El desarrollo tecnológico humano a veces tiene paradojas con un punto divertido. A principios de los noventa un nuevo formato para la música apareció con fuerza y en pocos años barrió a sus competidores. Los que nacieron en antes de los ochenta podrán recordar bien cómo aquellos compact discs relucientes sustituyeron a vinilos y casetes en las estanterías de los melómanos.

La revolución digital

Ahora el CD desaparece. Después de más de una década de lenta agonía, la última fábrica que aún lo producía en Estados Unidos eche el cierre y despide, de paso, a casi 400 trabajadores. Curiosamente la muerte del CD viene producida por lo que fue su gran fortaleza. La grabación y plasmación de la música en formatos digitales fue el principio de la revolución que todavía vivimos. Aquellos discos plateados permitían no solo meter más información, más música, en cada disco. También sonaban de un modo increíble. Eso sin hablar de las considerables ventajas de almacenamiento que presentaban.

El formato perfecto

Todos ganaban, especialmente la industria. Producir un CD constaba menos de un dólar. Luego en las tiendas ninguna bajaba de los veinte. Y los usuarios estaban felices por disponer de un soporte más ligero, de mayor calidad y portátil. En los años dorados, la fábrica ahora cerrada llegó a producir 11.000 millones de CD en 33 años. Pero como ya sabemos, tampoco la industria supo reaccionar a la segunda oleada de la digitalización de la música. Los responsables pensaban que los nuevos sistemas (desde el mp3 al actual streaming) nunca alcanzarían la repercusión del CD, dado que su calidad era mucho menos. De nuevo subestimaron la capacidad del público para decidir. Ahora, el fin de la producción de estos discos en la factoría de Terre Houte, en Indiana, Estados Unidos, es la certificación de una muerte anunciada. Esta fábrica, que también fue la primera que prensó CD queda ahora para producir Blu-Ray para videojuegos. El signo de los tiempos.