Cuando me leí el libro de Montse Bradford “La alimentación y las emociones”, ni de lejos pensé que me iba a remover tanto como para cambiar mi forma de ver y entender lo que la alimentación esconde. Cada uno tiene sus manías con los libros, ¿no os parece? . Unos los huelen, otros los firman, otros los forran, etc. La mía son las dedicatorias. Sí.  Para mí son como la antesala de lo que me voy a encontrar, y lo primero que hago al abrir un libro es leerla. La dedicatoria de éste me dejó sin aliento.

“Dedico el libro a todos los que buscan la verdad en su interior. A los que siguen su camino sin detenerse, escuchando los mensajes de su corazón. A los que con agradecimiento dedican su vida a ser mejores, cultivando la paz y la armonía”.

Si esto es lo primero que lees, seguro que te gusta ¿verdad? .

El libro me ayudó a comprender el por qué de ciertos “apegos alimenticios”, por qué queremos comer algo tan concreto como chocolate, frutos secos o embutido. En definitiva, entender eso de: “es que el cuerpo me pide” (que levante la mano quien no haya dicho esa frase alguna vez en su vida).

Es verdad que el cuerpo “pide”. Pero ¿qué cuerpo? Porque no sólo somos un cuerpo físico, ese es el que vemos. En realidad somos mucho más que eso, somos el conjunto de un cuerpo físico, emocional y mental. Por eso, cuando el cuerpo pide, hay que aprender a diferenciar “qué cuerpo” lo hace: el físico (el estómago), el emocional (el corazón)o el mental (el cerebro).

Cuando tienes hambre es el cuerpo físico el que pide, y ése no te pide algo concreto. Lo que quiere comer y una ensalada le parecerá manjar de dioses. Necesita alimento físico y punto.

En cambio, cuando el cuerpo emocional ruge, eso no es hambre, es “apego alimenticio”, y sabemos que comiendo “eso” en concreto tendremos un efecto, una reacción que es lo que en realidad se busca. Desde recién nacidos, nos enseñan a conectar alimento y emoción, ¿qué se dice cuando un bebé llora?  -¡Este niño tiene hambre! Y como de pequeños no nos han enseñado a escuchar, a comunicarnos o a comprender a nuestro cuerpo emocional tenemos que hacerlo de mayores, que cuesta más porque ya tenemos una armadura emocional, pero se puede.

Y, por último tenemos al misterioso y fascinante cuerpo mental. Particularmente me lo imagino como un ordenador que nos ayuda a vivir y nos protege. Y a éste solo podemos alimentarle a través del pensamiento, el diálogo positivo y el agradecimiento.

El estado ideal sería que los tres trabajen en armonía para un mismo fin. Si cada uno desea cosas distintas, mi cabeza comida saludable, mi corazón el apego que calme su ansiedad y mi cuerpo lo que me echen, sólo conseguiremos que reine el caos y la confusión. Tenemos que trabajar para que sean un equipo, algo así como el “Dream Team”.

Este es un camino de vida que empieza cuando te sientes preparado para conectar con la persona tan fascinante que eres a todos los niveles. Es importante escuchar esa voz interior que durante mucho tiempo hemos callado a base de comida o de malos hábitos por falta de tiempo, de valor o de ilusión, pero que está ahí. No te rindas, a veces nos cansamos creyendo que nunca podremos llegar a nuestra meta, pero con paciencia, ansias por saber y autoconocimiento todo se puede.