Hace pocos días, unas doscientas discográficas independientes (viene a significar pequeñas) han anunciado que abandonan Spotify, la aplicación nacida en Suecia que permite escuchar música en el ordenador o smartphone de forma gratuita o con diversos modelos de tarifas que evitan la publicidad. En el centro de las disputa están las remuneraciones que Spotify paga a los sellos para que estos integren la música de sus artistas en el sistema. Al parecer, esto no compensa el descenso de ventas de soportes físicos que supone la actividad de Spotify u otros programas similares - además de los ilegales-, por lo que la decisión ha sido la de dar un paso atrás y volver a intentarlo por el método tradicional. También es cierto que existen rumores de cierto trato preferente por parte de Spotify a las discográficas más grandes, ya que estás de momento no han dicho esta boca es mía y parecen satisfechas con su relación.

Más allá de la disputa puntual y el órdago para buscar un mejor trato por parte de Spotify, estas pequeñas discográficas saben que no existe futuro para sus grupos fuera de Internet. Es más, cada día que pasa ese margen es más estrecho. Quizás dentro de poco apostar fuerte contra Spotify suponga el ostracismo. Ahora no estás porque no quieres, y dentro de nada no estarás porque no te dejan. Uno puede empeñarse en seguir vendiendo vinilos como legítima aspiración en la reivindicación de lo vintage, pero la cosa se complica cuando se quiere obligar a los demás a comprarlos, mientras la tecnología ya nos ha puesto las cosas más sencillas. No es una batalla perdida. La guerra ha terminado. Cuanto antes lo entiendan los que dicen representar a los creadores de la industria musical, antes podrán ponerse a pensar su modelo de negocio para los próximos años, en vez de darse tiros en los pies mientras pelean contra su propio futuro.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin