Pocos escritores tan natural y radicalmente andaluces como Antonio Hernández, poeta de Arcos de la Frontera. Digo andaluz, con todo el peso de la palabra y su compromiso. Un compromiso literario, intelectual y político que Hernández asumió con todas sus consecuencias. Eran finales de los años sesenta, en una España que maquillaba su dictadura con sones de aperturismos, pero en la que la censura y la persecución política seguía ajustando cuentas, cuando un veinteañero Antonio Hernández, se veía cara a cara con la persecución por sus ideas progresistas.  Ya un sólido conocedor de la forma poética, comprometido y contestatario, lo que le llevó, en su vertiente tanto de poeta como de periodista a sufrir procesos de persecución por parte del Franquismo. El más sonado el abierto por un artículo aparecido en la revista Índice. En el citado artículo, parafraseando a Capote, de título “Yo alcohólico, Yo Drogadicto, Yo Homosexual”, se alineaba en la defensa de los marginados por la dictadura, que aplicaba de forma feroz contra ellos su “ley de vagos y maleantes”, lo que no sentó nada bien en los ámbitos del totalitarismo imperante en aquella España. Necesitó defenderse, perseguido por un proceso judicial que le persiguió durante años, con la ayuda de algunos, como el muy olvidado escritor Luis Berenguer. Hernández, vinculado en la clandestinidad desde el franquismo y la transición con el PCE, pero especialmente con el PSA y los Andalucistas, no se escondió nunca, y junto a su palabra literaria comprometió su libertad en favor de la democracia en nuestro país, lo que hizo que, incluso durante el intento de golpe de Estado del 23F, su nombre circulara en listas hechas por otros escritores nostálgicos de la dictadura, para ser detenidos en caso de triunfar la intentona.  

La poesía siempre fue su oficio, pero la palabra era en él un compromiso con su tiempo, lo que da una dimensión mucho más completa del compromiso como intelectual del ciudadano y escritor Antonio Hernández. Ha fallecido hace unos días en su amado Cádiz, donde vio la luz por primera vez, rodeado de los suyos, su compañera, la profesora  Mariluz Hidalgo, y sus hijos Violeta y Miguel.  Casi cuando se cumplen sesenta años de la concesión del premio Adonáis al entonces joven poeta de Arcos Antonio Hernández. El libro tenía por nombre “El Mar es una tarde con Campanas”, y el jurado, que entonces comprendía lo más granado de las letras españolas del medio siglo XX, compuesto por Luis Rosales, Vicente Aleixandre, José Luis Cano y Gerardo Diego, entre otros, de los que pronto fue cómplice y amigo, quedó impresionado con este golpe de mar y de sur que les llegaba contestatario y verdadero en forma de poemas. Pertenecía el escritor andaluz a esa hornada de la denominada “Generación del 60 o del Lenguaje”, como Diego Jesús Jiménez, Félix Grande, o Manolo Ríos Ruiz, entre otros deudos y fieles de muchos autores y postulados de la Generación del 50, y cuya renovación estética fue el germen, fundamental en realidad, de los poetas posteriores o “Novísimos”.

Premio Nacional de Literatura de Poesía, más tarde, por Nueva York después de Muerto, tras haber recibido ese mismo año. 2014,  el Nacional de la Crítica de Poesía, avalaron la importancia y trascendencia de su obra y figura en todas estas décadas, y la relevancia de este libro trufado de conversacionalismo más propio de la narrativa y del teatro, en una difícil y lograda hibridación de género, lo que supuso un paso adelante, una creación propia de literatura. Un auténtico hito de la poesía española contemporánea y de la literatura.  Podría hablarse así de la “Narrasía”, permítaseme el neologismo, de Antonio Hernández, pues no utilizaré el término lorquiano de “Prosía”, acuñado con cierto desdén por el granadino y uno de sus maestros, el Nobel, Juan Ramón Jiménez, para referirse a la obra del  profesor Pedro Salinas. El poemario Nueva York después de Muerto nació del difícil compromiso del poeta con su amigo y maestro Luis Rosales, como explica en la justificación de la obra, lo que introduce otro elemento narrativo en este poemario, de carácter biográfico: “mi maestro, me dijo un día, antes de dejarlo escrito, que quería terminar su obra con un trilogía titulada Nueva York después de muerto; que en ese texto quería hablar del exilio, del problema de la gran ciudad, de la lucha de clases y de razas así como de otros conflictos que agobian al hombre. Y que lo que representaba para él Nueva York era, grosso modo, la mecanización, el automatismo de la vida, la desigualdad entre distintas razas, el imparable avance del mestizaje…y, obviamente, Federico.” La muerte impidió a Rosales el cumplimiento de esta obra pero comprometió a su discípulo entonces, Antonio Hernández, la realización de la misma, con confidencias e información que se ven reflejados ahora en este libro.  Obra insertada en eso que Octavio Paz o Ernesto Cardenal llamaron “la poesía total”, que suponía la asunción en lo poético de los recursos y técnicas de otros géneros como la narrativa, el teatro o el cine. Poesía que, sin perder la cadencia musical de la rima, aportase nuevas fuerzas y técnicas de géneros ajenos.  Hernández  fue incluso un poco más lejos, incorporando recursos propios del periodismo, con la aportación de datos, fechas, noticias…Dividido en tres partes, de forma aristotélica, pero sobre todo como homenaje a esta trilogía comprometida por Rosales, el poemario como la santísima Trinidad es trígono y uno; a saber: en él están entre otras las voces de Luis Rosales, de Lorca y de Nueva York, con su silbo de sirena simbólica, pero quien las unifica en su misterio, es la narración, permítanme de nuevo la libertad, voz reconocible y única en nuestra poesía de hoy, de Antonio Hernández. Un incontestable maestro incardinado en esa larga y secular escuela lírica andaluza, no siempre bien entendida y estudiada, pero donde se han escrito algunas de las obras más importantes de la Historia de la Literatura Universal a la que, estremecedora y emocionante, hay que añadirle este bien premiado libro: Nueva York después de Muerto.

Esta incardinación en el Sur, de forma Universal y desacomplejada, está patente también en su producción propiamente narrativa. El Betis, la marcha verde 1978, Goleada 1988, Nana para dormir francesas 1988, Raigosa ha muerto ¡viva el rey! 1988, Volverá a reír la primavera 1989, El nombre de las cosas 1993, Sangre fría 1994, La leyenda de Géminis 1994, Vestida de novia 2004, El submarino amarillo 2008, Gol sur 2008, están preñados de Andalucía o, para ser más exactos, están en clave de Sur. No en vano, Hernández fue incluido entre la nómina de autores más jóvenes de un “boom literario andaluz”, discutido y frustrado en algunos casos por los mismos editores que intentaron convertirlo en marca de éxito, denominado por las editoriales “El boom de los Narraluces”, y  en otros por la celopatía de las llamadas autonomías históricas y sus lingüistas, editores y críticos, siempre temerosos de que su supremacía económica, una forma de colonialismo soterrado, se viese en quiebra ante la pujanza histórica y cultural de la tradición andaluza.  Esta tesis y este concepto, sostenido por estudiosos como Juan de Dios Ruiz Copete con esta terminología y con la de “novela Surespañola”, suscitaron y aún suscitan debates y posibilidades todavía vigentes y reales. Lo cierto es que, en el caso de Antonio Hernández, sus características y peculiaridades cobran peso y singularidades específicas.

Contrario a la terminología de “Narraluz”, pero si a favor de la tesis de una escuela literaria, también en lo narrativo, andaluza, el crítico sevillano Leopoldo Azancot, escribió en el diario Pueblo, allá por los 60, una interesante disertación al respecto. Lo andaluz en Hernández no fue nunca folklórico ni anecdótico, fue esencial. Su pertenencia originaria, cultural, intelectual, pero también cívica, fue lo que le llevó a participar y ser parte fundamental de la reivindicación del “café para todos”, y en la consideración durante la Transición de Andalucía y de otras comunidades como Murcia o la Mancha como regiones autónomas de pleno derecho; fue parte de su compromiso y legado cívico.

En lo personal, he de decir que, entre los muchos referentes y maestros, familia más que amigos, que he ido perdiendo a lo largo de los últimos años, pocos tan dolorosos como Antonio Hernández. Pocos con quienes me haya identificado tanto, de hecho, él me dedica un poema en uno de sus libros en ese sentido, como una especie no ya de hermano mayor, sino de alter ego. También a él le achacaron ser combativo, desafiante, contestatario, pero es que lo parieron “con hambre y sed de justicia”. Gracias a él, y a personas como él, que no se arrugaron ni acobardaron ante el poder ni los poderosos, como algunos de los que hoy y entonces se dicen sus amigos, se conquistaron derechos, justicia y libertades. Yo reivindico hoy, Yo, Antonio Hernández, no sólo tu obra, maestro, hermano, amigo, sino también tu aportación a todo eso que hoy disfrutamos, aunque las conquistas no sean para siempre, aunque los cobardes sigan sonriendo al poder y sus detentadores, haciéndoles el juego por acción u omisión,  aunque haya que defender lo justo cada día.  

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