La vida está llena de momentos que nos marcan para siempre y que, en muchas ocasiones, definen quienes somos. Especialmente importantes son para nosotros en aquellos momentos en los que una persona importante para nosotros nos ha dicho una frase reconfortante o, todo lo contrario, algo que nos ha herido y nos va a marcar para siempre.

Y lo peor de todo es que muchas veces estas frases, la persona que nos las dijo --normalmente nuestra madre o padre-- nos las dijeron con la intencion de educarnos, pero consiguieron todo lo contrario: llenarnos de inseguridades. Si alguna de las expresiones que verás a continuación te resulta familiar, es posible que crecieras con padres que se esforzaron por cuidar de ti, pero que no aprendieron a expresar afecto de forma clara. Reconocer estas frases es el primer paso para cambiar su impacto y entender qué necesitabas oír realmente.

1. “Deja de llorar, no pasa nada”

Dicha con prisa o con cansancio, esta frase puede parecer una forma de calmar a un niño. Pero el mensaje que transmite es otro:

  • Tus emociones no importan.
  • Sentir algo “sin razón” está mal.

Con el tiempo, estas ideas llevan a minimizar lo que sentimos o a callarnos cuando necesitamos consuelo. Si alguna vez pensaste “estoy bien” mientras notabas un nudo en el pecho, quizás aprendiste a esconder tus emociones demasiado bien.

Deja de llorar

Cómo cambiarlo: En vez de negar lo que se siente, se puede empezar preguntando: “¿Qué necesito ahora?”. Validar lo emocional ayuda a que deje de vivirse como un problema.

2. “Porque lo digo yo”

Cuando los adultos no quieren o no saben explicar, esta frase pone punto final. Para un niño, el mensaje es claro: no hay espacio para entender, solo para obedecer.

Esto puede derivar en:

  • Miedo a hacer preguntas.
  • Dificultades para confiar en tu propio criterio.
  • Asociar el poder con silencio y control.
Porque lo digo yo

Una alternativa: Practica darte explicaciones. “Elijo esto porque se ajusta a mis valores” puede ser una forma de recuperar voz y autonomía.

3. “¿Por qué no eres como tu hermano/hermana?”

Comparar no motiva, hiere. Deja la sensación de que el cariño es limitado y que otro ya se llevó la mejor parte. Eso puede alimentar la rivalidad, el perfeccionismo y la idea de que hay que merecer el afecto.

Señales de que aún afecta:

  • Te cuesta aceptar elogios.
  • Te sientes menos si alguien más destaca.
  • Fracasar te parece inaceptable.
Por qué no eres como tus hermanos

Replantearlo: En vez de compararte, prueba a preguntarte: “¿Qué me gusta de mí?”. Reconocer pequeñas fortalezas repara poco a poco el daño.

4. “Si no te portas bien, te dejo aquí”

En lugares públicos, algunos adultos recurren a esta amenaza para imponer orden. Pero para un niño, la posibilidad de ser abandonado resulta aterradora.

Esto puede dejar huellas como:

  • Ansiedad cuando alguien tarda en contestar.
  • Miedo al rechazo.
  • Tendencia a cortar relaciones antes de que te dejen.
Si no te portas bien

Qué ayuda: Repetir frases como “las personas que me quieren, se quedan”. Pequeños gestos de confianza refuerzan la seguridad afectiva.

5. “Con eso no vas a ganarte la vida”

Muchas veces se dice con buena intención, por miedo a que un hijo sufra. Pero lo que transmite es que tus sueños no valen la pena. Se prioriza la seguridad sobre la autenticidad.

Sus consecuencias:

  • Inseguridad al tomar decisiones.
  • Sentir culpa por disfrutar de algo no “útil”.
  • Renunciar antes de intentar, por miedo al ridículo.
Con eso no te vas a ganar la vida

Cómo repararlo: Recuerda momentos donde tu curiosidad te llevó a algo positivo. A veces no se trata de ganar dinero, sino de no perder el entusiasmo.

6. “Los niños grandes no tienen miedo”

Esta frase convierte una emoción básica en algo de lo que avergonzarse. El mensaje: tener miedo es ser débil.

Como adulto, esto puede provocar:

  • Evitar retos.
  • Ocultar problemas de salud mental.
  • Reaccionar con ira en vez de con miedo.
Los niños grandes no tienen miedo

Otra manera de verlo: Sentir miedo es una señal del cuerpo, no una traición. Reconocerlo y seguir adelante es una forma de valentía.

7. “Yo lo sacrifico todo por ti”

Este tipo de frase convierte el amor en una deuda. Cada decisión independiente parece ser una falta de gratitud. La vida del hijo se vuelve una forma de compensar los esfuerzos del adulto.

Los efectos más comunes:

  • Exceso de responsabilidad.
  • Dificultad para priorizarse.
  • Sentir que no se puede fallar sin defraudar.
Yo lo sacrifico todo por ti

Un nuevo enfoque: Agradecer no implica obedecer. “Valoro lo que hiciste, y aún así voy a tomar mi camino” es una frase que honra sin rendirse.

8. “Eres demasiado sensible”

Decir esto es anular la forma natural que tiene alguien de sentir. Aprender que tus emociones están mal lleva a dudar de tus propios límites.

Después, puede reflejarse en:

  • Pedir perdón por poner límites.
  • Dudar de tus intuiciones.
  • Buscar parejas emocionalmente distantes.
Niño sensible

Transformarlo: La sensibilidad no es un defecto, es una señal. Te informa de lo que te importa. Escucharla en lugar de reprimirla puede ayudarte a cuidarte mejor.

¿Por qué se dicen estas frases?

Muchos padres no buscan hacer daño. Repiten lo que oyeron, responden desde el cansancio o no saben comunicar de otro modo. En contextos de guerra, pobreza o migración, mostrar sentimientos no era una prioridad: sobrevivir sí lo era.

Entender esto no justifica el dolor, pero ayuda a cambiar la perspectiva. Pasar de “no me quisieron” a “no supieron cómo” puede ser el comienzo para romper ese patrón.

Cómo sanar lo que no se dijo con amor

  • Dilo en voz alta. Poner fuera esas frases permite mirarlas con distancia.
  • Identifica la necesidad. ¿Qué esperabas recibir? ¿Cuidado, comprensión, libertad?
  • Cambia el guion. Sustituye la frase dañina por otra nueva:
  1. “Deja de llorar, no pasa nada” → “Está bien estar triste. Vamos a ver qué necesitas.”
  2. “Con eso no vas a vivir” → “Tus intereses son válidos. Vamos a ver cómo desarrollarlos.”
  • Rodéate de personas que sí saben expresar afecto. Las palabras sanadoras repetidas ayudan más que los monólogos internos.
  • Dáte lo que no tuviste. Si buscabas ternura, empieza con autocompasión. Si querías libertad, prueba algo nuevo sin juzgarte.

Si ahora eres madre o padre

Quizá lees esto con miedo a repetir los errores. Tener conciencia ya es una buena señal. Algunas ideas útiles:

  • Cambia el “porque lo digo yo” por una explicación breve.
  • Valida las emociones antes de buscar soluciones.
  • Evita comparar a tus hijos entre ellos.

Y si fallas, reconoce el error: “Te hablé mal antes, lo siento. ¿Podemos hablarlo?”. Pedir perdón también es una forma de amar.

Si estas frases marcaron tu infancia, no es que exageraras. Las palabras importan, sobre todo cuando se es pequeño y los adultos lo son todo.

La buena noticia es que ahora tú puedes cambiar el relato. Puedes escribir algo nuevo, con más comprensión y menos miedo. El amor no es una habilidad innata, es algo que se aprende. Y nunca es tarde para empezar.