El alfabeto alado (Acantilado), de Mario Satz, está compuesto por breves fábulas, ensoñaciones, en las que la mente y el lenguaje se estira como un gato cuando despierta pero aún no se ha desprendido de las partículas del sueño. Ese estiramiento es como un umbral, y es al que nos confronta la música de estas fábulas que no saben de límites sino de conexiones. Las mariposas son nuestros sueños y pensamientos, reflejos de nuestro modo de relacionarnos con la realidad, o la sugerencia de sus posibilidades. Su lectura nos incita a arrebujarnos en el sueño, como un narcótico embriagador, y a la vez despeja nuestros sentidos. En la fábula que da título al libro, alguien le cuestiona al entomólogo que asegura haber detectado en diferentes mariposas cada una de las letras de nuestro alfabeto que era él quien escogía las letras que quería ver, Sandved le contestó que las más recientes teorías físicas avalaban su percepción, pues el observador modifica lo mirado, o por lo menos lo condiciona.

Modificación o condicionamiento del observador. Metamorfosis de la mirada. La exploración de lo real como deslizamiento, como gestación y consolidación de intercambios, y siempre entre las escurridizas sombras de la ilusión: El filósofo Chuang Tzu no fue el único en soñar que era una mariposa que soñaba que era Chuang Tzu, experiencia en la que un extraño sabor a polen en los labios le dio testimonio al despertar, si es que puede denominarse despertar a ese estado en el que uno ve su entorno en plena danza de partículas y formas, engendrándose a sí mismo y desapareciendo bajo la máscara de nuevas partículas y formas. (...) En cada una de esas metamorfosis, el sueño parece ser el factor de cambio, una zona de deslices e intercambios, el más veloz teatro de las ilusiones que se conoce.

El alfabeto alado pertenece a esa singular estirpe de obras excepcionales como Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, o Sueños de Einstein, de Alan Lightman. Satz nos envuelve con la coreografía de sus palabras, porque su narración se torna aleteo entre metáforas que calan como la película de una transfiguración. Y logra ser una experiencia física que propicia que cada fábula se deguste como si no fueran tres páginas sino el relato de una existencia en diversos tomos. Esa es la cualidad de su naturaleza embriagadora. Cada dosis ya es un universo: Las endorfinas, se sabe, son una droga interna que se expande por el organismo en situaciones de éxtasis o de relajación profunda. La música y también el amor o un sueño maravilloso puede liberar endorfinas. En pocos instantes pasamos, bajo su efecto, de la nada a la madurez del símbolo, que como un fruto dulce se abre ante nuestros propios ojos. Entonces el mundo no nos parece absurdo sino pleno de sentido, magnífico. El haiku o poema japonés dice más o menos así: De todas las hojas caídas, sólo una intenta volver a su lugar: la mariposa.

Cada fábula de El alfabeto alado explora un ángulo que se va hilvanando con el resto como si perfilaran un cuerpo. Un cuerpo que siembra interrogantes sobre la constitución escurridiza de la realidad. ¿Y cuál es nuestra posición?. En la interrogante está el principio, en la especulación que juega con las posibilidades y destierra los cercos de certezas que sólo restringen como cuadriculas. Algunos maories de Nueva Zelanda creen que las mariposas transmigran como las almas, y otros que en realidad existe un sólo ejemplar que crea la ilusión de ser muchos, exactamente como la mente de un solo ser humano puede, a lo largo de una vida, tener muchos sueños, pensamientos y fantasías partiendo de la misma cabeza. ¿Cuál es la relación con los otros, sobre qué se fundamenta? Se generan conexiones, pero también desencuentros, hasta se subliman estos en nombre de una difusa pasión, o se configuran escenarios cimentados en la rivalidad como si la beligerancia fuera la única manera de camuflar, o sublimar, una incapacidad. Así también ocurre entre los seres humanos, pues sólo se comprenden entre sí aquellos que están atravesando la misma fase vital. El resto es una danza de equívocos y un juego de aproximaciones.

Y de modo más específico, ¿qué es esa singularidad denominada amor?: Las flechas de Kama, el amor son las únicas que, disparadas con rectitud, acaban por dibujar un círculo. O: Tan completo fue el abrazo que se dieron Shirin y Cosroes, que ni el yo, ni el tú, ni los demás pronombres hallaron lugar entre sus pechos, pues el mar del amor no tiene costas, islas ni exacta cartografía.¿Y el yo? ¿Es una ilusión?: El yo: también es el centro de la tela de la araña, el sitio vacío del que partes y al que vuelves cuando la realidad te ha ofrecido sus presas. Un mero hueco para el sueño o la vigilancia. ¿Y si entran en la ecuación los otros, o las ecuaciones se multiplican de modo exponencial de tal modo que pueden derivar en una maraña que puede ser ininteligible o, a la inversa, un código de circulación de contraseñas de acceso que se utilizan como meras funciones?. Ese es el escenario del lenguaje cuando se desorienta o se enquista y agarrota, como ojos amordazados. En cambio, cuando las fronteras se destierran, ¿cuál es el paisaje de las diversas personas o voces?: Yo es el que habla, tú el que escucha y él el tema de la conversación. Yo es el que crece, tú el que profundiza y él el que aprende. Yo es el corazón, tú la mano y él los ojos del lenguaje.

Y no somos el centro del encuadre. Los ángulos y las perspectivas se amplían. Somos la mariposa, como la mariposa es nuestro reflejo. La lluvia escribe adiós con los dedos del agua. Quizá no sólo los seres humanos escriben, hablan o piensan.

bio banner

El alfabeto alado es el vuelo de la imaginación, el desprendimiento de arneses en el lenguaje, y así es la misma narración, como si cada capítulo o fábula fuera una letra del abecedario de un vuelo. Se transfigura cualquier predeterminación, el lenguaje y el acto parecen conjugarse, como si lo tangible y lo intangible fuera lo mismo, lo que dota de una condición inmersiva a la misma experiencia de la lectura, como una ceremonia en la que pudieras palpar y saborear la materia, la lluvia, la luz, las palabras, que son unas y otras, porque las coordenadas son flexibles, conexiones inesperadas. Como en un sueño: Al fin y al cabo, el lenguaje es tan omnisciente y aleatorio como él.

Pero Issa fue algo más que un poeta: oía el rumor de las olas en la distancia y, sin ver el mar, distinguía por su vuelo más de dos docenas de pájaros y se sabía de memoria el horario de las flores; Isa era amigo de los mendigos y los peregrinos, amaba oír historias en las posadas y leer, en el humo de las varitas de incienso, la dirección de las brisas. Issa coleccionaba naderías con las que luego tejía sus poemas, era un cazador de ángulos, un buscador de partículas de luz en las penumbras de los bosques de cedros. Con todo, y disponer de esa preciosa atención, dueño de unos ojos lánguidos y sinceros, no podía superar el sello de la tristeza que veía en las cosas.

La melancolía se escurre entre los sueños, e invita a desvanecerse en su despojamiento de contornos. El cazador de mariposas puede tropezarse con su empecinamiento, como el entomólogo que necesita ser el taxidermista que encierra la realidad en una caja. No es esa la dirección, cuando abres el vientre del lenguaje, que a la vez implica dar a luz, como señales que bosquejan una línea de puntos que no deja de desconcertar, o sorprender, como el mismo vuelo de la mariposa no se asemeja a ningún otro. No hay dirección que no sea posible. Como el aleteo que se escucha incierto, el cual incita a mirar cualquier recoveco y ángulo, para descubrir la escurridiza y difusa materia de la realidad, que quizá sea la de los sueños. El espejo es el reposo de la luz, la luz un fluido espejo que viaja en pos de identidades. Pronunció las silabas con cierta felicidad, sabiendo que él era, a partir de ese momento, una de aquellas identidades a las que la luz saludaba. Alguien cuyo rostro estaba surcado por los sinsabores del mundo y en cuya mente florecía, aún así, el firmamento.

El firmamento de la imaginación, el desafío de las interrogantes que no saben de convenciones ni concesiones. ¿Qué es el mismo tiempo? Satz abre en canal el tiempo, pero lo hace con la templanza de la asunción. El azar de su vuelo le llevó hasta una ventana en la que una anciana observaba la temprana dispersión de los amentos de los avellanos y calculaba los años que hacía que habían muerto sus padres. En el cruzarse las miradas, la mariposa limonera descubrió el tono ultravioleta de la nostalgia y la anciana una mañana de infancia con ese mismo ser alado y ella en otra ventana, ansiando la llegada de una primavera que, como todas, estaría hecha de aromas, suspiros y bodas de pájaros.

Al final y al cabo, ese aleteo no deja de desplegarse en el exilio, pero sonríe como el gato de Cheshire. Se desprende de las vanas redes del yo, esas que encogen las miradas en las reducidas parcelas de una realidad que se asemeja a un diagrama que no sabe de alas, ni las busca, porque desestabilizan la perspectiva, aunque más bien descubran la realidad en cada parpadeo, como si fuera infinita, o su mirada fuera una infinita interrogante que se estira como un asombro constante.

El vacío del que procedemos y hacia el que eventualmente regresamos se sobrevuela mejor si nuestro vehículo es ameno y su cromático tesoro finge simetrías y ocelos. (…) Claro que antes de ese ejercicio debe desaparecer, al menos por un rato, el incoloro ego de nuestras desventuras. Ese que cree ser el único en existir y muestra más torpezas que habilidades.