En un año plagado de biografías, La teoría del todo se presenta como quizá la más pura de todas ellas en cuanto a su desarrollo dramático; y sin embargo, y curiosamente, acaba derivando en algo diferente, alejándose del que es en teoría el tema principal, la vida de Stephen Hawking, interpretado por Eddie Redmayne, quien entrega una compleja interpretación en el plano físico al dar vida al famoso astrofísico desde su juventud hasta su encumbramiento internacional, ya postrado en silla de ruedas. Redmayne lleva a cabo una composición sensacional en el plano físico, transmitiendo a la perfección no solo el deterioro físico, sino también como este afecta a su interior, proyectando muy bien cómo, al final, tan solo le queda la mirada para expresarse (dejando de lado la creación del famoso dispositivo que le permite comunicarse verbalmente). Y aunque no se pierda en momento alguno este centro alrededor del cual gira la historia, lo cierto es que poco a poco la película se va adentrando en otros derroteros igual de interesantes, aunque para ello deba dejar por el camino cuestiones en relación a Hawking que quizá serían de esperar.



Volviendo al tema de las biografías de este año, una de las cuestiones que han desatado en general ha sido que en casi todas ellas se encuentran llenas de eso que suele denominarse licencias narrativas y que no es otra cosa que soslayar temas, modificar datos, eludir sucesos o modificar acontecimientos en beneficio de la ficción. A partir de ahí, cada cual debe asumir su postura ante la biografía planteada: habrá quien reniegue al no encontrar, como si eso fuera posible, la autenticidad de la historia planteada, indagando en libros y en Google en busca de si eso o aquello es verdad; o bien quien asuma que toda historia, al fin y al cabo, depende del punto de vista y que incluso elementos considerados objetivos son en realidad subjetivos y que mejor dejarse llevar por la ficción; y, finalmente, quien considere que todo relato biográfico o biopic, en el fondo, no es más que un interpretación de los hechos a partir de los cuales plantear algo más, es decir, partir de algo real para transformarlo y hablar de aquello que subyace bajo la llamada realidad.



La teoría del todo está basada en la autobiografía escrita por Jane Hawking, interpretada por Felicity Jones, actriz que este año se ha descubierto con dos grandes interpretaciones, la que nos ocupa y la de La mujer invisible, en ambos casos, curiosamente,  aunque con sutiles diferencias, como la mujer tras el genio. Entonces, el punto de vista de la narración está sustentando en la mirada de Jane, es ella quien narra desde su perspectiva cómo fue la relación con Stephen y, a la par, el desarrollo de su enfermedad y sus logros profesionales. De esta manera, La teoría del todo se aleja en gran medida de la perspectiva del biopic y acaba convirtiéndose en un melodrama sobre un matrimonio sustentando en Jane, quien asume, en el momento de casarse con Stephen, los esfuerzos que deberá llevar a cabo para cuidarle en su proceso de deterioro físico, incluida la posibilidad de que fallezca en cualquier momento. Jones logra con su interpretación marcar a la perfección las diferentes fases de la relación de la pareja, desde el noviazgo lleno de pasión y perspectivas, pasando por los primeros compases de la enfermedad de Stephen y sus logros iniciales, la llegada de los hijos… y mientras todo esto sucede, Jane asume su papel de esposa hasta que descubre de manera paulatina todo aquello que ha ido dejando atrás y que quiere recuperar. En este sentido, La teoría del todo es el relato de una mujer que tras ocupar parte de su juventud en ayudar a su marido, llegado un determinado momento, debe enfrentarse a sus propios deseos y a la necesidad apremiante de realizar algo por ella. Y esto, que parece tan evidente y obvio, es mostrado en la película con un estupendo trabajo de introspección, jugando con las miradas y con los gestos de los actores.



A partir de las memorias de Jane, James Marsh, el director, y Anthony McCarten, el guionista, construyen una película lineal y cronológica que no busca el efectismo ni introduce giros narrativos, sino que dejan que la historia se desarrolle, que evolucione dramáticamente en busca de una sucesión lógica que, si bien apenas presenta sorpresas, está bien medida y cuadrada. Marsh y McCarten pueden resultar convencionales en su tratamiento del material, uno en la construcción del guion y el otro mediante unas imágenes con las que rehúye cualquier atisbo de manierismo y opta por despojarlas de todo ornamento para que sean claras y directas. Marsh rueda con enorme elegancia y quizá pueda resultar anodino, poco más que resolutivo, pero la verdad es que La teoría del todo funciona en casi todo momento.



Sin embargo, y aunque el desarrollo dramático de la pareja funciona, lo que acaba echándose de menos en La teoría del todo es, como decíamos, que Stephen Hawking, aunque presente en todo momento, parece desdibujarse en la narración a pesar que su evolución como astrofísico y sus logros queden bien patentes. Quien busque en esta película una explicación o una narración en este sentido quizá quede decepcionado con la obra. Y es de agradecer que la enfermedad de Hawking quede planteada de modo casi natural, sin histrionismo, con cierta frialdad incluso; que sus investigaciones y sus hallazgos, de gran importancia, sean expuestos como un elemento relevante pero sobre todo en aquello que afectan a la intimidad y no tanto en busca de alabar su grandeza mediante discursos desmesurados. Esto conlleva que, como decíamos, quede algo desdibujado su personaje, pero una vez que se acepte las intenciones de La teoría del todo, entonces, se puede encontrar y disfrutar mucho más sus virtudes. Porque, al final, La teoría del todo, quizá sin proponerlo, acaba siendo una película sobre la mirada, no solo las de los dos personajes, cada uno trabajada de una manera diferente, sino también sobre cómo miramos a nuestro alrededor. Y, teniendo en cuenta a Hawking y su trabajo, quizá sea una manera magnífica de transmitirlo en pantalla.


Quien, volviendo al principio, asuma que una ficción no tiene siempre que se exacta con la realidad y que en ocasiones resulta más interesante el indagar en algo más, encontrará en ella una película resuelta, excelentemente interpretada y dirigida con gusto y elegancia. A esto se debe añadir la partitura del músico neoclásico Johann Johannsson, que ha creado unas tonalidades perfectas con unas texturas sonoras que no solo acompañan a las imágenes, sino que aportan comentarios emocionales a las situaciones y a los personajes.