El filósofo Santiago Alba Rico, que fue candidato de Podemos al Senado por Ávila en las elecciones del 20 de diciembre de 2015, reflexiona sobre la condición del hombre en la sociedad a través de la relación con el cuerpo en ‘Ser o no ser (un cuerpo)’ (Seix Barral). Enmarcado en la izquierda, afirma que la civilización capitalista global ha construido unos dispositivos materiales que descentraliza el cuerpo como eje antropológico de las relaciones. Aunque el motivo de esta entrevista es la promoción de su nuevo libro, es irremediable preguntarle sobre Podemos, del que es “simpatizante”. Le preocupa mucho que el partido no esté a la altura de la responsabilidad histórica que debería asumir.

Hoy en día, ¿la imagen está por encima del alma?

En Ser o no ser (un cuerpo); pretendo demostrar que la imagen es el alma postmoderna, el alma tecnológica de la sociedad hiperindustrial. El alma estaba antes dentro del cuerpo; en la dicotomía clásica, platónica y cristiana. Ahora; el alma ha salido, ha adoptado forma visible, se ha emancipado del cuerpo y circula por las redes.

¿Cuál es la condición del hombre en la sociedad a través de la relación con el cuerpo, con esa imagen y con el alma?

La condición del hombre es una decisión filosófica. Es un concepto que en la tradición de la que yo provengo, la marxista, no está muy bien aceptado. Si uno acepta que hay una condición humana, puede elegir cómo definirla. En mi libro; la defino en relación con el cuerpo, entendiendo éste como una continuidad que tiene más de 40.000 años y como una fuga. En la contradicción entre esa continuidad y esa fuga es donde, de algún modo, la aceleración asociada al capitalismo de consumo, altamente tecnologizado, introduce una interferencia. Mi libro identifica la condición humana con esa continuidad de 40.000 años. El cuerpo que se acuclillaba en Altamira al lado de una hoguera para hacer las pinturas rupestres es el mismo que hoy se sienta en un tren de alta velocidad. Y eso choca con el cambio cultural y tecnológico, histórico, lamarckiano, que desde hace siglo y medio, sobre todo, ha acelerado y, al mismo tiempo, emancipado las imágenes de los cuerpos.

¿De qué manera nuestra civilización capitalista global, en términos económicos y culturales, “ha tomado partido contra el cuerpo”?

Lo ha hecho, y de una manera decisiva. Ha construido unos dispositivos materiales, de intercambio acelerado de mercancías, por un lado, y de tecnología de la comunicación, por otro, que integra todos los sentidos y descentraliza el cuerpo como eje antropológico de las relaciones. El cuerpo ya no está en el centro. Nuestra vida, hasta hace muy poco tiempo, no sólo durante el Neolítico, que en realidad dura hasta los años 50, pivotaba en torno al cuerpo. Actualmente, nuestro cuerpo se ha convertido en un obstáculo para la velocidad, para acceder a esa calidad digital en la que pasamos la mayor parte del tiempo.

Vivimos más tiempo, por lo que estamos más con nuestro cuerpo.

En términos filogenéticos y paleontológicos, una vida humana que dura 50 años y una vida humana que dura 95 son, en definitiva, la misma vida frágil y vulnerable sometida a recaídas. Lo que trata de impedir la sociedad capitalista de consumo, tecnologizada, son esas recaídas a través de dispositivos que incluyen la proletarización del ocio, no sólo la proletarización del consumo. La fábrica ha ido desapareciendo; pero, a cambio, se ha ido desplazando la proletarización hacia el consumo a través de un desarrollo de la industria del entretenimiento. Los sujetos, en las sociedades occidentales, no somos dueños de nuestros medios recreativos, como en la fábrica no éramos dueños de nuestros medios de producción. Esa proletarización del ocio incluye claramente algo así como un tabú sobre el cuerpo, sobre los procesos naturales que nos instalan en el tiempo: el envejecimiento, la degradación corporal, el dolor, el duelo.

Usted, en Ser o no ser (un cuerpo), habla del concepto de identidad, ¿cuál es la identidad de la izquierda?

Llevo años haciendo una propuesta para tratar de definir no tanto la identidad de la izquierda como lo que debería ser, a mi juicio, su proyecto. Debería ser revolucionaria en lo económico, reformista en lo institucional y conservadora en lo antropológico. Revolucionaria en lo económico, porque el capitalismo no es capaz de dar respuestas a los problemas de la humanidad. Ha creado muchísima riqueza, más que ningún otro medio de producción, pero no ha sido capaz de distribuirla bien y, por tanto, ha generado muchísima pobreza.

“La izquierda debería ser revolucionaria en lo económico, reformista en lo institucional y conservadora en lo antropológico”

Tenemos que ser reformistas en lo institucional; porque hay una tentación, tradicional, histórica, en un sector de la izquierda de identificar el derecho o las instituciones con el capitalismo y con el dominio de la burguesía. Igual que la rueda es un gran invento, con independencia de quién la use; la división de poderes, las constituciones y el derecho son también grandes inventos que la izquierda no debería tirar a la basura. Vivimos en una época en la que ni el capitalismo mismo ni las respuestas de la ultraderecha frente a la globalización y el capitalismo son capaces de asumir la institucionalidad, el derecho y la democracia. Y conservadores en lo antropológico, no sólo porque hay que conservar las condiciones mismas de la vida y de la supervivencia del planeta; sino porque hay que conservar también los vínculos, que tienen que ver con el cuerpo, con el hecho de que somos frágiles, vulnerables y mortales, y con el hecho de que es contrario a toda la doctrina liberal que reivindica siempre la independencia. Somos dependientes, porque somos frágiles. Por tanto, tenemos que conservar todos aquellos vínculos que son indisociables de los cuidados.

Usted forma parte de la intelectualidad de Podemos. ¿Cree que este partido está consiguiendo esto?

Debo aclarar que no formo parte de la intelectualidad de Podemos. Yo soy un simpatizante de primera hora.

Fue candidato de Podemos a senador...

No tengo ningún cargo institucional en Podemos. Me presenté de candidato por Ávila, como independiente, a sabiendas de que jamás podía ser elegido por dicha provincia, convencido de que, entonces y ahora, la única alternativa que hay tanto al neoliberalismo como a las alternativas despro-populistas frente al neoliberalismo pasa por un proyecto que vincule la protección a la democracia y los derechos humanos. Para mí, Podemos es eso. Lo era cuando me presenté al Senado por Ávila, para prestar un poco de ayuda, y también ahora. Otra cosa es que, precisamente por eso, porque creo que Podemos es la única alternativa tanto al neoliberalismo como a las respuestas neofascitas, me preocupa mucho que no esté a la altura de la responsabilidad histórica que debería asumir. Y debería asumirla evitando este proceso entrópico de autodestrucción, que además a veces recuerda mucho a todo aquello que en la vieja izquierda más ha disgustado a la gente.

“Lo que está haciendo mal Podemos es entregarse a una división, que recuerda mucho a lo peor de las viejas izquierdas”

¿Podemos está haciendo la nueva política que prometió?

La está haciendo y no la está haciendo. Lo más visible es lo que no está haciendo. O sea, lo que está haciendo mal. Lo que está haciendo mal es entregarse a una división, a una guerra de facciones, que recuerda mucho a lo peor de las viejas izquierdas, alimentada asimismo por ese vertedero que son las redes sociales, que exigen respuestas inmediatas y en las que es muy difícil mantener debates políticos. Las redes no sirven para eso. Son mitad urinario público, mitad patíbulo privado. Pretender mantener un debate político a través de las redes, que encima proporcionan titulares de prensa, es una grave irresponsabilidad. Eso se está haciendo muy mal. Lo que se está haciendo bien es justo lo que no se ve. Eso también es culpa de Podemos, que no se vea la gestión de algunos ayuntamientos, que no se vean las iniciativas que se toman en el Parlamento, en los autonómicos o en el nacional. El hecho de que estén constantemente haciendo visibles en público sus divisiones y ocupándose sólo de sí mismos impide que todo el trabajo que hace mucha gente dentro de Podemos, a nivel institucional, pero también a nivel de barrios y de círculos, se vea. Hay en esto una gran responsabilidad por parte de Podemos, tanto a nivel de dirigentes como de corrientes.

Ya que en el libro habla del concepto forma, ¿Podemos ha cambiado de forma en los últimos meses o sigue manteniendo la misma forma?

Nació como muy maduro y ahora se está comportando de una manera mucho menos madura, o más infantil

Podemos ha cambiado mucho y debería cambiar más. Lo que debería hacer es cambiar. En un artículo, yo decía que Podemos debería recuperar la madurez original. No tanto la frescura como la madurez. Nació como muy maduro y ahora se está comportando de una manera mucho menos madura, o más infantil. Y la madurez consiste en saber cuándo tienes que cambiar y en qué dirección. Si Podemos no cambia en Vistalegre II, no va a ser capaz de de hacer ninguna de las dos cosas que tiene que conseguir, y que son indisociables. Ni va a conseguir transformar el país ni va a conseguir reilusionar a mucha gente que ha perdido la ilusión.

¿Qué cree que pasará en Vistalegre II? ¿Cómo lo ve?

Lo veo con cautela. Prefiero no hacer pronósticos. Sigo confiando en que haya un acuerdo entre todas las corrientes. No sólo entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias. También con Anticapitalistas y con otras corrientes y movimientos.

En Ser o no ser (un cuerpo); usted escribe que “lo que está demasiado cerca nos horroriza”, mientras que “lo que está demasiado lejos nos resulta indiferente”. ¿A qué distancia están Iñigo Errejón y Pablo Iglesias?

Tienen una muy buena relación de amistad y, ahora mismo, claramente, una diferencia política que debe ser resuelta de la manera más democrática y transparente posible.

La vergüenza es un exceso de sociabilidad, una patología de la sociabilidad: mi cuerpo crece, se hincha, en la mirada del público. ¿La están padeciendo de alguna manera los dirigentes de Podemos?

No tengo ni idea. Hay una cierta conciencia de que se han hecho muchas cosas mal. Sobre todo, en términos de visibilidad pública. Confío en que esa conciencia sirva para rectificar.

Por cierto, ¿qué supone para nosotros ser una especie lingüística?

Supone varias cosas. Algunas maravillosas y otras trágicas. Entre las trágicas, que la verdadera libertad del ser humano, inscrita en el corazón mismo del lenguaje, es la libertad de mentir. No hay ninguna religión, ninguna dictadura, ninguna moralización, en otro mundo posible, por muy bueno que lo imaginemos, que inhabilite esa capacidad de mentir inscrita en el carácter lingüístico de la especie humana. Vamos a ser siempre capaces de mentir. Eso es una libertad que corroe las relaciones y que, al mismo tiempo, protege el propio lenguaje. Un lenguaje sin capacidad de mentir es un lenguaje sin capacidad de generar ficción, sin capacidad de hacer poesía y son cosas que hay que salvar al mismo tiempo que se reconoce que eso tiene que ver con la opacidad lingüística. Por tanto, es un tanto inútil y contraproducente pensar en una humanidad transparente. Las utopías de transparencia, tanto las cristianas como las de izquierdas, han sido particularmente dañinas. Vamos a ser siempre opacos.

Sin esta capacidad, ¿la política sería diferente?

Sí, de hecho, a lo largo de la historia se han dado muchas utopías que han imaginado intercambios y comunicaciones entre seres angélicos, seráficos, que no se comunicarían a través del lenguaje. Muchos autores clásicos han comprendido hasta qué punto el lenguaje era un vehículo de opacidades y han pretendido encontrar una manera de comunicarse y de hacer política sin lenguaje. Si queremos seguir pensando en la condición humana como cuerpo, el lenguaje implica que nunca habrá transparencia. Por ello, la política no se hace con la verdad, sino que se hace más bien con la realidad.