Mientras se cuelan en las instituciones discursos que, en muchos casos, legitiman la violencia, el movimiento feminista declara la emergencia ante la enorme crueldad que sufren las mujeres en nuestro país. Desde que el 6 de agosto la Plataforma Feminista de Alicante dio la voz de alarma hasta hoy, más de 270 localidades de España se tiñen de violeta contra el machismo. Advierte el movimiento feminista que estamos en un estado de emergencia, ante las terroríficas cifras de asesinatos y violaciones que nos llegan cada día. 

Asistimos con perplejidad en cada asesinato machista a minutos de silencio, condenas institucionales y concentraciones de repulsa. Hemos institucionalizado ya la barbarie, en una mecánica burocrática que no genera más acciones que la mera condena. No sacamos, en su día, la violencia machista de lo privado, de la intimidad de la pareja, del "calla y aguanta", para esto. Y sí, es importante concentrarnos, pero no sirve de nada tanta condena si desde la política no se ponen en marcha verdaderas acciones para solucionar la enorme desigualdad y discriminación, estructural, que sufren las mujeres. Menos fotos y más políticas. Menos condena, lágrimas y pancartas y más acciones desde los gobiernos.

Dicen los machistas que están en contra de todas las violencias, buscando un lugar común tan anodino y tibio como peligroso en su discurso. Cualquier persona sensata estaría en contra de cualquier clase de violencia y cualquier ser medianamente inteligente sabría que ninguna forma de violencia tiene los mismos orígenes, las mismas causas ni las mismas consecuencias. Que no es lo mismo la violencia machista que la xenófoba, aunque ambas formas de violencia sean rechazables y condenables. No es lo mismo una forma de violencia estructural, institucionalizada e incluso promovida de forma interesada que afecta a la mitad de la población del mundo por razón de su sexo, que una forma de violencia que afecta a una minoría, que hay que atacar y erradicar pero que necesita otras recetas y soluciones. 

No sirve de nada tanta condena si desde la política no se ponen en marcha verdaderas acciones para solucionar la enorme desigualdad y discriminación, estructural, que sufren las mujeres

Si nuestra responsabilidad como demócratas es combatir todas las formas de violencia, también debe serlo denunciar a quienes pretenden hacer un cajón de sastre para, una vez igualadas y uniformadas, no atajar ni erradicar ninguna. Es decir, para anularlas. 

La verdadera ideología de género es la que practican quienes pretenden imponer un mundo donde la desigualdad sea una realidad constatable y se mantenga un sistema de privilegios para unos cuantos, en detrimento de los derechos del resto, en este caso de las mujeres. La ideología de género es esa que hace que mujeres y niñas se eduquen en la discriminación, en el miedo a la violencia y en la subyugación.

Y cuando desde la política se promueve esto, de forma descarada, desde la Democracia tenemos que exigir que se aísle a quienes quieren imponer la injusticia social como norma. Son todas las violencias rechazables, sí, pero no son todas las vidas las que están juego. Son las vidas de las mujeres las que toca defender, y son sus privilegios los que, en realidad, con la máxima "estamos contra todas las formas de violencia", protegen.