Terele Pávez cambió de siglo saltando de un tejado a otro a la altura de la escultura de Las Cuádrigas, en el centro de Madrid, con 61 años. Lo hacía como un desdoblamiento castizo de la imponente Trinity de Matrix, cambiando la chaqueta de cuero ajustada por una especie de kimono negro y zapatillas de estar por casa. Una guerrera costumbrista llamada Ramona.
Su persecución con Julia, el personaje de Carmen Maura, en La Comunidad (Álex de la Iglesia, 2000), fue la primera escena de la que oí hablar a mis padres sobre la película española más taquillera de aquel año, y a pesar del absurdismo con el que rompía la tensión general que envuelve a la recta final del metraje, no me la he podido quitar de la cabeza desde que la vi. También me ocurre con otros momentos del filme, como el primer plano en el que Maura se parte sus uñas rojas postizas apretándolas contra el bordillo de piedra del balcón del que se cuelga hacia la mitad de la película. O cuando un ascensor parte a Enrique Villén por la mitad.
El infierno en los otros
Que la película de De la Iglesia haya instalado algunos momentos clave en mi hemisferio derecho ocurre esencialmente por su uso de lo grotesco desplegado en un plano ordinario. Un edificio antiguo en el corazón del Madrid de las pesetas que podría ser el de cualquiera y que a la vez funciona de sociedad en miniatura. La Comunidad se parece a una tela de araña. Su narrativa, basada en ramificaciones de una película coral disparatada y enfermiza, se encuentra envuelta en capas de referencias culturales universales que encuentran un doble sentido perverso en la minigalaxia de De la Iglesia. Darth Vader practicando el onanismo. Marion Crane tonteando con un cubano. La Colmena disfrazada de colores pastel decadentes. Nicole Kidman en una Dogville madrileña.
En ese sentido, el director vasco acertaba de lleno con el arquetipo de la forastera repudiada por un todo, un núcleo duro que sustenta y propicia un modo de vida enfermo pero cálido entre los que forman parte de él. Todos los vecinos del bloque encuentran cierta paz en el espionaje constante en el que se vuelve su día a día cuando el anciano cobra el dinero de la quiniela. Hay algo de esperanzador y hogareño en su subsistencia común que les hace rechazar a Julia por "no ser uno de los suyos", como dice el personaje de Terele Pávez.
La femme fatale con remordimientos
Las referencias a Alfred Hitchcock son evidentes. El viaje de Julia como antiheroína a lo Psicosis nos regala un personaje femenino que escaseaba en el cine español durante principios de este siglo. Una protagonista fuerte y de dudosa moralidad que finalmente únicamente pretende sobrevivir, algo parecido a lo que había hecho Victoria Abril en Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto unos años antes, pero que en manos de Maura, vestida con un dos piezas a lo Jackie Kennedy y rodeada de vecinos algo psicópatas, abría una nueva e inexplorada vía para las actrices del momento. Finalmente, Julia terminaba recompensada por el universo en esta narrativa, en un desenlace antiheroíco que no pretendía servir una moraleja.
De la Iglesia también homenajeaba al inglés en el inicio de la película, que ya vaticinaba la fábula macabra y retorcida que se avecinaba, con rótulos y gráficos que recuerdan a los de Saul Bass, el creador de carteles como el de Vértigo.
Los títulos crédito de “La comunidad” (2000) son un MARAVILLOSO inicio para una de las mejores películas de Álex de la Iglesia @alexdelaIglesia
— Pau Brunet (@PauBox) May 11, 2025
Son obra de Juan Gatti en colaboración con Jorge Calvo y un homenaje total al mundo de Saul Bass. pic.twitter.com/1Zkom5Yy5W