La remarcable La Petite Dernière marca a buen ritmo la vida de Fatima -una excelente Nadia Melliti- , la tercera y última hermana de una familia franco argelina asentada en los suburbios de Paría que se verá atrapada en un conflicto interno solo manifestado a través del silencio y las renuncias. En la película de Hafsia Herzi, recientemente presentada en el festival de Cannes y proyectada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, se solapan dos tragedias principales, que no únicas. 

La primera, marcada por el dolor del autoconocimiento en un contexto, que sin ser hostil por sí mismo, sí pauta algunos aspectos de la personalidad de la protagonista; y la segunda, la que refleja el fracaso universal del desamor. Es quizá este punto, que mucho tiene que ver con la velocidad con la que se suceden lo que serán recuerdos centrales de la protagonista, el más diferenciador de lo que entendemos por una película sobre salir del armario. 

Lo queer en el foco pero no en el centro

El film de Herzi no está sujeto a esquemas previos, y según transcurren las escenas -la película va de menos a más- se vuelve tan modulable como la propia existencia. Hay mucha vida palpitando bajo el descubrimiento del lesbianismo. La fe y la salud mental, bocetos trazados con cierta sensibilidad, no terminan de ser explorados en profundidad, pero su atisbo mantiene la potencia a lo largo del metraje, que prefiere centrarse en la sexualidad o más bien, la hipersexualización, una rama que resulta tan interesante como lo serían estas. La deriva de relaciones vacías y superficiales de Fatima como reacción a la pérdida de la mujer querida vuelve a dar un giro a una película llena de aristas.

La Petite Dernière se mueve en una escala de grises, donde la sexualidad puede ser liberadora pero también absorbente y en la que se superponen distintas heridas humanas. Cuando piensas que el detonante será la familia de Fatima, descubriendo su "doble vida", o el vértigo de la protagonista ante una relación que comienza a estar cimentada en medio de una posible crisis de identidad, son finalmente los problemas de salud mental de Ji-Na los que acaban con el vínculo. Es decir, existen más reveses vitales que no tienen nada que ver con ser LGTBI

De esta manera, la historia acierta especialmente en su narrativa, demostrando que Fatima no es ni una víctima torturada ni una inocentona deslumbrada por un mundo nuevo y perfecto, y que, por tanto, su descubrimiento no es uno, son muchos. La directora franco tunecina consigue crear una película viva, honesta y muy disfrutable, separándose en cierta medida de los clichés que rodean los coming of age actuales. 

El pulso de la vitalidad

Otro punto a favor de la película de Herzi es el acercamiento al Islam y sus devotos, especialmente en clave queer. La familia de Fatima es musulmana y practicante, pero no exacerbada. Su entorno, aunque sí conservador, no es castrador. El núcleo familiar reproduce jerarquías machistas, como casi en cualquier casa, pero no es sádico, ni cruel, ni especialmente autoritario, ni todos esos adjetivos que acostumbramos a enumerar cuando se trata de homosexualidad dentro de una comunidad de Oriente Próximo.  En este sentido, la directora sabe separar conceptos y mostrar que la unidad familiar, atravesada por lo sacro, no tiene por qué ser el agente de conflicto. La dicotomía tradicional y sangrienta se destiñe en esta película, dejando abiertas la posibilidades de una vida plena pero también agitada. 

Son los propios dogmas de la religión los que asfixian a Fátima, no los integrantes de su familia. Es la fe en sí misma lo que la joven encuentra irreconciliable con su estilo de vida, que por otra parte, cada vez tiene más asumido. Lo interesante del metraje en este sentido, es que no presenta un conflicto demasiado externo, como si comenzara in media res. Desde el inicio, vemos a una Fatima totalmente cómoda con su expresión de género, dentro del espectro que se entiende como masculino, resiliente y austero. Tampoco somos testigos de ataques o referencias homófobas muy directas. No es un drama que se recrea en sí mismo, sino que apunta hacia espacios tristes y vacíos con los que cualquiera podría lidiar.

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