Lo que debía ser una noche de fiesta se convirtió en un momento de conciencia colectiva. Bad Gyal, una de las grandes figuras del pop urbano español, sorprendió desde el escenario del Arenal Sound al lanzar un mensaje claro, rotundo y sin ambages sobre la situación en Palestina. “Es inhumano lo que está pasando y no podemos mirar hacia otro lado”, dijo la artista ante una multitud entregada que, en cuestión de segundos, pasó de la euforia a la emoción.

Un escenario con carga política

La actuación de Bad Gyal se producía en un contexto especialmente delicado: Arenal Sound ha sido señalado este año por su vinculación empresarial con un fondo de inversión israelí. Numerosos colectivos propalestinos habían solicitado públicamente a artistas y asistentes que reconsideraran su participación en el festival, como forma de presión simbólica contra el Estado de Israel por su papel en el genocidio en Gaza.

En este marco, el silencio de los artistas sobre el conflicto era percibido como complicidad. Por eso, cuando Bad Gyal tomó el micrófono para lanzar su mensaje antes de empezar su show, lo que hizo no fue solo romper el hielo, sino el guion.

“Estoy aquí porque no quería fallaros”, dijo dirigiéndose al público. “ No podemos mirar hacia otro lado. Lo que está pasando en Palestina es inhumano”.

No ha sido la única que se ha pronunciado sobre el conflicto —algunos artistas han hecho gestos más discretos o mensajes en redes—, pero lo ha hecho en el mismo escenario, en directo, y desde el lugar incómodo donde lo personal y lo político se cruzan.

Bad Gyal no evitó el tema. No lo suavizó. No recurrió al lenguaje ambiguo de los comunicados institucionales. Habló desde el cuerpo, desde el compromiso. 

“Podemos estar bailando y a la vez ser conscientes de lo que pasa fuera”, pareció decir con su gesto. Y eso conecta profundamente con una generación que quiere referentes capaces de asumir la complejidad del mundo, sin dejar de hacer arte.

Ni silencio, ni cancelación: una tercera vía

A diferencia de otras figuras que han optado por cancelar su presencia en festivales por razones ideológicas —decisión legítima—, Bad Gyal eligió otra ruta: no ausentarse, sino aprovechar su presencia para decir lo que muchos querían escuchar. “Estoy aquí por vosotros, pero no podía callarme”, insistió.

Lejos de quedarse en el gesto, sus palabras abrieron una vía alternativa entre el silencio absoluto y el boicot: la de actuar con conciencia, no como obligación moral externa, sino como necesidad interna. Ella misma lo explicó: sentía que debía hablar porque, como persona con un altavoz, tenía la responsabilidad de alzar la voz.

Bad Gyal demuestra que eso ya no es así. Que un tema de perreo y una reflexión sobre Palestina pueden compartir espacio en el mismo show sin restarse fuerza. Que el compromiso no depende del género, sino de la persona.

Y lo hizo sin traicionar su identidad, sin dejar de ser quien es. Cantó, bailó, agitó al público y, al mismo tiempo, lo sacudió emocionalmente. No dejó de ser Bad Gyal. Simplemente, mostró que también puede ser altavoz.

El público ya no espera solo canciones. Espera también empatía.

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