Vagar la mente en los porqués de las cosas y mirar una y otra vez hasta que los lugares nos revelen sus secretos son acciones que definen la actitud que transpira El otro Kioto (Alpha Decay), de Alex Kerr y Kathy Arlyn Sokol. También tomarse las cosas con calma. La lectura, o quizá se podría calificar como inmersión, resulta un viaje que transmite serenidad. Hay lecturas que son remansos en sí mismas. En la introducción, Alex Kerr (1952), restaurador de casas antiguas, y amante de lo antiguo (ese tiempo que parece abstracto, cuando se tomaban las cosas con calma), comparte que este libro se gestó a través de unas conversaciones con la escritora Kathy Arlyn Sokol, con quien visitaba a menudo templos en Kioto. Ojalá tuviéramos por escrito las cosas que dices mientras caminamos por estos templos. Creo que deberíamos compartir nuestras conversaciones con el mundo, propuso ella. Las frases se sienten como pasos de una conversación. Me retrotraía a los paseos literarios de Peter Handke, paseos físicos, de la mirada y del mismo lenguaje. Es una literatura de umbrales, los que despliegan en la mente los pasos de quienes ponen los oídos en su sitio, acorde a la frase de Confucio que cita Kerr: Cuando llegué a los sesenta, mis oídos estaban en su sitio. Las palabras abren senderos, según su relación con un contexto, como la misma palabra grieta: En estas charlas Katy y yo descubrimos que el punto de partida podía ser algo tan trivial como las grietas en los tatamis. Vagando a partir de ahí, pero sin pisar jamás una de aquellas grietas, llegamos a conclusiones inesperadas sobre la sociedad japonesa. Remarca que no es un tratado erudito, ni una compilación de datos. Incluso, muchas de las cosas que os voy a contar puede que resulten no ser verdad. Aunque debieron de serlo.

Esta lectura tiene bastante de ensueño. Se percibe en la vivaz escritura, de modo manifiesto, la materialización de la mirada excéntrica, la mirada que busca cualquier ángulo, y atraviesa apariencias. El tiempo de ensueño también existe en el zen (…) tiene un gusto particular por lo extravagante, fomentado por el ideal de un seguidor del zen, alguien que vive en un plano más allá de todos los convencionalismos de la gente corriente. Son nueve los pasos, o las estancias, que componen este libro (puertas, muros, suelos, tatamis, estilos caligráficos, puertas correderas...). El comienzo del viaje, que es sucesión de umbrales, se realiza a través de las puertas. Una invitación para liberarnos.

Antiguamente, la puerta significaba mucho más. Cuando la gente la franqueaba, creía haber atravesado una frontera absoluta entre el exterior y el interior. En la puerta, culminabas tu viaje para llegar ahí; empezaba un nuevo viaje, el viaje interior. (…) Atravesar una mon (puerta) acabó significando iniciarse en un secreto religioso o artístico. (…) La palabra liberación tiene que ver con lo que dejas atrás cuando entras, es decir, se acerca mucho a la idea balinesa de que una puerta es una salida de tu vida cotidiana. Por cierto, las tres cosas de las que te libera son la avaricia, el odio y la insensatez.

Se suceden las interrogantes ¿Tienen puerta las puertas?, que confrontan con paradojas, ya que son espacios abiertos y diáfanos entre los pilares. Las paradojas son constantes. Como si fuera un personaje de Lewis Carroll, juega con el lenguaje. Se inventa el término liminación, a partir del concepto antropológico liminalidad, umbral algo vago que no es una cosa ni otra. Para Kerr liminación significa trazar líneas, disponer las cosas de tal manera que se ve que cada espacio, por separado, tiene un uso concreto, y que estos espacios, a su vez, están separados de otros espacios mediante barreras. Esa es una coordenada fundamental para comprender y desenvolverse en la cultura japonesa. Pero si atraviesas el espejo, como ya señalaba, las paradojas se esparcen con su lúdica sonrisa: Chirashi (esparcir), es el arte de dejar caer las cosas de manera aparentemente azarosa, pero de un modo que resulta muy satisfactorio (…) el arte del caos satisfactorio. Es la versión humana de los procesos caóticos de la naturaleza, como las líneas de costa y las piedras erosionadas, que también nos proporcionan un placer inexplicable (…) el súmmum de lo japonés. Por supuesto, como sucesión umbrales, hay diversas puertas, o pasos y estaciones, como en el mismo libro. Esto tiene que ver con la idea de progresar por etapas, de avanzar paso a paso, de ir de lo mundano a lo sagrado (...)la idea la iluminación se obtiene poco a poco, iniciación tras iniciación.

En cuanto a los muros, se precisa, de entrada, que a diferencia de las catedrales occidentales, los templos y los santuarios no son <<una única cosa>> . Son un complejo. El concepto garan surge de la cosmología hinduista, según la cual el universo gira alrededor de la montaña llamada Monte Sumeru. (…) por eso, los templos suelen recibir el nombre de <<montañas>> (…) Estás ascendiendo el monte Sumeru. Y a su alrededor siempre encontrarás el Muro cósmico. La narración se define por su ligereza y fluidez, como se destaca en la configuración espacial la regla de la ligereza: los setos y vallas nos llevan en una dirección particular, ocultan unas vistas a la vez que dirigen nuestra atención hacia otras. Las direcciones son imprevisibles y múltiples. Lo mismo con el tiempo: La procedencia de una piedra en un jardín, crea un vínculo con el pasado que nos recuerda la multitud de capas históricas que tiene Kioto. Los ángulos no dejan de abrirse, como fisuras, pero las fisuras gestan senderos, nuevas conexiones, o iluminaciones. Es cuestión de ajustar, o graduar, una y otra vez, el encuadre, como la mirada que mira de nuevo, como buena mirada atenta. Entre lo que parece y lo que es hay una fina y difusa frontera que se dotará de presencia en la medida que la mirada observe con detenimiento. La flexión de la mirada que contiene en su misma acción, por la reincidencia, la reflexión que precisa el discernimiento.

El arreglo floral tiene una men (cara). Para que las líneas de las ramas, las hojas y las flores muestren el efecto deseado, hay que contemplarlas desde una dirección concreta. El arreglo floral se coloca en un punto – un tokonoma, un altar u espacio formal- desde el que se admira un ángulo y altura en particular. Lo mismo sucede con los jardines. Los jardines zen clásicos no se deben confundir con la naturaleza, son un cuadro de la naturaleza, por lo que se han de enmarcar, igual que las pinturas, que, tanto en China como en Japón, se montan como rollos o biombos

Otra estancia o paso nos conduce por uno de los aspectos que mejor pueden definir el pensamiento estético japonés, los tres estilos caligráficos, Shin Gyo So. La primera se traduce como verdad, la segunda es una escritura no trazo a trazo como la anterior sino a vuelapluma, y la tercera son como garabatos que asemejan a lo que que significa la palabra, hierba. Pero otra manera de pensar en estas técnicas en tinta es con los términos <<realista, impresionista, abstracto>> (…) El espacio ha pasado de lo compacto a lo intermedio y a lo amplio. (...) de lo material a lo inmaterial (…) de la distancia al término medio y, en último lugar, al primer plano. (…) Esto nos da una pista para entender el secreto de las artes japonesas: El shin y el so siempre coexisten y se esconden uno detrás del otro. Las paradojas se esparcen.

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Luego, nos guía por los suelos, la regla del Kamiza-Shimoza, o cómo la sala fluctúa de lo más a lo menos elevado, cómo unos pocos centímetros de tatami bastaban para conjurar la mística. Una cartografía que indica posiciones, quién debe ocupar un espacio y otro, en qué lugar en concreto de la estancia. Es el espacio cultural, de las interrelaciones sociales, trazado sobre las líneas. Una puntillosa cartografía que determina una coreografía. La realidad como pasos de baile.

Las culturas que se quitan los zapatos y que hacen la vida en el suelo desarrollan un culto sobre la manera de caminar. (…) Los tatamis articularon una configuración mental (el comportamiento compulsivo se reforzaba y refinaba constantemente y, así, acabó siendo arte. La manera en que el invitado al salón del té camina por allí, entra, sale, avanza para coger el cuenco y se retira para llevárselo es toda una coreografía.

Las puertas correderas (Fusuma) transfiguraron los espacios interiores, e incluso la mirada, los pliegues de la percepción, el discernimiento de la realidad, agudizando las paradojas, o los difusos límites entre Arte y vida. Hasta la llegada de los fusuma no se pudo ver una pintura japonesa potente y osada (…) parece que primero llegaron los grandes espacios y luego vino la sensibilidad. Las puertas correderas encontraron su vertiente portátil en los biombos.

Como los paisajes de las fusuma o los biombos suelen ser tan grandes, podrías estar contemplando una pintura y sentir que estás mirando montañas, jardines, hierbas y sauces. Pero huelga decir que, si estás sentado en una habitación y contemplas la vista del exterior, segmentadas por pilares a intervalos regulares, también podrías empezar a sentir que estás delante de un biombo.

Nos ilustra cómo el blanco es el color japonés, y nos orienta por los trazos, los kanji, ideogramas. Como los kanjis contienen muchas capas de historia, cada uno está rodeado de un radiante arco iris de sentidos. Representa algo que va más allá de una palabra al uso. Pero el lenguaje japonés es aún más complejo: Japón combina los kanjis y los dos silabarios. En las estancias o pasos de los templos, las placas son las señales orientativas en los procesos o senderos de conocimiento. Las salas disponen de nombres, como La sala de hacer girar la flor.

<<Hacer girar la flor>> es la abreviatura de la expresión <<hacer girar la flor y sonreír ligeramente>> que se refiere a la historia de la primera transmisión del zen. Buda estaba compartiendo sus enseñanzas de el Pico del Buitre, dando uno de sus sermones. Decenas de miles de discípulos estaban congregados ante él esperando recibir su sabiduría. Pero, en aquella ocasión, en lugar de pronunciar un sutra largo y filosófico, se limitó a sostener una flor y a hacerla girar con la mano. Entre la multitud congregada, una persona sonrió levemente, y así se produjo la transmisión del zen. Aquella persona entendió la sabiduría sin palabras. La placa dice lo que es el jardín: una transmisión sin palabras. Pero lo dice con palabras, eso sí.

Y eso hice tras concluir esta gratificante lectura iluminadora. Sonreí