Adaptación de la obra teatral del dramaturgo Cyril Gély que precisamente representaron en su día los propios Niels Arestrup y André Dussollier sobre los escenarios parisinos, Diplomacia es la crónica de una conversación que transcurre durante una noche, o si se quiere, de cómo impedir un acto de barbarie con tan solo el uso de la palabra.

Los deseos de venganza de Hitler habían aumentado tras el atentado que sufrió el 20 de julio de 1944. Pocas semanas después, el 7 de agosto, nombró al general Dietrich von Choltitz gobernador del «Gross París» a quien dio orden expresa de impedir que la capital cayese en manos del enemigo con la obligación implícita de convertirla en ruinas si así fuese. Pero al parecer el jerarca nazi no deseaba su destrucción, como también era consciente de la situación de debilidad en la que se hallaban sus tropas y de una guerra que ya en aquellos días estaba más que perdida. Incluso durante su breve mandato hubo una sublevación de la resistencia parisina que resolvió firmando una tregua con los insurrectos. Hasta que en la noche, del 24 al 25 de agosto, cuando la división blindada al mando del general Leclerc se halla a las puertas de la ciudad, el cónsul sueco Raoul Nordling se presenta de incógnito en su habitación del Hotel Meurice para tratar de disuadirle en su intención de cumplir la orden de volar París.

 

Aunque el personaje de Choltitz, a quien ponía rostro Gert Fröbe, estaba presente en ese otro film que narraba la liberación de la capital francesa, ¿Arde París? (Paris brûle-t-il?, René Clement, 1966), lo cierto es que el episodio no era demasiado conocido hasta que el dramaturgo francés Cyril Gély lo rescató para su obra teatral. Un episodio que, precisamente, transcurre durante esa noche que marca el fin de la ocupación alemana con la llegada de los aliados, al igual que Cenizas y Diamantes (Popiol i diament, Andrzej Wajda, 1958) mostraba esa otra noche que también suponía el punto de inflexión entre el final de la guerra y el renacer de un nuevo tiempo de paz. Aunque más allá de esta circunstancia las diferencias entre ambos títulos son más que notables. Si el film de Wajda reflejaba un cambio generacional que nace de las cenizas todavía humeantes que quedan de la arraigada tradición polaca, la película de Volker Schlöndorff viene a ser un testimonio teatralizado sobre la práctica diplomática, es decir, de las estrategias dialécticas que emplea Nordling (André Dussollier) para convencer, en tan solo unas horas, a Choltitz (Niels Arestrup) para que cancele el plan de destruir Paris.

De hecho, Diplomacia es en realidad un intenso diálogo en el que saldrán a relucir diversas cuestiones morales y variadas disyuntivas como el hecho mismo de proteger el patrimonio de la ciudad, aparte de la consiguiente pérdida de millones de vidas, porque los alemanes han colocado explosivos en edificios, puentes y monumentos tan emblemáticos como el Museo del Louvre, la Torre Eiffel o la misma catedral de Nôtre-Dame. Algo que enseguida puede traer ciertas reminiscencias de Monuments men (The monuments men, George Clooney, 2014), en cuanto a que esta también defendía la importancia de conservar el legado artístico aunque fuese a través de las peripecias, reales también, de una brigada formada por especialistas en arte cuya misión fue recuperar las obras artísticas saqueadas por los nazis. Sin embargo, lejos de esos efluvios épicos que impregnaban las imágenes del film de Clooney, Diplomacia presenta a dos personajes equidistantes a los que sin embargo les une el hecho de que se mueven por el noble sentido del deber, Nordling por tratar de evitar el desastre en su condición de diplomático y Choltitz por el cumplimiento de las órdenes, a pesar de que estas le generen la disyuntiva entre acatarlas en su rango como militar o desobedecerlas, porque como hombre está en desacuerdo con ellas y porque al mismo tiempo tiene miedo ya que es consciente de las trágicas consecuencias personales que le puede suponer.

Diplomacia posee carácter de dúo de cámara, en parte porque la mayor parte del metraje transcurre en un único escenario, los aposentos del general en el Hotel Meurice, y con dos personajes durante la mayor parte de su duración, con el riesgo que viene implícito en una puesta en escena de esta índole, por el hecho mismo de ser una adaptación teatral. Aspectos susceptibles que pueden llevar a un trabajo de este tipo a sucumbir en esos terrenos movedizos que cohabitan en la relación entre cine y teatro. Algo que Schlöndorff, consciente de ello, ha manejado con habilidad tratando de sortear en todo momento esa tesitura de teatro filmado, pese a que a veces es inevitable eludir ese hálito intrínseco que delata toda obra concebida para las tablas. Y no sólo ha añadido algunos escenarios más, sino que ha recurrido a las estrategias cinematográficas habituales como el uso de diferentes posiciones de cámara, dotar de movimiento a la misma en determinadas secuencias o combinar primeros planos con planos medios y otros más abiertos, lo que proporciona por otra parte algo más de dinamismo a la trama.

Y aunque a veces su discurso pueda ser discutible o incluso de la sensación de parecer algo manido en algunos instantes, lo cierto es que Diplomacia posee buenos diálogos, y una contenida interpretación de los veteranos Arestrup y Dussollier que logran proporcionar la suficiente intriga como para mantener el interés del espectador, porque aunque se sepa como termina la historia antes de entrar en la sala, hay esa curiosidad de saber como el cónsul sueco consigue convencer al general alemán.