“Terreno que resbala” es la traducción de la palabra alemana Flysch, el nombre que reciben los acantilados formados en la costa guipuzcoana por paredes de piedras calizas y pizarras que a fuerza de la erosión del mar ofrecen la posibilidad de andar, eso sí, con cuidado, y siempre pendiente de cuando sube la marea, por un paisaje que hace sentirse en las mismas entrañas de la corteza terrestre.

De la ermita de San Telmo de Zumaia, famosa a raíz de la película “Ocho apellidos vascos” (sí, es la ermita donde Dani Rovira deja plantada a Clara Lago ante el altar y sale corriendo) parte una ruta que discurre por unos 13 kilómetros de costa entre Zumaia y Deba. Se baja así a una de las playas donde Jon Nieve desembarca para visitar a la madre de los dragones, Daenerys, cuyo castillo se recreó en la cercana ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Es frecuente ver en la zona niños con sus padres buscando lapas en las rocas resbaladizas y lugareños a la caza de algún pulpo, si bien la aventura comienza realmente cuando la arena queda reducida prácticamente a una franja y se agradecen unas botas con buena suela de goma para andar sobre un suelo de piedras que la erosión a convertido en láminas de calizas y pizarras.

Entre el mar y la corteza

A un lado, el senderista tiene la inmensidad del mar Cantábrico y al otro unas paredes de hasta 150 metros de altura totalmente verticales que harían las delicias de cualquier geólogo, pues recuerdan a esas maquetas de cortes longitudinales con las que los profesores trataban de explicarnos las distintas capas de la corteza terrestre.

Uno se siente pequeño como integrante de este gran planeta que se llama Tierra, y la imaginación vuela al “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne en este paisaje. Una ruta cuyo acceso entraña cierta dificultad, lo que la mantiene alejada del turismo masivo y facilita aún más la identificación con la naturaleza.

Un impresionante paisaje para fotografiar… y caminar  

Es importante conocer previamente el horario de la pleamar y la bajamar, para calcular que no le pille la subida de la marea, que lleva el agua hasta la misma pared de los acantilados tragándose con ello las posibilidades de caminar -salvo que uno sea Dios, capaz de andar sobre las aguas-. La ruta no es circular, se puede comenzar en Zumaia y terminar en Deba (donde un tren pasa cada poco tiempo para volver a Zumaia) o al revés pero una vez iniciada no se vuelve para atrás. En función de la forma física se pueden tardar de 4 a 6 horas. Lo normal es echar toda una mañana, sobre todo porque en el camino habrá varias veces la tentación de pararse a disfrutar del paisaje y a fotografiarlo. Y hacia la mitad, termina la ruta por abajo y con ayuda de una cuerda colocada para la ocasión, se sube por la pared (aunque pueda parecer lo contrario, esta parte es mucho más fácil) para continuar por arriba, ahora con las vistas de los acantilados desde arriba.

La gastronomía vasca, una excelente recompensa tras finalizar la ruta

La experiencia merece la pena. La sensación de comunión con las entrañas de la Tierra muy placentera. Y el paisaje espectacular. Unas buenas botas que sujeten bien los tobillos y eviten resbalones -las piedras están repletas de musgo por la humedad además de los salientes picudos de sus formas-, una buena planificación para saber de antemano a qué hora sube la marea y una buena cámara para inmortalizarlo, junto a ropa cortavientos e impermeable, agua y algunos frutos secos o dulces para reponer fuerzas, es el kit básico de supervivencia. Tras el esfuerzo siempre es posible una buena recompensa disfrutando de la gastronomía vasca, ya sea en forma de pinchos o de un buen chuletón.