El cuarto largometraje de Jonás Trueba, La reconquista, parece surgir como una suerte de representación de un cine elaborado desde los márgenes de la industria del cine en España. Dejando de lado la inexistencia de tal industria, tan solo un puñado de producciones anuales con el apoyo de televisiones y, a su lado, otras con mayor o menor fortuna a la hora de conseguir la producción necesaria, no creemos que La reconquista pueda, en verdad, verse como tal. No dudamos, por supuesto, de su carácter independiente, tanto económico como artístico, pero de ahí a ensalzarla simplemente por esas cuestiones, parece verdaderamente exagerado. Máxime cuando, en comparación con sus tres anteriores películas, quizá menos con su ópera prima, La reconquista se nos presenta como un vehículo por parte del cineasta para conseguir una mayor proyección: conseguido el beneplácito de una parte de la crítica, ahora el paso es lograr más espectadores, lo cual no es en absoluto algo negativo. Sin embargo, esta cuestión, evidenciada en la mejora en la distribución y en qué festival ha sido presentada, que no debería ser importante a la hora de analizar las aportaciones creativas o artísticas, lo es dado que sus imágenes acaban proyectándola.

La reconquista se estructura externamente en dos partes separadas por un breve interludio y cerrada por un epílogo, en busca de un diálogo entre ellas. La primera nos muestra el reencuentro de Marcela y Olmo a lo largo de una noche que termina en ese interludio en el que Olmo regresa a su casa para mostrarnos una realidad que habla mucho, aunque no lo suficiente, de lo desarrollado en la primera. Después, un largo flashback nos sitúa en el pasado, cuando Marcela y Olmo son dos adolescentes, recreando visualmente lo ya dicho o sugerido anteriormente.

[[{"fid":"53399","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'La reconquista', de Jonás Trueba","title":"'La reconquista', de Jonás Trueba","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Dejando de lado la sensación de que La reconquista es un mediometraje inflado hasta unas casi imposibles dos horas, diremos que detrás de la construcción visual se percibe a un director implicado en la puesta en escena, aunque la presencia de Santiago Racaj en la fotografía hace mucho, muchísimo. Trueba siempre ha querido dar la impresión de ser un cineasta de instantes, de momentos, de sensaciones, no tanto de historias. Y sin embargo, lo que siempre acaba haciendo es justo lo contrario, y francamente mal. Si bien es cierto que durante la película hay buenos detalles y algún que otro momento sugerente, el problema de La reconquista es que mientras observamos la construcción de los encuadres por parte de Trueba, por ejemplo, apenas prestamos atención a lo que sucede en ellos. Y cuando se hace, lo que asalta, es una cierta sensación de vacuidad: diálogos e interpretaciones pretendidamente naturales pero que acaban siendo impostados y una pretensión de querer siempre trascender con cada gesto, con cada movimiento, con cada frase. Y, por supuesto, con cada imagen. En otras palabras, Trueba está más pendiente de fascinar, de proyectar al espectador la impresión de que está ante algo importante, en vez de dedicarse a hacerlo.

Porque, como decíamos, esa pretendida búsqueda de relatar mediante sensaciones, tan solo lo consigue de manera muy puntual, como durante la secuencia del concierto, pero, a pesar de todo, Trueba siempre debe recurrir a la palabra para enfatizar lo que, en algún momento, ha conseguido decir con imágenes; o bien, directamente, tan solo hacerlo mediante los diálogos. Eso explica la larga e innecesaria, en nuestra opinión, segunda parte, en la que los dos adolescentes que, por cierto, hablan, se comportan y piensan como adultos en muchos momentos, reproducen aquello que sus dos personajes adultos ya nos han transmitido. Se puede entender el deseo de Trueba de materializar en imágenes la historia, el problema es que apenas aporta algo relevante, más allá de que queramos establecer teorías o discursos convenientes para justificarlo.

[[{"fid":"53400","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'La reconquista', de Jonás Trueba","title":"'La reconquista', de Jonás Trueba","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Sí, La reconquista es una película sobre el pasado, el presente y el futuro, el tiempo perdido, aquello que no fue y lo que es…, Sí, Trueba intenta dar consistencia a una idea mediante las imágenes, incluso, mostrar el paso del tiempo a través de ellas. Pero todo queda varado en un trabajo que se pretende melancólico y deviene en pueril mirada a la vida. No hay apenas veracidad en la ficción que ha construido Trueba, sobre todo porque no se ha preocupado de buscarla. Tampoco hay una cierta abstracción alrededor de sus ideas. Todo se queda a medio camino en una película que no pretende ser un retrato generacional, aunque pueda terminar siéndolo. Lo cual resulta todavía peor: que unos treintañeros miren a su relación adolescente para pensar en un pasado perdido –por mucho que el final rompa en cierto modo esta idea-, es francamente inquietante. Y es posible que así sea, pero entonces, lo que ha buscado transmitir Trueba se daría completamente la vuelta.

Si consideramos que La reconquista es, en efecto, la representación de un camino, o del CAMINO, que debe llevar el cine español, mal asunto. Porque, en verdad, es un cine cerrado en sí mismo, cuya profundidad emocional deviene pueril y ñoña por momentos –cabe preguntarse cómo sería recibida si viniera firmada por otro director-. Una película que, en el fondo, lo que nos muestra es a un cineasta que mira la realidad, y la representa en pantalla, como si fuera una ficción, ajeno al mundo. Una visión meramente cinéfila de la realidad. Y de eso, seamos sinceros, hemos tenido ya mucho cine en este país. Y Trueba, sigue con la tradición pero sin aportar nada realmente nuevo, sin imaginación alguna, apegado constantemente a una visión interior y personal del mundo que no consigue transmitir con sus imágenes. Porque en el fondo, más allá de su formalismo visual, la visión de Trueba, quizá, no sea tan interesante.