En Tierra de sangre y miel, su primera película tras las cámaras, Angelina Jolie intentó, sino hacer la película definitiva sobre la guerra de los Balcanes, sí al menos entregar una obra dura y perturbadora. Conseguía sus propósitos tan solo a medias, demasiado constreñida al discurso que quería transmitir ahogando con él una propuesta visual muy buena que denotaba que, quizá, la actriz podría tener cierta capacidad para la dirección, para la narración visual. Algo que constata en Invencible, su segunda película, a partir de un guion de los hermanos Coen y Richard LaGravese, con un planteamiento inicial muy bueno en cuanto a las imágenes que no acaba en ningún momento de tener una correlación con el tono épico y desmesurado de un relato de supervivencia, resistencia y redención.



Invencible parte de la vida de Louis Zamperini (1917-2014), hijo de inmigrantes italianos en Estados Unidos que durante su infancia presentó un carácter rebelde cercano a lo delictivo hasta que su hermano consigue reconducir su vida gracias al atletismo. Zamperini logrará correr en las Olimpiadas de 1936 en Berlín, pero el estallido de la guerra y su alistamiento en las fuerzas aéreas terminaron con su carrera atlética. La película se centra en su participación en la guerra con flashbacks sobre su infancia y su juventud como corredor que tienen más que un interés narrativo el propósito de mostrar algunos elementos claves para el posterior desarrollo de Zamperini, especialmente la educación religiosa que recibe y que es clave para entender Invencible así como la idea de superación en relación con el atletismo.


Jolie, con ayuda del excelente Roger Deakins, opta por una fotografía de tonalidades apagadas, frías, casi irreales, como si buscaran anular o minimizar la épica del relato mediante ese procedimiento, del mismo modo que con la búsqueda de Jolie de distanciarse del material narrado. Por otro lado, esa fotografía, que parece desvelada, aunque muy cuidada, parece hablar de la época, no tanto de su cine y de su momento, sino para transmitir más bien una cierta atmósfera lúgubre, triste. En esto, Invencible resulta sorprendente y encontramos en ello gran parte de los logros de Jolie en la película, porque proyecta personalidad en las imágenes.



Pero esa sensación casi espectral, que otros cineastas tan dispares como los propios hermanos Coen o incluso Steven Spielberg han trabajado para acercarse al pasado en los últimos años, queda finalmente desdibujada en Invencible cuando se impone el sentido desmesurado de la épica que recorre de principio a fin la película. Porque estamos ante una epopeya bigger than life en un sentido muy tradicional del cine estadounidense que, al recuperarlo, para lo bueno y para lo malo, termina por contrastar con esas imágenes apagadas. ¿Pretendía Jolie crear esa dialéctica? ¿Esa disonancia entre el tono de la historia y su visualización? La respuesta positiva a estas preguntas podría dar la clave de Invencible, sin embargo, creemos que no es así.


La épica de la vida de Zamperini se abre en dos direcciones. Una personal; la otra, general, como metáfora de algo más allá del individuo que en el contexto bélico en que se desarrolla Invencible resulta de una claridad absoluta al final. Pero en cuanto a la primera, que es mucho más interesante, encontramos el relato de un hombre que sufre el derribo de su avión cayendo al mar con dos de sus compañeros, quedando a la deriva durante mes y medio y teniéndose que enfrentar a todo tipo de adversidades; después, la captura por los japoneses que le internan, primero, en un campo de prisioneros y, después, en otro de trabajos forzados, enfrentándose con el sargento japonés en cuya lucha encontramos lo más logrado de la película desde un punto de vista dramático, con unas connotaciones que rozan la fascinación homosexual entre ambos hombres a través del poder sorprendentes pero que recuerda demasiado a Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Senjo no Merry Christmas, Nagisa Oshima, 1983).



Zamperini, en todo ese trayecto, sufre, y lo hace a lo grande. Jolie somete a su personaje a un itinerario martirologio en el que lo importante es levantarse después de recibir (y nuestro personaje soporta lo indecible: al partir de hechos reales debemos asumir que todo es más o menos verídico, pero hay ciertos pasajes de la narración que resultan poco creíbles desde la mera lógica). Jolie crea un relato bastante abstracto en tanto a que la historia avanza tan solo mediante bloques narrativos perfectamente delimitados y reconocibles pero en cuyo interior, aquello que acontece, está más centrado en mostrar la capacidad de resistencia y de supervivencia personal del personaje. Esa abstracción, sin embargo, no posee ánimo alguno trascendente sino simplemente la constatación física del horror que puede llegar a sufrir un ser humano y, sobre todo, la posibilidad de soportarlo para desarrollar una idea del perdón. Pero esto acaba creando una película tediosa y que avanza sin demasiado interés, por repetitiva, por buscar en muchos planos imágenes llenas de intenciones metafóricas que expliquen, o enfaticen, aquello de lo que ya nos hemos enterado de otra manera sin necesidad de incidir en ello.



Pero, sobre todo, el problema de Invencible es que acaba siendo un remix de subgéneros bélicos y recuerda, demasiado, a otras historias, a otras películas, sin conseguir el partir de ese material para reescribirlo o para reformularlo, contentándose con partir de sus estructuras para entregar ese relato épico del martirio de un hombre sorprendente y que sufrió muchísimo y que, gracias a ello, su vida después al parecer fue un camino de perdón, bondad y dedicación a Dios. Jolie sabe construir la película y narrar, incluso, presenta algunos detalles de dirección muy inteligentes, pero que, como en su primera película, acaba haciendo en Invencible una película en la que las ideas ahogan la narración.