Miquel Buch, titular del departamento de Interior de la Generalitat, sigue en capilla, a la espera de que Quim Torra reúna los apoyos mínimos para cesarle o que nuevos sondeos confirmen la posibilidad de un sorpasso electoral de la CUP a JxCat, hipótesis que dejaría muy mal parado al partido del presidente de la Generalitat. La cabeza de Buch aplacaría a los votantes indignados con el papel institucional de los Mossos y tal vez también, su caída pudiere frenar el ascenso de los antisistema, convertidos por la épica independentista en los defensores del régimen de la desobediencia que preside Torra. 

Jaume Alonso-Cuevillas, abogado de Puigdemont, diputado e integrante del grupo de independientes de JxCat, ha confirmado lo que todo el país sospechaba: Torra está solo, desamparado por los militantes de su partido, el PDeCat, ignorado por ERC y ninguneado por Pedro Sánchez. Tal soledad tiene en estos instantes una consecuencia relevante: no consigue la dimisión de Buch (militante de la vieja Convergència e incluso candidato a dirigir el actual PDeCat, en algún momento) ni se atreve a cesarlo tal como le piden a diario la CUP, algunos de los diputados de la mayoría parlamentaria y buena parte de la opinión pública alineada con el soberanismo. 

El rumor había fijado la reunión de este martes del Consell Executiu como el momentum del cese del conseller más vejado por los activistas que participan en los enfrentamientos cotidianos con la policía autonómica. Sin embargo, nada sucedió, salvo el anuncio de una gran auditoría sobre el comportamiento de los Mossos durante la violencia callejera de estas semanas, que muy probablemente va a culminar en una comisión de investigación anunciada por Torra y aplaudida por la CUP

El conseller ha repetido que no piensa dimitir. El cese puede llegar cuando el presidente se atreva a tomar una iniciativa compleja que bien podría concederle el aplauso de los radicales pero que dejaría a los Mossos a los pies de los caballos y comprometería la colaboración alcanzada con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, abriendo las puertas a algún tipo de medida extraordinaria por parte del Gobierno Sánchez.

La violencia de los actos de protesta realizados al margen de las grandes manifestaciones independentistas (y constitucionalistas) es motivo de desorientación en el universo soberanista. Conviven quienes rechazan abiertamente dicha violencia con quienes contemporizan la actitud de sus jóvenes, apelando a la enorme decepción acumulada por el fracaso de la revolución de las sonrisas. Hay un tercer grupo, el de quienes interpretan que los disturbios causados por la vanguardia de los CDR, aun incorporando actos de violencia innegable, aportan al movimiento independentista una visibilidad internacional que puede beneficiarles. 

La presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, se ha erigido en portavoz de esta tercera vía defensora de la violencia instrumental para llamar la atención del mundo. Dado que el mundo es como es, dijo en TV3, los altercados y disturbios entre manifestantes y policía “hacen visible el conflicto” en los medios de comunicación, porque al final “el principal responsable de la violencia es el Estado”. Paluzie forma parte del sector más excitado del independentismo, partidaria del boicot a las empresas no soberanistas defiende el “consumo independentista” y en la primera manifestación de ANC-Òmnium contra la sentencia del TS llamó al gobierno de la Generalitat y a los participantes a estar prestos para defender la república catalana pues la independencia “ya es legítima”, tras la condena de los dirigentes del Procés.

 

Entretanto no llega la república y esperando a descubrir el efecto real del impacto de la violencia en los medios, la confrontación se traslada a los campus universitarios entre los partidarios de la huelga general hasta que suceda no se sabe qué (siempre que los profesores les den facilidades para poder participar en la campaña de protestas contra la sentencia y luego aprobar el curso) y quienes reivindican el derecho a que las facultades permanezcan abiertas para seguir las clases. En el primer día de huelga, se pudieron contabilizar los primeros choques entre estudiantes de uno y otro bando.