Quizá Ian Fleming no pudo imaginar cuando publicó Casino Royale en 1953, la primera aventura que protagonizaba James Bond, cuyo nombre lo tomó prestado de un conocido ornitólogo, y a la que siguieron once entregas más aparte de nueve novelas cortas, que el gran éxito que obtuvo le permitiría vivir confortablemente hasta que un infarto en 1964 terminó con su vida. Como puede que tampoco el escritor pudiese presagiar que su personaje protagonizaría una de las sagas cinematográficas que más títulos ha dado, más de una veintena, aunque él, dada su prematura muerte tan solo llegaría a conocer las dos primeras adaptaciones que se llevaron a la pantalla, Agente 007 contra el Dr. No (Doctor No, 1962) y Desde Rusia con amor (From Russia with love, 1963), ambas dirigidas por Terence Young e interpretadas por Sean Connery.

Sin embargo, Richard Maibaum, el guionista de la mayoría de los títulos de la franquicia, aunque en colaboración con otros, hasta Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989), será en realidad el artífice que le da la forma final al personaje en la pantalla, si bien hay rasgos que mantiene del original creado por Fleming como son los aspectos de bon vivant, aventurero, mujeriego, sofisticado y cosmopolita. Pero con independencia de la variada calidad de los títulos que componen la serie, de las inevitables comparaciones entre los diversos intérpretes que han encarnado al agente, si hay una particularidad que posee la saga es que esta se ha ido adaptando a la evolución de los tiempos tornándose en un proverbial reflejo de los cambios que se han ido produciendo en el mundo. Las protagonizadas por Sean Connery, que suman seis títulos, aunque hay un séptimo, Nunca digas nunca jamás (Never say never again, Irving Kershner, 1983) que no pertenece al sello oficial de Broccoli, vienen marcadas por la época del Telón de Acero y la carrera espacial. Y si bien el rostro de Georges Lazenby supuso un intermedio en 007 Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty's Secret Service, Peter Hunt, 1969), en las siguientes siete entregas, protagonizadas por Roger Moore, y con la Guerra Fría más calmada, el enemigo iba a adquirir otras fisonomías, desde traficantes de drogas o asesinos a sueldo hasta magnates que quieren adueñarse del mundo. Como también con las dos siguientes, interpretadas por Timothy Dalton, quizá el Bond más serio con respecto a los anteriores, tiene que enfrentarse a desertores rusos o narcotraficantes. Al igual que Pierce Brosnan, quien recupera el tono más desenfadado y divertido de Moore aunque imprimiéndole a su personaje un aire más de dandi, y en cuyas cuatro entregas, que abarcan el cambio de siglo, se enfrenta a traficantes de armas, magnates de los medios de comunicación, del petróleo o de la propia Corea del Norte.

 

Con Daniel Craig la saga da un giro formal. Casino Royale (Martin Campbell, 2006) y 007: Quantum of solace (Marc Forster, 2008) pusieron de manifiesto que los tiempos habían cambiado, algo en lo que incidió si cabe aún más Skyfall (Sam Mendes, 2012). De hecho en aquellas dos primeras ni siquiera aparecía Q, personaje que esta última recupera con un aire renovado, porque esta vez adquiere la fisonomía de un joven treintañero especialista en informática a quien pone rostro Ben Whishaw, que vuelve a repetir en Spectre, lejos de la imagen del tradicional científico con aspecto de funcionario que encarnó Desmond Llewelyn hasta El mundo nunca es suficiente (The world is not enough, Michael Apted, 1999) y en la que su ayudante, con el nombre de R, era interpretado por John Cleese quien tomó el nombre de Q en la siguiente, Muere otro día (Die another day, Lee Tamahori, 2002), el último título de la serie que protagonizó Pierce Brosnan.

De hecho, el primer encuentro entre 007 y Q en Skyfall es casi una declaración de principios. Tras el asombro inicial de Bond al encontrarse con un jovencísimo Q, el científico le entregará después una pistola y un pequeño emisor de radio, algo que le hace exclamar al agente con cierta ironía: “Habéis tirado la casa por la ventana”, a lo que aquel responde: “¿Qué esperabas? ¿Un bolígrafo explosivo? Ya pasamos de esos chismes”. Idea que también gravita en Spectre y no sólo en cuanto a que los gadgets se han sustituido por las nuevas tecnologías informáticas, aunque en un momento dado Q le entregará a 007 un reloj con un pequeño explosivo, sino en cuanto a los recelos que suscita en M (Ralph Fiennes) el nombramiento del nuevo director del Centro para la Seguridad Nacional (Andrew Scott), quien viene con la intención de cancelar el “programa doble cero”, que considera ya anticuado, para sustituirlo por las nuevas técnicas de vigilancia y control.

 

Los atentados del 11 S habían puesto de manifiesto que el enemigo era un ente invisible que podía actuar dentro de casa, como que también el ideólogo de los mismos había sido en cierta manera una creación de los propios servicios de inteligencia, al igual que sucede con Silva, el villano encarnado por Javier Bardem en Skyfall, un antiguo agente de la MI6 de quien M (Judi Dench) había sido su mentora, una idea a la que hace referencia la misma M en una declaración ante las autoridades gubernamentales cuando apunta que ”Lo que yo veo me da miedo. Me da miedo porque ya no conocemos a nuestros enemigos. No existen en un mapa. No son naciones. Son individuos”.

Sin embargo, en Spectre el enemigo se tornará todavía más fantasmal. No solo volverá a actuar dentro de la estructura de la propia agencia de inteligencia sino que, si cabe aún más, tendrá conexiones muy cercanas con Bond quien, en cierta manera, acabará adquiriendo la condición de un espectro, algo que parece constatar aquella secuencia en la que le dice a Q que le haga “desaparecer” durante un tiempo. Algo que Mendes enfatiza con el uso de tonalidades grises, con los propios escenarios, en su mayoría sombríos, y la oscuridad, porque una buena parte del metraje transcurre en la noche. Como también en Spectre surgen algunos fantasmas de Skyfall, a veces en forma de unos pocos efectos personales que se han salvado del incendio en la casa donde Bond pasó su infancia, y otras en forma de ruinas, también fantasmales, del edificio del MI6 que Silva hiciera saltar por los aires.

Sin embargo, y aún siguiendo con ese hálito renovador que impregna los tres títulos anteriores, Spectre juega con el pretérito de la franquicia en forma de guiños, al mismo tiempo que desprende una soterrada, e irónica a veces, reivindicación de lo antiguo frente a lo moderno. El viejo modelo Aston Martin que se está recomponiendo en el laboratorio y del que, según le dice Q a Bond, sólo ha quedado intacto el volante, frente al nuevo prototipo que éste toma “prestado” y con el que, durante la persecución por las calles de Roma, comprueba que los diversos dispositivos armamentísticos que incorpora el vehículo no funcionan; la figura del corpulento matón, Mr. Hinx (Dave Batista), que usa las maneras y los modos de los sicarios de la saga como el Red Grant (Robert Shaw) de Desde Rusia con amor (From Russia with love, Terence Young, 1963), el Oddjob (Harold Sakata) de James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) o el Tiburón que encarnó Richard Kiel en dos de las entregas protagonizadas por Roger Moore; la base de operaciones del villano, que en Spectre encarna Christoph Waltz, en forma de complejo industrial; o la propia organización SPECTRE(1) presente en casi todas las entregas de Sean Connery.

 

Mas allá de ser dos films complementarios por las múltiples conexiones que hay entre ambos, Skyfall y Spectre forman en realidad un díptico, y no solo porque ambos estén dirigidos por Sam Mendes. Dos títulos que se encuentran entre los más sobresalientes que ha dado la franquicia. Ahora tan solo queda la duda sobre lo que ofrecerán los futuros títulos de la saga.

· Crítica de SPECTRE en It's Playtime

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Nota:

(1) Las siglas de SPECTRE equivalen a SPecial Executive for Counter-intelligence, Terrorism, Revenge and Extortion (Ejecutivo Especial para Contraespionaje, Terrorismo, Venganza y Extorsión).