Más allá de lo que diriman los comicios del próximo 28 de abril, donde los aciertos poco importarán si el resultado no acompaña y las meteduras de pata serán relegadas a términos anecdóticos en caso de imponerse a lo descrito, Pablo Casado ha protagonizado una campaña empañada por el buen hacer de sus rivales, por la división de la derecha y la caída demoscópica, por la mentira y las balas perdidas y malgastadas eligiendo acompañantes.

45.000 asistentes. Otras tantas banderas y un grito unánime: ¡Sánchez dimisión! El pistoletazo de salida, aunque ni ellos mismos fueran conscientes de que así era, se dio en la manifestación celebrada por populares, naranjas y la extrema derecha en Colón. Si alguien salió victorioso, a pesar del ‘pinchazo’ de la convocatoria, fue Abascal, recibido por las hordas allí congregadas al grito de “¡Presidente, presidente!”.

Temor en el resto de las derechas que se agravó con la convocatoria de elecciones a marchas forzadas de Pedro Sánchez. Aquello se presentó como una victoria, como una moción de censura realizada por la ciudadanía agolpada en las calles, por un sentir patriótico contrario al PSOE y sus ‘concesiones’. Sin embargo, incluso la fecha señalada para los comicios sentó mal en Génova. Ellos preferían distanciarse de la Semana Santa, unir sus aspiraciones a las de las urnas autonómicas y locales. Primer revés para un equipo de campaña que, probablemente, no era consciente de que simplemente acababan de empezar.

Con el horizonte tan cercano y sabedores de que estas elecciones son diferentes a lo anteriormente vivido, las encuestas caían a plomo de puertas para adentro. El PSOE se distanciaba, el radicalismo en el tono empleado pasaba factura y, mientras tanto, el PP trataba de decidir qué rumbo tomar: rebajar el tono y perder electores con destino Vox o luchar con fiereza empleando un mensaje bronco para convertirse en referencia de la derecha.

Al más puro estilo Pablo Casado, la segunda de las opciones fue la elegida en la casa azul. El estilo beligerante hizo bueno a Rajoy y los analistas políticos criticaron la estrategia.

Pero la evidencia no caía únicamente en forma demoscópica. Mientras los de Casado hacían ímprobos esfuerzos por llenar sus mítines, la extrema derecha española congregaba a miles de personas, dejando fuera a otros tantos, en cada uno de sus actos. Mientras Casado miraba a izquierda y derecha con recelo, Abascal empuñaba un megáfono para dirigirse a sus feligreses que no podían entrar a los recintos tras un nuevo Sold out. 

Con el viento en contra y Pedro Sánchez creciéndose y acumulando el respaldo de los electores -siempre teniendo en cuenta los informes demoscópicos-, conformar un equipo ganador y poderoso era una tarea imprescindible. Suárez, ese era el apellido escogido. Más allá de que poco tenga que ver el hijo con el padre ni con su carrera política, emular el centrismo que desprendía el primer presidente de la democracia venía bien. Poco duró. Menos de 24 horas. 

El día después de ser anunciado como número dos en las listas por Madrid, Adolfo Suárez Illana realizó unas declaraciones del todo ofensivas en materia de aborto. "Las mujeres tienen que decidir si las mujeres quieren un hijo vivo o muerto", empezó, antes de añadir que "los neandertales también los mataban, pero esperaban a que nacieran y luego les cortaban la cabeza”. 

Argumento que volvía a abrir un melón prohibido en Génova desde que el líder del partido fuera criticado por argumentar, en tono moralista y paternalista, que las mujeres deberían saber "lo que llevan dentro". 

No fue el único fichaje que salió rana. Cayetana Álvarez de Toledo se ocupó de ello en el debate celebrado el martes 16 de abril en RTVE. "¿Un silencio es un no? ¿De verdad van ustedes diciendo sí, sí, sí...?", preguntó a María Jesús Montero, ministra de Hacienda socialista. Execrable pregunta que fue contestada de forma inmediata por Gabriel Rufián, candidato de ERC, e Irene Montero, número dos de Unidas Podemos. 

Otra salida de tono en filas populares que encogía el rostro de los miembros de la comunicación del partido. Las directrices fueron marcadas desde el principio: bandera, España y economía. Fuera de ahí, el terreno se vuelve pantanoso y provoca la debacle interna. 

Tal vez por lo mal que cayeron los exabruptos de la cabeza de lista en Barcelona, Casado tampoco brilló en los debates. En el primero, el tono sosegado y calmado provocó que Rivera se apoderara de la contienda y recibiera todos los aplausos de la derecha. En el segundo asalto trató de noquear a su oponente, cediendo espacio a Pedro Sánchez y dejando el terreno mojado para que Iglesias introdujera sus medidas sin necesidad de bajar al barro.

Por último, cuando todos pensaban que nada más podía suceder y que la campaña estaba concluida y solo un fallo podía repercutir en el escenario electoral, Ángel Garrido se baja del barco y es fichado por Ciudadanos. Hombre fuerte en Madrid, con una prolífica trayectoria y apoyos importantes en el seno popular. 

Otro golpe de efecto que agita los cimientos estructurales de la formación. A la espera de qué sucederá el próximo domingo, momento de impartir justicia en forma de papeletas, el Partido Popular se enfrenta a una situación anodina. Vox y Ciudadanos les roban parte del pastel haciendo a personas ilustres perder el escaño y alejarse de la Carrera de San Jerónimo. Sin saber cuánto sumarán finalmente las partes, los nervios están a flor de piel en la sede del partido y Pablo Casado se prepara para, en caso de no salir airoso de su breve trayectoria, estar expuesto al filo de la navaja. 

El expresidente de la Comunidad de Madrid Ángel Garrido e Ignacio Aguado de Ciudadanos en una rueda de prensa