El año termina y aprovechamos para repasar las mejores películas del año a través de 24 películas, más un doble número uno, mediante cinco entregas a lo largo de estas semanas. Hemos dejado fuera aquellas que, aun considerado que deberían estar, han sido estrenadas, o van a serlo, en fechas cercanas, como Adiós al lenguajeLa señorita JuliaAmour FouMr. TurnerBig Eyes, las cuales tendrán, o han tenido, sus textos en Playtime de manera muy reciente.

 

 

Para empezar, las diez primeras películas, del 25 al 16.  


 

25. Magical Girl, de Carlos Vermut

Lo que hace de Magical Girl una propuesta singular, potente y única en nuestro cine, es mostrar a un director, que si bien despliega en pantalla todo un mundo visual que ha impregnado en él, es capaz de tamizar todas esas referencias a través de una personalidad fílmica impresionante. Vermut no plantea su película, o no da esa impresión, como un simple artefacto referencial, sino que parece buscar una reescritura de esas influencias mediante su personal mirada al mundo (y al cine). 

Por Israel Paredes

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24. La jungla interior, Juan Barrero

 

 

 

La jungla interior (2013), opera prima de Juan Barrero, es una tan atípica como sugerente propuesta que, a modo de diario filmado, propone una reflexión sobre cuestiones como la memoria, la privacidad o los conflictos emocionales que surgen en la pareja ante el futuro nacimiento de su primer hijo. Una original y arriesgada mirada en la que se diluyen los límites del documental, del cine de ficción y de otras tantas cosas más para proponernos un viaje íntimo y personal hacia esa jungla interior del ser humano a la que hace referencia su título.

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

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23. Loreak, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga

 

 

El segundo film dirigido por Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, tras 80 Egunean (En 80 días) (2010), es un sutil y lúcido fresco sobre esa tenue tesitura por la que transita la vida, siempre susceptible a cualquier mínimo cambio producido por las circunstancias del azar. Pero Loreak (Flo res) es también una sugerente e íntima mirada sobre la incomunicación, el silencio, la muerte o la evanescencia de la memoria.

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

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22. Jersey Boys, Clint Eastwood

 

 

Desde que se pusiese detrás de las cámaras, Clint Eastwood se ha ido convirtiendo en uno de los más lúcidos cronistas de la sociedad americana. Si bien sus inicios como director, al igual que en su faceta como actor, fue en el western, época cuando se empieza a construir la nación −El fuera de la ley (1976), El jinete pálido (1985), Sin perdón (1992), etc.−, es después cuando alternará productos más o menos comerciales, muchos de género policiaco, con sus exploraciones sobre algunos períodos de la historia norteamericana −Banderas de nuestros padres (2006), Cartas desde Iwo Jima (2006), El intercambio (2008), J. Edgar (2011)−, además de trazar sutiles radiografías sobre la sociedad contemporánea –Mystic River (2003), Million Dollar Baby (2004), Gran Torino (2008)−. Crónicas que tienen todas ellas el denominador común de la violencia. Pero paralelamente, quizá también en parte por su afición a la música, el veterano cineasta le ha dedicado varios títulos como Aventurero de medianoche (1982) o Bird (1988) siendo Jersey Boys una nueva incursión dentro de este terreno. Si la primera estaba ambientada en la Gran Depresión siendo su protagonista un cantante de country y la segunda era un biopic del saxofonista Charlie Parker cuya carrera se desarrolló entre las décadas de los 40 y 50, Jersey Boys es una crónica biográfica sobre la vida del cantante Frankie Valli, vocalista de The Four Seasons y cuya voz de falsete les proporcionó un gran éxito durante los años 60. Eastwood pertenece a ese reducido grupo de cineastas que, al igual que Woody Allen o Martin Scorsese, jamás ruedan una película mala, sino obras mayores y obras menores. Jersey Boys, adaptación de un musical de Broadway auspiciado por el propio Valli, pertenece al segundo grupo, aunque en realidad es un trabajo sólido y equilibrado donde una vez más, el octogenario director demuestra no solo seguir en plena forma, sino su gran talento para la puesta en escena.

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

 

 

21. La venus de las pieles, Roman Polanski

 

 

Adaptación de la obra de teatro de David Ives (co autor del guion junto a Polanski) que, a su vez, trataba sobre la representación de la novela de Leopold von Sacher-Masoch, La venus de las pieles, que hace referencia a La venus de las pieles de Tiziano, la última película de Polanski supone un apasionante juego de espejos con dos solos actores (soberbios Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner) y un solo escenario, el teatro en el que el director asiste a una audición con la actriz para poco a poco ir derivando hacia un duelo entre actriz-director, amo-esclava, ama-esclavo, verdugo-víctima, en el que Polanski se mueve con extrema comodidad. El veterano director, libre en su arte, despliega una obra pausada y violenta por partes iguales que juega con inteligencia con las palabras y las imágenes, que atiende a dos cuerpos que se relacionan sobre el escenario y ante la pantalla con una enorme naturalidad . La venus de las pieles se abre y se cierra con la cámara acercándose y alejándose de un teatro que se configura, como las casas de Repulsión, El quimérico inquilino o La muerte y la doncella, en un personaje más de una historia claustrofóbica, absorbente e inquietante planteada como un juego espectral entre dos figuras que se miran, construido mediante un perfecto manejo del tiempo y de la atmósfera, evidenciando, sin complejos, su naturaleza teatral pero con una puesta en escena basada en los encuadres y reencuadres que atrapan a los personajes como una perfecta extensión de esa imposibilidad de salir del escenario que poco a poco va adueñándose, por diferentes motivos, de ambos. Y Polanski lo hace con tanta inteligencia como ironía, abriendo la película a múltiples ideas, haciendo el mejor homenaje posible a la novela de un autor a partir del cual se acuño la palabra masoquismo. Sache-Masoch y Polanski estaban llamados a encontrarse de manera directa, pues ya lo había hecho anteriormente de forma indirecta.

 

 

Por Israel Paredes

 

 

 

 

20. La isla minima, Alberto Rodríguez

 

 

En 7 Vírgenes, After y Grupo 7, el director Alberto Rodríguez ya demostró una espléndida capacidad narrativa para armar tramas complejas, con interés social y un ritmo absorbente, y una perspicacia especial para las escenas de acción. En La isla mínima expresa además una potencia visual y estética que alcanzan pocos cineastas españoles de hoy. No en vano, por momentos, los planos panorámicos, los colores y los paisajes oníricos de esta cinta recuerdan a David Lynch. La isla mínima es un thriller, el género de moda, que, sin duda y en muchos sentidos, es una evolución del anterior título de Rodríguez, el también policíaco Grupo 7. Con un elenco impecable -con ciertas excepciones como Jesús Castro-, que incluye a un Raúl Arévalo constatando que es capaz de hacerse con cualquier registro, y a Javier Gutiérrez en uno de los mejores (¿el mejor?) papeles de su carrera, nos traslada al momento en el que España estrenaba esa Transición que hoy tanto se reivindica. Dos detectives, uno de vieja y otro de nueva escuela, han de investigar juntos, con más de un desencuentro respecto a los métodos, el asesinato de dos niñas, lo que, de paso, nos conduce por un retrato sociológico de la Andalucía profunda, digno de Mario Camus pero con un estilo muy personal. Una Andalucía dominada por los tabúes y los abusos. Alberto Rodríguez se ha hecho acompañar, una vez más en su filmografía, por sus dos fieles escuderos, Rafael Cobos como coguionista y Javier de la Rosa componiendo una espléndida e intrigante banda sonora. Ambos, hacen de la cinta una obra definitivamente redonda.

 

 

Por Paloma Fidalgo

 

 

 

 

19. Foxfire: Confesiones de una banda de chicas, Laurent Cantet

 

 

A la espera de que en 2015 nos llegue Regreso a Ítaca, la última y magnífica película de Laurent Cantet, se puede recuperar su anterior obra, Foxfire: Confesiones de una banda de chicas, rodada en 2012 pero estrenada este año tras el gran éxito de esa obra maestra que es La clase. Basada en la novela de Joyce Carol Oates, Cantet rueda por primera vez fuera de Francia y en inglés para narrar la historia de un grupo de jóvenes chicas que en los años cincuenta se rebelaron en su pueblo natal. Cantet parte de la novela con gran fidelidad para trabajar el material conduciendo este hacia sus intereses. Y lo que parece una simple crónica de outsiders acaba convirtiéndose en una obra que desmantela en gran medida la imagen mitológica del american dream construido en gran parte del cine, trabajando el tópico con una enorme inteligencia. El gusto de Cantet por enfrentar a sus personajes ante una realidad que los oprime y ante la cual desean (y a veces no pueden) rebelarse aparece en Foxfire a través de un grupo de jóvenes que creen (y crean) una pequeña revolución que acaba fracasando (o relativamente, como muestra la imagen final). La mirada al pasado de Cantet posee ecos del presente, de ahí la enormidad de la película, porque algo subyace bajo la trama que resulta enormemente cercano. Por otro lado, Cantet plantea la película a partir del diario de una adolescente (como en la novela) y no de un adulto recordando, lo cual otorga a la película de un toque inocente que contrasta con la dureza de la situación de las jóvenes, que según avanza se vuelve más cruda. Foxfire puede despistar si no se entra de lleno en la deconstrucción, desde la narración y la puesta en escena, que lleva a cabo Cantet en ella para entregar una obra política en su forma y en su fondo y que vuelve a situarle en lo más alto del cine europeo.

 

 

Por Israel Paredes

 

 

 

 

18. Un toque de violencia, Jia Zhang-ke

 

 

 

 

 

Jia Zhang−ke, quien se dio a conocer en Occidente gracias al León de Oro que recibió por su celebrada Naturaleza muerta (Sanxia haoren, 2006) en el Festival de Venecia, firma un tan excelente como crudo y desasosegador fresco sobre la sociedad contemporánea china, cuyo acelerado crecimiento económico ha llevado al país a zambullirse en un desmedido capitalismo. Un capitalismo que al mismo tiempo ha aumentado todavía más las diferencias de clases, llevando consigo a una gran parte de su población a vivir en precarias condiciones. Un toque de violencia (Tian Zhu ping, 2013), cuyo guión fue galardonado en el Festival de Cannes de ese año, muestra cuatro historias dramáticas que se suceden una tras otra de manera lineal protagonizadas por un grupo de seres pertenecientes a las capas más desfavorecidas. Un minero hastiado por la corrupción política que a provocado la privatización de la cuenca minera de su región; un trabajador que ha tenido que emigrar pero que acaba convirtiéndose en un peligroso delincuente, robando y asesinando con el fin de obtener dinero para mantener a su familia; una joven recepcionista de una sauna de alto standing que es acosada y maltratada por un cliente de buena posición social y un chico, que malvive con trabajos precarios, enamorado de una prostituta de lujo a quien trata de sacar de esos ambientes. Todos ellos individuos corrientes que sobreviven más que viven, individuos atrapados en una situación límite, sin apenas atisbo de esperanza, que se verán abocados a recurrir a la violencia como única salida. Zhang-Ke articula un film duro, brutal, intenso, despiadado, poniendo de relieve la pobreza y las carencias de aquel país, la corrupción política, la descomposición social, la intransigencia, la explotación de los más débiles. Una mirada crítica, implacable, trágica, siniestra en ocasiones. Tanto, que las autoridades chinas llegaron a prohibir su estreno dentro de su territorio.

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

 

 

17.The Invisible Woman, Ralph Fiennes

 

 

Tras la interesante Coriolanus (2011), Ralph Fiennes vuelve a ponerse tras la cámara, también delante, en The Invisible Woman, adaptación de la novela de Claire Tomalin sobre la relación de un maduro Charles Dickens con la joven Ellen Ternan, encarnada por Felicity Jones, una de las mejores actrices del momento y que entrega una magnífica interpretación. Fiennes parte de los modelos narrativos del biopic y del cine de época más british para alejarse de ellos en el plano formal mediante una película que se mueve entre lo íntimo y lo social con enorme soltura, retratando a dos personajes a la par que a una época. El perfecto diseño de producción no ahoga la narración, la acompaña, porque Fiennes apuesta por un tono austero y contemplativo para retratar lo íntimo sin que esta esfera acabe constreñida, como en ocasiones sucede en los dramas de época, por el despliegue de producción. A Fiennes le interesa narrar la relación entre dos personajes a través de dos tiempos, uno presente y otro pasado (el del recuerdo de aquella relación) para indagar en un personaje que, aunque conocido, se encuentra dentro de la intrahistoria de la vida del escritor aunque en ella encontró inspiración para parte de su obra. The Invisible Woman, a pesar de lo que pueda parecer a primera vista, supone un arriesgado trabajo de puesta en escena, elegante y conciso en la que Fiennes apuesta por una gran fisicidad narrativa a la par que juega con la evocación poética. No importa tanto la exactitud de los sucesos como aquello que subyace bajo la trama, considerado que el relato de una historia verídica no puede, en momento alguno, ser completamente exacto cuando se traslada a la ficción, porque la subjetividad de la mirada (y la película está narrada por Ellen) impone que esa visión sea la que otorgue forma al relato. Y en The Invisible Woman es la mirada de una mujer que al retrotraer el pasado, descubre aquello que supuso para su vida un pequeño fragmento de su existencia durante el cual vivió una época apasionante y creativa contra todos los tabús de una época.

 

 

Por Israel Paredes

 

 

 

 

16. Solo los amantes sobreviven, Jim Jarmusch

 

 

 

 

 

A pesar de que pasó por las pantallas españolas con una cierta invisibilidad generando opiniones contrarias, Jim Jarmuch concibe una tan atípica como hipnótica película que gira en torno a una pareja de vampiros, Eve y Adam, interpretados respectivamente por Tilda Swinton y Tom Hiddleston, que vuelven a reunirse de nuevo. Un encuentro que se verá perturbado por la repentina presencia de la hermana de aquella, Ava (Mia Wasikowska). Pero Solo los amantes sobreviven (Only lovers left alive, 2013) habla de muchas más cosas, de cómo ambos seres, quienes mantienen una historia de amor que perdura con el paso de los siglos, son conscientes de que el mundo se desmorona, algo que enfatizan los desoladores y fantasmales paisajes urbanos e industriales de Detroit, una ciudad que en el año en que se rodó la película se declaró en bancarrota tras la enorme deuda acumulada en medio de la crisis mundial. Jarmusch desmitifica la figura del vampiro impregnándola con una impronta mucho más romántica en consonancia con el espíritu decimonónico. De hecho, la melancolía marca sus imágenes, y no solo por el propio aspecto de los protagonistas, sino por la nostalgia que siente el propio Adam cuando pasaba veladas con Mary Shelley y Lord Byron al que acusa de arrogante, pero también del pasado reciente, de las viejas guitarras clásicas de los años cincuenta que colecciona, de los antiguos equipos de música o de los vinilos que acumula en sus aposentos. Una historia marcada por el desencanto al constatar que todo lo que les rodea se va derrumbando lentamente, que los tiempos han cambiado, porque para alimentarse deben de recurrir a bancos de sangre o porque los propios humanos se ha convertido en zombies que se dejan arrastrar por los acontecimientos. Con ello Jarmusch viene a trazar una soterrada alegoría sobre la decadencia de los tiempos actuales aunque al mismo tiempo imprimiendo un hálito de esperanza, ya que todavía hay cosas por las que merece la pena vivir, como el arte, como el amor mismo.

 

 

Por Carlos Tejeda

 

 

Y en 2014 se publicó, en la editorial Cátedra, Jim Jarmusch, escrito por nuestro compañero Carlos Tejeda e Hilario J. Roríguez. Un excelente monográfico que, aparte de analizar todas las obras del cineasta, despliega un excelente análisis sobre el cine de Jarmusch en su contexto cinematográfico, sobre sus constantes temáticas y estéticas y sobre el importante papel de la música en su cine para al fina, en su conjunto, ser también un trabajo sobre el cine independiente norteamericano surgido en los ochenta y su evolución posterior hasta la actualidad, recorrido en el que Jarmusch ha sido una figura tan personal como esencial.

 

 

Contraportada del libro:

 

 

Cuando muchos otros sucumben a los cantos de sirena de la gran industria, Jim Jarmusch se mantiene fiel a su independencia, lo que le propicia una libertad creativa total, así como un amplio control sobre su trabajo, desde la escritura del guión hasta la propia exhibición, convirtiéndose en una de las miradas más personales y críticas contra el sueño americano y la sociedad moderna dentro del cine actual. Sus películas son sutiles radiografías sobre la cotidianidad, la incomunicación y la soledad, agridulces crónicas de viajes de unos seres inadaptados en un mundo demasiado inmerso en su autocomplacencia, lo que les impulsa por elección propia a un sempiterno vagabundeo dictado al mismo tiempo por las circunstancias del azar. Porque el itinerario, al igual que en las "bildungsroman" o novelas de formación, conlleva múltiples significados como evasión, transformación, experiencia, conocimiento, búsqueda interior e incluso, según Jung, el anhelo de lo nunca colmado