Cualquier subsuelo contiene partículas degradadas bajo la capa superficial de las cosas. No puedo olvidar a Dostoievsky y sus Memorias (o apuntes) del Subsuelo, y, por supuesto, pienso en lo inconsciente, lo primario, en el sentido de primordial, ancestral y también oscuro. Esta novela del argentino Marcelo Luján es, precisamente, una de esas obras que yo quiero leer. Impecables desde el punto de vista de la organización de la historia y de la verosimilitud, con capacidad de mantener la atención del lector, con estilo y belleza,  y con un decir que no es del tipo superficial que está hoy en boga, sin que ello la vuelva densa o difícil.  Una novela que trata de profundizar, ahondar, excavar, abrir, taladrar. Da posibilidades a la relectura, actividad de los lectores que se precian, ese fino placer al que siempre Borges aludía.


 ¿En qué consiste lo valioso de esta novela? En la serie de sucesivas capas que contiene. La primera (la que cualquier lector advierte) muestra una historia de suspenso muy atrapante que no desdeña la crítica social sutil y el manejo de la ironía. Los personajes además de creíbles (con muy buen uso de los registros del idiolecto adolescente) tienen un trabajo psicológico interesante, especialmente en los mellizos y su madre -Mabel- una argentina transplantada a España en los años de la dictadura, diversos personajes sugestivos y hasta un jardinero misterioso. También en esta capa está el buen uso de los espacios, la importancia que tiene para el lector ver lo que sucede. En esa primera capa, obviamente, está la rigurosa trama, sabiamente urdida y con material narrativo de primer nivel.


La segunda capa tiene que ver con una técnica narrativa original. Hay un narrador absolutamente omnisciente. Confieso que nunca me gustaron los narradores omniscientes que me remiten un poco al siglo XIX y a una manera de encarar el mundo narrativo como demiurgos o dioses. Este narrador es muy diferente. Se dice, se desdice, anticipa pero no cuenta, y al final de la historia presenta de nuevo escenas del principio como para profundizarlas, repite emblemas (palabras que en la repetición se resignifican), juega con la información.


Pero hay más. Las terceras capas son el postre que espero en las novelas, no buenas sino muy importantes o grandes o como nos guste adjetivarlas. Ese algo es como otra cosa, algo cercano a la ‘poiesis’ (en griego puede traducirse como un “hacerse”, crear un nuevo universo al borde del vulgarmente real). No me refiero al  posible elemento de literatura fantástica, que puede estar o no estar, pero no importa. La clave  podría estar en una alusión del epígrafe de Jacques Lacan: “Sólo los idiotas creen en la realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo”. Ya sabemos que en un mundo lingüístico lo real ‘es imposible’ para Lacan.  La aparición de la palabra ‘inmundo’ suena paradojal: no está pero es inmundo. Es precisamente ‘innombrable’. Ahora sí estamos en el verdadero mundo de esta novela: el subsuelo. Ese clima de fatalidad de las tragedias griegas ¿lo dan esas hormigas que están por debajo de la superficie? No solamente. También está lo siniestro y quiero alejarlo de cierta idea macabra  para aludir a la reminiscencia freudiana: lo extraño de lo habitual. El pantano, la noche envenenada, son nombres de las últimas partes del libro. ¿Qué pantano es ése? El pantano del fondo de la conciencia. El veneno de las pulsiones continuas (sexualidad pero ligada a traiciones, mentiras, venganzas: una sexualidad compleja). Y luego cierto animismo propio de la poesía: la complicidad del verano, el hielo, los árboles altos, el cielo azul oscuro del valle y tal vez hasta el pantano como lugar, no como símbolo. ¿Se trata de metáforas? Sí y no. Como sí y no son culpables de la trama, según el particular narrador que todo lo sabe pero duda. La piscina es un lugar casi sagrado donde ocurren las profanaciones. La reina de las hormigas en la descabellada imaginación de un personaje puede ser grande como un gato y la hormiga obrera última (y también la del final del libro) actúan en el borde, no sólo de la piscina sino del universo de palabras (tan parecido al nuestro). Lo inmundo puede ser entonces lo que está fuera de control. O lo que no se piensa. O lo que se piensa, pero no en palabras. O lo que bordea esta verdad que podría decir Lacan ‘hace agujero en el saber’. Y también los mellizos como más que hermanos. Y el amor-odio o mejor el odio-amor adentro mismo del vientre primario.


 Esta es la oscuridad, el otro lado, el subsuelo propiamente dicho. Es más por esto que por ninguna otra cosa que puede ser ‘novela negra’. Porque se excava y se taladra: ya lo dije al principio.