303 (2018), de Hans Weingartner narra un viaje de larga distancia, desde Berlín hasta Lisboa. El recorrido lo realizan, en una caravana 303, Jule (Mala Emde) y Jan (Anton Spieker), ambos de 24 años. Aunque el real viaje que se narra es el que supera las distancias entre ellos y con respecto a sí mismos. A veces interponemos distancias, de modo consciente, o que ignoramos. Arrastramos nuestras costras, quizá desde una larga distancia temporal, sobre la que se suman otras contrariedades coyunturales, y las inmediatas se superponen como piel corácea sobre esas capas encostradas más profundas. En las primeras secuencias se notifica a Jule que suspende su examen oral en la carrera de Biología (en el que justifica sus lapsus por falta de retentiva) y a Jan le notifican que no le han concedido una beca. Además, Jule es presionada por su madre para que opte por el aborto. Por eso, ella decide realizar el viaje en esa caravana, hasta Lisboa, para encontrarse con el padre del niño, y decidir qué se hace (o qué es lo que ella realmente quiere, en un sentido amplio, con respecto al niño y con respecto a él). Jan, por su parte, decide emprender un viaje hasta Zumaia (Guipuzcoa), en donde vive su padre biólogo. Siete años atrás supo, porque así lo intuía, que aquel que actuaba como su padre no podía serlo, quizá porque no sentía conexión alguna con él, tres días atrás le dijeron dónde podía localizar a su padre biológico. Pero ¿quiere conocerle de verdad o está más bien relacionado con la insatisfacción de su relación con los que han ejercido de padres?¿Piensa que, por compartir vínculo de sangre, quizá encontrará esa conexión afectiva que ha sentido ausente con su padre?. El cruce de trayectos de Jule y Jan se debe al azar, ya que él, por un desencuentro comunicativo, no estuvo a la hora que marchaba el coche compartido. Pero en principio su relación comunicativa se definirá por la colisión y el desencuentro, en buena medida por esas costras que se arrastran, o las heridas emocionales aún abiertas, y que dificultan los procesos comunicacionales. Esas costras, recelos o susceptibilidades, suelen generar monstruos (reflejos distorsionados), y este adquiere pasajero rostro en otro viajero que no sabe de consideración sino que avasalla con sus deseos y requerimientos, aunque posibilitará una reconciliación entre Jan y Jule, un reinicio de comunicación en curso que parta de la exposición de lo que se siente (en vez de reaccionar con susceptibilidad cuando el interlocutor ignora qué puede herir la susceptibilidad del otro).

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La primera fase de un trayecto, en principio hasta Colonia, que dada la sintonía creada, se ampliará hasta España y Portugal, se enreda y camufla entre discusiones abstractas, sobre temas que abarcan la relación con el conjunto social, la naturaleza del ser humano, si prima su condición cooperativa o la competitiva, si es el capitalismo el sistema que ha propulsado las inclinaciones más mezquinas del ser humano o es componente sustancial de su ADN, y, por supuesto, los enfoques y las perspectivas sobre las relaciones amorosas. Lo que decimos muchas veces no tiene que corresponder con lo que pensamos o sentimos, a veces incluso hasta ignoramos que son más bien corazas que interponemos. Esas divagaciones, en ocasiones expuestas de modo encendido, encubren de nuevo heridas íntimas no superadas, o dudas e inseguridades. A veces se dice lo que se prefiere que el otro piense. En otras, es un modo de tantear al otro. En otras, nos protegemos, porque preferimos no exponernos demasiado. Porque, realmente, ambos se sienten atraídos el uno por el otro. Esa conservación sirve, inicialmente, como toril además de intento de vislumbre del otro. Porque, progresivamente, la abstracción se verá complementada con la narración de las experiencias personales que ayudan a enfocar, o contextualizar en el territorio singular, las opiniones en el terreno abstracto. A veces lo que se enarbola quizás más bien camufle faltas o heridas íntimas.

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En la conclusión del viaje, uno de ellos expone que quizá deba aprender a mirarse dentro en vez de tender más bien a mirar afuera. Evoca aquella frase de la excelsa Una llama en mi corazón (1987), del desafortunadamente olvidado Alain Tanner: Tú comentas sobre las cosas. Estás fuera de ellas, no dentro (…) Estoy aquí donde nadie trata de juntar las piezas. Yo soy de una sola pieza. Tú vuelas alrededor del mundo, en grandes aviones. Yo estoy dentro, donde hay un calor abrasador, en el núcleo. El viaje exterior que realizan Jule y Jan es la carcasa de ese viaje interior, que es transformación y reconocimiento, de uno mismo y del otro, porque a medida que ambos asumen qué es lo que les lastra y quema, consolidarán, con vacilaciones, torpeza y esfuerzo, la sintonía generada entre ambos. Por eso, en la segunda parte del viaje, priman los fluidos montajes secuenciales de las acciones que realizan juntos (¿no es realmente el cómo te sientes y no el qué se siente lo que define la conexión amorosa?). En estos pasajes, cuando las emociones comienzan a debatirse con la posibilidad de despegar, ya priman sobre las palabras los cuerpos. Por eso, se revela como una película luminosamente catártica. Los nudos de las palabras se tornan abrazos.