El escritor y guionista Alex Garland debuta en la dirección con Ex Machina, curiosa cinta de ciencia ficción minimalista sobre la inteligencia artificial.
Caleb (Domhnall Gleeson), un joven programador, gana una invitación para reunirse con el enigmático Nathan (Oscar Isaac), quien vive en medio de la naturaleza desde donde dirige sus empresas alejado de la sociedad. Cuando Caleb llega, descubre que en realidad Nathan lo que desea de él es que se enfrente a Ava (Alicia Vikander), una robot dotada de inteligencia artificial, para comprobar si puede pasar por humana ante los ojos de cualquiera.
A partir de esa premisa, y jugando con todo tipo de referencias, tanto ajenas como propias, Garland construye una película que, de principio a fin, se mueve en el alambre, transmitiendo una cierta sensación de debilidad en la propuesta, como si en cualquier instante –y en algunos momentos ocurre- la película fuera a caerse por completo. Hay salidas de tono que rompen con el ritmo lento y pausado, pero no aburrido, de la narración, si bien este va creciendo hasta el final.
Ex Machina es una película de ciencia ficción de cámara: pocos actores (cuatro principales, por no decir que tres), un escenario reducido y todo ello mostrado a través de un elegante y minimalista sentido de la puesta en escena. Garland rehúye el exceso (aunque en esas salidas de tono rompa con su propósito en momentos puntuales) para elaborar una película que se mueve en los derroteros de las historias de los mad doctors y de la confrontación entre hombre versus máquina para al final acabar entregando una obra sobre la lucha de sexos. Que Garland haya apostado por una visualización geométrica en la que cada plano está perfectamente construido, enfatizando con ello el espacio cerrado en el que se desarrolla la mayor parte de la acción, crea una sensación racional y ordenada que contrastará al final con algunos elementos de la trama. Por otro lado, le sirve para crear un mundo cerrado en sí mismo, claustrofóbico. El contraste que crea entre los interiores de la casa y los paisajes naturales de los exteriores, que se perciben a través de los ventanales así como en las puntuales salidas de la casa por parte de los personajes, es revelador; primero porque enfatiza aún más la sensación de encierro, casi de asfixia, que se produce en las secuencias de interior; en segundo lugar, porque lo natural se enfrenta, en el plano visual, con la artificialidad de los robots, con la alta tecnología.
La película se estructura en base a dos enfrentamiento: Caleb y Nathan y Caleb y Ava (nombre cuya relación con “Eva” es bastante obvio). En el primer caso, se basa en la relación genio-discípulo, primero fundamentada en la fascinación, después en la desconfianza, finalmente en el enfrentamiento directo. La segunda, en cambio, y mucho más interesante, se basa en las conversaciones entre Caleb y Ava (con una Vikander excelente), cuyas charlas derivan de lo rutinario a un juego de seducción, con intriga detrás, en el que Ava va poco a poco llevando a Caleb hacia su terreno. Ambos enfrentamientos, evidentemente, confluyen en todo momento y crean un triángulo entre los personajes en el que todo se presenta como un juego de espejos en el que se presiente nada es lo que parece.
Lo interesante es que la seducción entre Caleb y Ava responde, de manera totalmente voluntaria, a la clásica fórmula de las tramas románticas más al uso y que Garland se ocupa, al final, de dar un giro radical para, desde la ironía, desmontar todo lo anterior. Y lo hace, además, para desarrollar una cierta reflexión sobre la razón y la emoción, sobre el poder de los sexos, sobre qué es aquello que acaba haciendo a Ava parecer más humana. La inteligencia y la acumulación de datos de Ava son tan importantes como el conocimiento emocional de los hombres, sobre cómo poder manipularlos. Si a esto se añade la colección de mujeres-robot que posee Nathan, el final, no puede ser más revelador sobre las intenciones de Garland.
Ex Machina no es una película redonda, pero sí lo suficientemente inteligente y bien construida, que consigue trabajar elementos más o menos reconocibles, tanto en el terreno argumental como en el visual, para conseguir entregar una obra original, muy personal. Desde un concepto de la ciencia ficción más intimista, se centra en los personajes, en sus interacciones, en los diálogos y, esto es muy importante, en las miradas, porque en ellas se va desvelando sus intenciones. Las cuales nos conducen a un final acelerado y un tanto excesivo que rompe con la armonía tonal del resto de la película, aunque no lo suficiente como para evitar que la primera película de Garland sea una obra más que apreciable y disfrutable.