiesta que solo se sienten libres de conversar sobre cuestiones o temas políticos con determinadas personas. La misma encuesta refleja que el 38% de los catalanes que trabajan o estudian no hablan casi nunca de política, un 27% de ellos lo hace en pocas ocasiones y un 32% solo ocasionalmente. Ahí queda reflejada, de forma dramática, esta triste escisión interna que sufre la sociedad catalana. Este silencio social, esta mudez colectiva, este temor a ser señalado no ya como adversario político sino simplemente como enemigo de la patria, contribuye a enquistar una situación de ingobernabilidad en toda Cataluña y de modo muy especial en Barcelona.

Conviene señalar, a modo de ejemplo de este silencio social, que el Colegio de Abogados de Barcelona ha llegado al extremo de desautorizar o criticar a su propia Sección de Derecho Constitucional por haber hecho pública una nota en la que se refería a “los cortes de carretera y de otros servicios públicos que se vienen produciendo de forma arbitraria, intermitente y por sorpresa”, señalando que “los referidos actos ni constituyen ni pueden constituir en absoluto un ejercicio del derecho fundamental de manifestación que reconoce el art.21 de la Constitución, ya que el mismo exige que las manifestaciones sean pacíficas y se comuniquen previamente a las autoridades”; la misma nota señala también que “ningún derecho fundamental es absoluto o ilimitado”. Pero la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona parecce no estar de acuerdo con ello. O prefiere hacer, como tantos y tantos ciudadanos de Cataluña, no hablar de temas políticos.

Como con lucidez advierte el director de “La Vanguardia” Màrius Carol, resulta oportuno recordar ahora una frase del autor de “Patria”, Fernando Aramburu: “Para qué callar lo que siento si, aunque calle, no deje de sentirlo”. Frente a una Cataluña ahora ingobernable y no gobernada, y que solo muy difícilmente podrá ser gobernable en el futuro, todo silencio al respecto es irresponsable. O cómplice de esta ingobernabilidad presente y futura.