El pasado nos recibe en sus cuevas más oscuras desde el 24 de febrero, la fecha fatídica de la invasión de Ucrania por las tropas de Putin y en la que empezamos a retroceder a velocidad hipersónica. La autarquía podría volver y con ella el tiempo de los sucedáneos: achicoria en vez de café, aceite de pizarra bituminosa como lubricante y otros muchos que los más viejos recordarán de los tiempos de la escasez y el estraperlo.

Resulta paradójico que en el año en el que se cierra la conmemoración del quinto centenario de la primera vuelta al mundo (2019-2022), que se considera la primera globalización del planeta iniciada y culminada en Sevilla, estemos saboteando los esfuerzos globalizadores de las últimas décadas y diciendo adiós a la Agenda 2030, los ODS y enterrando el bello lema “Haz el amor, no la guerra.”

Los nostálgicos de lo más negro y sangriento de la historia están de enhorabuena: vuelven la carrera armamentista, el militarismo, las hazañas bélicas, las distopías y no hay sitio para la utopía, el desarme, la no violencia y la paz. El enfado y el miedo le han ganado la partida al optimismo y la ilusión.

Si la pandemia nos afectó, en todos los terrenos, esta maldita guerra nos va a dejar tocados y hundidos, como en el juego escolar de los barcos. Sí, la vida se hace más difícil y la crisis se agrava porque hay gente con muy poca vergüenza. No podemos olvidarlo cuando vemos a diario como se especula sin recato, no se escarmienta con nada y se comercia con el desamparo.

Como dice el cantautor venezolano Yordano en su canción Por estas calles, “conciencia mejor te escondes con la paciencia”, hasta que amaine este temporal de terror y locura que se puede llevar por delante hasta el último rincón del planeta.

Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela, Bertrand Russell, Elisabeth Freeman, Emma Goldman y tantas otras y otros activistas por la paz deben estar llorando allá donde estén al ver como destrozamos su legado.

Réquiem por la libertad imaginada, la obra para orquesta de Cristóbal Halffter, inspirada en el encarcelamiento del primer objetor de conciencia al servicio militar en España, el andaluz Pepe Beúnza, es una buena recomendación para el momento que vivimos.