Desde sus inicios como director a mediados de los años noventa, y ya sea por su trabajo en el terreno de la ficción como en el del documental, Jia Zhang-ke ha pasado por ser un director ‘complicado’, ‘inaccesible’ para el público. Si bien es cierto que su cine ha ido transformando, no se puede decir que sus primeras películas fuera ilegibles o incompresibles. Otra cosa es que desde algunos lugares de la crítica se haya querido tratar su cine desde una dureza analítica que no ha ayudado, como sucede con otros cineastas, a que sus películas hayan podido disfrutar de un mayor acercamiento por parte del público. Esto no quiere decir que Zhang-ke sea un cineasta ligero, que sus películas, tanto en el plano formal como en el narrativo, no impongan un cierto esfuerzo para dejarse llevar por sus planteamientos discursivos y visuales. Pero tampoco debe asustar por lo que se haya podido leer sobre él cuando era un director ‘minoritario’; tampoco pensar, como sucedió con Más allá de las montañas tras su paso por el festival de Cannes del año pasado, que ahora se ha vuelto convencional y, por tanto, carente de interés. Todo lo contrario. Lo que no se entiende es que haya tardado más de un año en estrenarse.

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En Más allá de las montañas Zhang-ke crea una película en tres partes bien diferenciadas que corresponden a tres momentos: 1999, 2014 y 2015. Las dos primeras en Fenyang; la tercera, en Australia. La primera la rueda en formato de cuatro tercios, al cual muchos cineastas parecen estar regresando últimamente; la segunda, en panorámico; y, por fin, en la tercera, en scope. Así, las imágenes de la película van ensanchándose, en un trabajo que no responde a un capricho manierista, acorde con cada momento. Los cuatro tercios comprime el plano, se hace más ‘clásico’, para narrar un triángulo amoroso sencillo y convencional en su superficie que enfrenta a una joven, Tao, (Zhao Tao) con dos hombres de diferentes clases sociales o, quizá, mejor dicho, dos chinas, una que resiste pero está a punto de desaparecer, la otra, la incipiente neocapitalista de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI: Liangzi (Liang Jing Dong), un trabajador de las mimas, frente a Zhang (Zhang Yi), que luego sabremos que se hará llamar Peter, un empresario con estudios. Ambos se debaten por Tao hasta que ésta elige al segundo. Zhang-ke parte de las bases del melodrama en su esquema más básico, enfatizando las emociones, contraponiendo las fracturas entre el triángulo de amigos. No niega, como no lo hará en ninguna de las tres partes, el contenido abrupto y desaforado del género, pero poco a poco va desplazando su núcleo, desplazando la narración sobre sí misma. En esta primera parte, con el trabajo en cuatro tercios, los personajes parecen encerrados en el plano. Y aunque en esencia parece que Zhang-ke está narrando esa simple historia de amor, en realidad, bajo ella, relata el colapso de un país, podríamos decir, desde sus formas socialistas –aunque sea muy matizable- al advenimiento de una nueva economía empresarial, más enfocada el exterior, a la globalización, un tema recurrente en la obra de Zhang-ke.

Cuando la primera parte finaliza, de repente, aparece el título de la película y el nombre de Zhang.-ke como autor de guion y de dirección, con lo cual quizá el director se sitúa en el momento en el que en realidad está dirigiendo, es decir, en su presente, en 2014.

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En la segunda parte, cambia el formato al panorámico, abriendo a la pantalla, dejando que el paisaje vaya tomando una mayor presencia. La acción, entonces, sigue al desterrado del triángulo: Liangzi, enfermo tras su trabajo en la mina, que regresa a su ciudad en busca de ayuda económica para poder someterse al tratamiento médico que necesita. Se reencontrará con Tao, ahora divorciada de Zhang, quien vive fuera con el hijo que tuvieron en común y al que llamaron Dollar. El tono se vuelve más sombrío y melancólico. La enfermedad del minero se convierte en metáfora de una sociedad que, en pleno 2014, languidece. El personaje se desvanece pronto, nunca sabremos bien qué ha sucedido con él: ha desaparecido, como esa capa sociedad a la que representa. A partir de ahí, la acción sigue a Tao, quien pierde a su padre (en una secuencia de una enorme sensibilidad), quien intenta conectar con su hijo que poco a poco es más de la nueva mujer de su marido que de ella. Hay algo en la sociedad rota, los lazos familiares y humanos.

Porque Más allá de las montañas es una película profundamente humanista, como todo el cine de Zhang-ke, en el cual el cineasta busca el lugar de los personajes en el mundo.

La tercera parte salta a 2025. Hasta este momento, Zhang-ke ha jugado con las elipsis de una manera magistral, dejando en el aire muchos temas que se conocen después o de los que no llegamos nunca a saber. En cierto modo, y a pesar de las más de dos horas de duración, la película avanza avasallando a algunos personajes y al tiempo. Así, en esta parte, estamos en Australia, donde el hijo de Tao reside con su padre, figura que se recupera tras la primera parte; demacrado y rodeado de armas, vive alejado de su país entendemos que por conflictos económicos. Su hijo, que solo habla inglés, no entiende el idioma paterno y, en clase, asegura no tener madre. Poco a poco comienza una relación con su profesora que, en realidad, parece más un nexo con unas raíces que le son muy lejanas. En esta última parte, Zhang-ke crea un tono desolador, muy triste. El magnífico scope abre más el plano, lo vuelve más horizontal, y se adecua con la visión de un mundo en el que China ha salido de sus fronteras y parece haberse asentado, perdiendo su idioma, desnaturalizándose. Si los dispositivos móviles, presentes en toda la película, dan una idea de que estamos en el futuro, lo más relevante es la situación en la que se encuentran los personajes, todos ellos desubicados en su interior.

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La visión de Zhang-ke es la que va del plano concentrado en el que los personajes tienen un lugar, una presencia, hacia el vacío más amplio que el magnífico scope se encarga de destacar: en él podrían entrar más elementos, y sin embargo, hay una gran frialdad en las formas, un vacío por el que los personajes se mueven. El itinerario de Zhang-ke, además, viene dado por la ruptura de los parámetros del melodrama, del cual nunca se separa, pero el juego elíptico y el abandono de los personajes, rompe su continuidad, incluso rebaja su impacto. Al cineasta chino le interesan las emociones ante todo, pero también avanzar en la historia. Y que esas emociones se relacionen con ese proceso de transformación del país en el que las vidas de los personajes se mueven en busca de su lugar.

 

Más allá de las montañas, es una película brillante en su puesta en escena y en la forma en que organiza su discurso, con un sutil trabajo con imagen y música, porque del mismo modo que el formato del plano cambia, también lo hace la música, volviéndose más tenue y triste. La utilización de Go West, de los Pet Shot Boys, al comienzo y al final de la película, resultaría llamativa, sino fuera porque sirve para crear un sentido festivo, al principio, que contrasta con la secuencia final, con Tao bailando sola bajo la nieve intentando recuperar los pasos de baile de veinticinco años atrás, que ya no volverán. Un cierre perfecto para una película muy por encima de la valoración que ha tenido.