Llegó el día que todos ansiaban, el estreno de una nueva aventura galáctica. Dos años de impaciente espera tras las buenas sensaciones que dejó El despertar de la Fuerza con una apuesta segura que dejaba entrever un retorno a los orígenes de Star Wars.

Días antes de su estreno, la crítica norteamericana se deshacía en halagos hacia esta nueva película de la space opera que creó – y deformó después – George Lucas. Incluso la ponían a la altura de El Imperio contraataca, que sin ningún atisbo de dudas es el mejor filme de toda la saga de Star Wars.

Unas alabanzas que despertaban – como despertó la Fuerza – una expectación hiperbólica en todos los amantes de esta saga. Lo mejor de los estrenos de Star Wars, amén de la película lógicamente, es el cocktail de ilusiones y disfraces que deambulan por las salas de cine. No sólo niños. No, para nada. Personas de entre 50 y 60 años ataviadas con trajes de Jedi o de Darth Vader, o incluso Chewbacca. Incluso familias enteras. Star Wars se convirtió en una religión ya hace 40 años. Y así perdura hasta nuestros días. Bueno, corregido y aumentado.

Se cumplen las expectativas

Una vez sentado en la butaca, tras una vorágine de ilusiones, nerviosismo e incluso batallas de sables láser, las luces se apagaban. Era el prólogo otra dosis nostálgica de alegrías, lágrimas y una ovación que se antojaba infinita. J.J. Abrams hizo lo que tenía que hacer con El despertar de la Fuerza, retornar al camino que el propio Lucas abandonó con La amenaza fantasma.

Abrams lo hizo basándose en lo que en el pasado funcionó. Porque sí, no nos engañemos, el episodio VII fue una cinta hecha única y exclusivamente para satisfacer a los que somos unos locos del universo de Star Wars. Sin embargo, Los últimos Jedi es algo totalmente novedoso dentro de la saga. Una apuesta muy, pero que muy arriesgada. Y es que el que arriesga gana. Esto es lo que le ha pasado a Rian Johnson con esta cinta, que dejó un sabor agridulce con Looper y que será el encargado de poner orden y concierto en la nueva trilogía de la franquicia galáctica que, por otro lado, parece estar en unas manos más que cualificadas.

Un estilo diferente

La película rompe transversalmente con lo propuesto por Abrams en la anterior. Como decía, se pasa de una apuesta segura a algo más o menos nuevo. Da un toque diferente a esta nueva trilogía que parece ir in crescendo a cada paso que da y que finalizará en 2019 con el Episodio IX. Otros dos años de espera.

De momento disfrutaremos con la manera de narrar de Johnson que es, para mi gusto, exquisita y novedosa, aportando algo de estilo a una saga que se antojaba impersonal con la salvedad de la dirección de Irving Kershner. Como en El Imperio contraataca, el director de esta película deja una impronta de su capacidad para contar historias mediante planos, sin necesidad de usar las palabras. Una película que reconciliará a todos y cada uno de los fans.

Como suele ocurrir en esta franquicia, la oscuridad cada vez se hace más presente a medida que pasan las películas. Tras la palidez de la séptima, llega una cinta que se adentra en las entrañas de la historia Jedi y en la cada vez más débil Resistencia que va perdiendo la esperanza, pese a ser “la chispa que encenderá el fuego que acabará con la Primera Orden”. Sin embargo, este tono más oscuro contrasta con la colocación de algunos gags que rebajan por instantes la oscuridad, pero que conjugan a la perfección. De ahí el riesgo.

La ‘Fuerza’ de los personajes

Como suele ocurrir, los personajes suelen crecer y cambiar – como la vida misma – en las películas. Posiblemente, en mi opinión, estamos ante el mejor Luke Skywalker de toda la saga. Un Luke al que ha consumido la culpa – a la par que el miedo - por ‘haber creado’ a Kylo Ren. Mark Hamill está inconmensurable, como nunca antes se ha visto.

Pero no se puede perder de vista ni a Daisy Ridley, ni a Adam Driver, ni a John Boyega. El enigma sobre Rey sigue sin resolverse. Todavía no sabemos de dónde le viene esa comunión tan poderosa con la Fuerza, aunque Ridley deja detalles de gran actriz y de adquirir un peso específico delante de la cámara inusual. Su personaje va madurando y entendiendo más lo que significa ser un Jedi. Aún le falta mucho aprendizaje, pero deja patente que estamos ante una Jedi – por fin – de dimensiones descomunales.

Por otro lado encontramos a Ben Solo – o Kylo Ren, como prefieran -, interpretado por un soberbio Adam Driver que vemos cómo el lado oscuro está más presente en él. Las dudas con las que se nos presentó a Ren en la primera película de esta trilogía van en aumento y provocan que la vileza de este personaje se multiplique por doquier.

Sobresaliente vuelta

Los últimos Jedi sobrepasa con nota lo presentado en El despertar de la Fuerza. El buen sabor de boca se mantiene y diría que se propaga como la peste. La ilusión crece y los fans vuelven a confiar en un proyecto que no puede estar en mejores manos. Un filme que también tiene llamadas a la nostalgia gracias a Mark Hamill, Carrie Fisher – a quien le dedican la cinta en los créditos – y una aparición inesperada y maravillosa que casi hizo llorar de emoción a los presentes. Por no hablar, una vez más de la genialidad de banda sonora perpetrada por John Williams, sin la que Star Wars posiblemente no hubiera sido la mitad de lo que es. El compositor vuelve a sacarse un conejo de la chistera para aderezar una película idílica y magistral. John Williams y Star Wars van de la mano y es la mejor pareja posible. 

Lo malo es que después de dos años de espera, llegan otros dos para ver dónde desemboca esta trilogía a la que nada más que le queda ya una cinta para poner el broche de oro a la historia de los Skywalker. Una sobresaliente maravilla que te invita a revisionarla una y otra y otra vez, hasta el hartazgo. Así lo haré yo.