El dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965) imagina para interrogarse. Escribe y hace teatro para “suspender al espectador ante una pregunta que no sé contestar”. Es licenciado en Matemáticas y doctor en Filosofía, así como uno de los autores teatrales más representados, traducidos y premiados. Miembro de la Real Academia Española y observador de los otros que habitan en cada persona.

"El teatro ha de golpear"

Edgar Borges: -Teatro para minutos (La Uña Rota), ¿arte breve para golpear lo aprendido?
Juan Mayorga: - El teatro ha de golpear. Al afirmarlo, se me viene a la cabeza aquello que decía Kafka de que el libro debe ser hacha que rompa el mar de hielo de nuestro corazón. ¿Golpear lo aprendido? Yo escribo más bien desde lo que no he sido capaz, todavía, de aprender. En cuanto a la brevedad, el creador teatral, como todo artista, sea cual sea la extensión física de su obra, ha de buscar que esta se extienda en el tiempo. No me refiero solo a que la obra trascienda el momento en que se realizó. Me refiero también, y, sobre todo, a que permanezca en la memoria del espectador, y a que intervenga sobre el pasado del espectador, haciendo que este revise lo vivido y lo viva ahora de otro modo.

E.B: - ¿La poesía es un punto de partida para tu escritura?
J.M: - La poesía es una mirada al mundo que exige distancia y rodeo. Aspiro a que mi teatro sea poesía, y no me refiero solo a la verbal. Aspiro a asaltar la palabra y a que el espectador salga del espectáculo con envidia y nostalgia de lengua, pero también aspiro a la poesía del gesto y de la acción.

E.B: -Tus personajes parecen ejes en medio de posibilidades opuestas entre sí.
J.M: - Cada personaje ha de ser muchos, como lo es cada persona. Yo intento poner a los míos en situaciones en que puedan enfrentarse a otras versiones de sí mismos. Y deseo que el espectador descubra en esos personajes otras versiones de sí mismo.

"Estamos rodeados y atravesados por ficciones interesadas que enmascaran la realidad"

E.B: -La realidad es una aceptación y la ficción un rompimiento, ¿estás de acuerdo?
J.M: - La ficción interviene en la realidad, la afecta, unas veces quebrándola, otras veces reforzándola. Estamos rodeados y atravesados por ficciones interesadas que enmascaran la realidad, confirmando lo que hay. Pero también hay ficciones que nos descubren que el mundo podría ser de otra manera. Que nosotros podríamos ser de otra manera. Ficciones que tienen un poder crítico y utópico.

Por otro lado, sea cual sea nuestra realidad, somos seres ficticios en los relatos de los demás y en los relatos que hacemos sobre nosotros mismos. Creo que algo de ello se expresa en una observación de Benjamin sobre el teatro calderoniano que tengo en cuenta cada día, según la cual el sueño no es para Calderón lo opuesto de la vigilia, sino una esfera que la envuelve.

"El teatro consiste en una reunión de ciudadanos en que se representan ficciones con las que examinar posibilidades de la vida humana"

E.B: -Pero la ficción también es un acto político que reitera y convalida un determinado argumento. ¿Qué persigue la ficción de Juan Mayorga?
J.M: - Construimos ficciones porque el mundo no basta. Las teatrales son siempre políticas, puesto que se realizan en asamblea. El teatro consiste en una reunión de ciudadanos en que se representan ficciones con las que examinar posibilidades de la vida humana. Se trata de un programa que se puso en marcha en Atenas en el siglo V antes de Cristo y en el que yo, modestamente, quiero participar.

E.B: - En una ocasión afirmaste: «El verdadero arte está hecho de valor, decir la verdad, aunque duela. No hay oficio más cruel que el del escritor, porque se expone, se desnuda y desnuda. Esa valentía, la de mirar algo de lo que los demás apartan la mirada, es el núcleo del talento mismo». ¿Falta valor en mucho de lo que hoy circula como arte?
J:M: - Buena parte de lo que hoy circula como arte es mercancía sin ninguna relación con la verdad. El arte tiene que doler, tanto si se expone la crueldad de la vida como si se celebra su belleza. Por eso, a veces he dicho que deberíamos hacer un teatro que asustase a los cobardes; que, al ver la puerta de un teatro, el cobarde debería alejarse, sabedor de que al otro lado de esa puerta puede sucederle algo grave.

"Yo no utilizo el escenario para convencer a nadie de nada, sino para suspender al espectador ante una pregunta que no sé contestar"

E.B: - ¿Contar para convalidar lo aprendido o contar para interrogarlo todo?
J.M: - Yo no utilizo el escenario para convencer a nadie de nada, sino para suspender al espectador ante una pregunta que no sé contestar. Tampoco publico mis obras o las llevo a escenario porque las comprenda, sino para que otros me ayuden a comprenderlas.

E.B: -Ante la realidad como valor absoluto, ¿qué aportan la matemática, la filosofía y la dramaturgia?
J.M: - Conocer la matemática educa en la imaginación y en la síntesis. La filosofía es un plan de vida comprometido con la interrogación permanente. Ambas, filosofía y matemáticas, como el teatro, examinan este mundo y conciben otros.

E.B: - ¿La idea y la primera escritura de un texto te llegan como un acto salvaje o siempre planificado?
J.M: - Hay ideas que me asaltan en un sueño, otras en un insomnio, otras mientras corro por el parque o mientras viajo en el metro. Cuando alguna de esas ideas se me impone, me encierro con ella y dejo que me guíe hasta donde quiera llevarme.

E.B: - ¿Recuerdas la pregunta de algún actor que te haya desubicado la lógica de lo que dabas por cierto?
J.M: - Una y otra vez he hecho la experiencia de que un actor me descubra algo para mí desconocido del personaje que escribí. Recuerdo, por ejemplo, cuando hace muchos años se presentó El jardín quemado en Londres. En los ensayos, un actor me preguntó si el personaje que él interpretaba, un poeta republicano, era de origen proletario o de ascendencia burguesa. Me impresionó que él se hiciese esa pregunta que yo no me había hecho.

"No me gusta hablar del público, sino del espectador"

E.B:  - ¿En qué momento te das cuenta que en lugar de espectadores estás ante un público?
J.M: - No me gusta hablar del público, sino del espectador. Kierkegaard llamaba al público “maestro de la indiferencia”. El público quiere absorber al espectador, reducirlo a público. Creo que el teatro ha de aspirar a conversar personalmente con cada espectador. El público me da miedo, como me da miedo una multitud cantando la misma canción. En cambio, siento respeto por cada uno de mis espectadores y quiero proponerles una conversación. Hago teatro a la búsqueda de interlocutor.