Dirigida por John Hillcoat, escrita por el músico Nick Cave y con un magnífico reparto, 'Sin ley' es una violenta mezcla de géneros que indaga sobre el concepto de leyenda.
Sin ley es la tercera colaboración entre el cineasta australiano John Hillcoat y el músico Nick Cave en labores de guionista, y compositor, tras Ghosts…of the Civil Dead (1988) y La propuesta (2005), con la que comparte su revisión del western, en este caso mezclado un tono neo-noir a través de un relato de gánsteres rurales en plena época de la Depresión.
Sin ley es la adaptación de la novela de Matt Bondurant, quien relata a partir de hechos reales la vida de su abuelo y sus dos hermanos: Jack (Shia LaBeouf), el pequeño de los tres, Forrest (Tom Hardy), cabeza del clan, y Howard (Jason Clarke). Desde el comienzo, Sin ley nos introduce en una historia tan realista como impregnada de mito y de leyenda: según dicen en la zona montañosa del Condado de Franklin, en Virginia, los Bondurant son invencibles.
Desde sus inicios el western se ha movido por terrenos míticos. En un primer momento recordando una época reciente y casi coetánea a las producciones cinematográficas que hablaban de un momento fundacional; después desde una cierta perspectiva temporal que se abría en diferentes direcciones: el de la crítica, el de la revisión, el de la epopeya épica… La pérdida de interés por el género, que tuvo mucho que ver con la situación político-militar de los sesenta en Estados Unidos, condenó al género a vivir décadas de grandes películas junto con otras que apostaban por el mero entretenimiento pero, en ambos casos, piezas aisladas. Pero en todo momento, el western fue un territorio de la leyenda, de la mítica, ya fuera para ensalzarla o para cuestionarla.
Lo anterior viene a colación dado que Sin ley toma esos modos legendarios tanto desde el interior de la narración, esto es, en su historia y en sus personajes, como en su construcción formal, remitiendo sus imágenes a un ideario del western muy claro. Pero lo llamativo es que Cave-Hillcoat han mezclado este género con el de gánsteres mediante ese tono revisionista del neo-noir contemporáneo, también un territorio del mito y la leyenda. De este modo, Sin ley es una película tanto definida como indefinida, tan cerrada como abierta en su construcción. Algo similar sucedía, salvando todas las distancias posibles, a El francotirador de Clint Eastwood, película que tomaba, como gran parte del cine de su director, la construcción del western para indagar, una vez más, sobre la idea de leyenda, en esta ocasión desde una creada en el preciso momento de estar llevando a cabo los actos que le encumbran sin necesidad de esperar a que sea el tiempo quien lo haga.
Tomando toda esta herencia, Sin ley se introduce en temas como la familia, la violencia, el trabajo individual, la corrupción, la madurez y, como no podía ser de otra manera, la validez de la leyenda, para erigirse en una obra irregular que va perdiendo intensidad y ritmo según llega a su resolución, pero que posee un enorme interés gracias a la personalidad que Hillcoat imprime a sus imágenes, al buen guion de Cave y a las excelentes interpretaciones. Pero uno de los problemas de la película reside en la figura de Charlie Rakes (Guy Pearce), el villano de turno, cuya composición como personaje resulta tan caricaturesca que acaba perdiendo fuerza, ocasionando que el conflicto entre el agente de la ley, corrupto, violento y sádico, y los tres hermanos, no tenga la potencia que requería una historia como la de Sin ley.
Pero donde realmente brilla la película es en esa unificación de géneros que consigue que el western y el cine de gánsteres se acaben confundiendo, si bien acaba primando el primero en cuanto a base de la película, algo que nos conduce hacia una visión muy interesante. Desarrollada en 1930, la ley seca y sus consecuencias se trasladan a las montañas, alejándose del contexto urbano. Este cambio ocasiona que el paisaje resulte primitivo en comparación o en contraste con el desarrollo de las ciudades. De hecho, Maggie Beauford (Jessica Chastain) aparece de la nada huyendo de Chicago, de su violencia, en busca de una tranquilidad que al final no encontrará. Su presencia, aunque en apariencia secundaria, es de gran relevancia en tanto a que aporta un nexo entre dos mundos (no del todo, o casi nada, desarrollado) y porque supone una figura casi fantasmagórica, fuera de lugar, en un mundo básicamente masculino. El otro personaje femenino, Bertha Minnix (Mia Wasikowska), hija de un predicador, funciona como forma pura e inocente en un mundo violento y brutal. Porque Sin ley, con bastante más humor del que pueda parecer a simple vista, nos adentra en un mundo bestial en el que, como su título indica, apenas hay leyes, porque incluso sus representantes actúan a su antojo. Si en las calles de las grandes ciudades los tiroteos entre bandas y con la policía se sucedían durante la ley seca, en Sin ley la lucha es más brutal, más atávica. La imagen de un mundo violento en su construcción posee en determinadas secuencias su materialización más gráfica e impactante, una violencia que descontextualiza la acción, pues son actos de otro tiempo, de otras formas de entender las cosas.
Ahí enlaza con el territorio del western que permanece en pleno desarrollo del país, manteniéndose en plena crisis económica, la cual no afecta, todo lo contario, a los hermanos contrabandistas. La imagen ambigua alrededor de estos resulta como poco discutible, sobre todo porque hay en ellos, regresando al comienzo, una mezcla de retrato realista y legendario que los responsables de Sin ley utilizan para lanzar una mirada sobre la constitución del país. Hay algo esquemático en el planteamiento, sobre todo por esa pérdida de intensidad según avanza la película, pero queda en las imágenes y en la mirada hacia el pasado, tanto histórico como cinematográfico, una película capaz de alzarse sobre sus referencias, ya insoslayables para cualquier película que se introduzca en un género clásico, para entregar una buena obra, irregular pero llena de fuerza en su construcción visual y en unos personajes que acaban superando su condición de arquetipo –de leyenda- para conseguir transmitir veracidad.