Albert Rivera se ha lanzado sin paracaídas al vacío de sus propias palabras. Usó la tribuna, en el debate de investidura, para volver –una vez más- a insultar la causa de la lucha por la dignidad. Dijo alto y claro que para "manifestarse en el Orgullo hay que pedir permiso al Partido Socialista", lo que es una nueva provocación innecesaria a un movimiento transversal por los derechos humanos que no pertenece a nadie. Lleva con esta ofensiva contra el colectivo LGTBI varias semanas, creyéndose que su visión viciada de la movilización LGTBI es la verdadera. 

Dice Albert que los que increpan a los naranjas en las manifestaciones del Orgullo son "fascistas". Incide en que su partido tiene derecho a la manifestación. También añade que tienen derecho a asistir pese a no ser invitados por las organizaciones convocantes, provistos de una pancarta. 

Pero no es cierto exactamente esto que dice Rivera. Toda persona tiene derecho a manifestarse, sí, pero lo que no se constituye como derecho en ningún caso es portar una pancarta en una manifestación. Para eso hay que recabar el permiso de la organización que convoca la manifestación. Si uno no está de acuerdo con lo que la convocatoria exige tiene dos opciones: no acudir o convocar una manifestación propia con tus reglas de orden.

 Destaca la excesiva virulencia de Ciudadanos contra el Orgullo como protesta, como símbolo de la resistencia. Insiste en que no son manifestaciones políticas (¡qué barbaridad!) y que son una especie de fiestas de la alegría, cabalgatas de Reyes Magos y desfiles multicolor. Su forma de tratar al colectivo LGTBI, desde su partido en su publicidad y redes sociales nos infantiliza, dando una imagen naíf y vacía de contenido social. Es una estrategia por la despolitización del Orgullo para apropiárselo; porque, para los de Ciudadanos, todo lo LGTBI es amor y felicidad; no es derecho a ser, respeto, no discriminación y erradicación del discurso de odio que nos somete y agrede. 

Por eso, porque no reconoce la lucha, pacta con los extremistas que nos quieren encadenados a los armarios. Y es que para el partido naranja somos ciudadanos de segunda, lo nuestro es folklore y diversión. No hay nada de político ni de reivindicativo en una fiesta. Nos etiqueta, a nosotras, las personas LGTBI que sufrimos toda clase de violencia, como fascistas, mientras pacta con los fascistas. Y ante esta posición política radical, solo cabe protestar. Así hicieron los y las manifestantes.

Tenemos un reto como movimiento social: la existencia de una nueva derecha capaz de pactar con quienes quieren arrancarnos los derechos y su empeño en decir que están de nuestra parte. Su verdadero talante quedó al descubierto cuando tras pedirles que no acudieran a los Orgullos, impusieron su presencia. Es el troleo de la nueva derecha, vender que apoyan al colectivo para tensionarlo y romperlo desde dentro. Una cosa es la imagen, y otra las políticas. 

En 2006 Rivera cuestionó el derecho a la igualdad de acceso de las personas LGTBI al matrimonio. Dijo textualmente: "llamar matrimonio a una unión homosexual genera tensiones innecesarias y perfectamente evitables en la sociedad, sin aportar ninguna mejora a las parejas homosexuales ni a la calidad de su ciudadanía". Entonces el Partido Popular acaba de interponer un recurso contra la reforma del código civil que permitió que nos pudiéramos casar en igualdad de condiciones. Todavía hoy pagan las consecuencias por ello.  

La verdadera naturaleza de Rivera quedó nuevamente al descubierto este año demandando a los activistas LGTBI que se opusieron, pacíficamente, a su presencia en el Orgullo ante la Fiscalía. Esto quedará grabado en nuestra memoria colectiva como quedó grabada la posición del Partido Popular frente al matrimonio igualitario. Son igualmente afrentas una lucha por la dignidad desde el pacifismo que nos confronta a una derecha reaccionaria capaz de todo por lograr la foto y el titular

Decir y ser son dos cosas distintas. Por eso, Rivera y su partido no son aliados de la causa LGTBI. Aunque lo repitan. Pretenden instrumentalizarla, despojarla de su contenido político, convertirla en un teatro para sus intereses partidistas. Uno de sus mayores intereses es el alquiler de vientres, un negocio que vulnera derechos fundamentales de mujeres y niños. Y que, aunque no sea particularmente una demanda del colectivo LGTBI, han decidido venderla como tal, por pura imagen publicitaria.

A pesar de que en Ciudadanos imponen su presencia en nuestros actos, despolitizan nuestras reivindicaciones, nos insultan llamándonos "fascistas", nos vinculan a intereses partidistas, nos denuncian ante la Fiscalía y nos humillan con sus constantes intervenciones públicas, el movimiento LGTBI ha sobrevivido a lo peor de nuestra historia y sociedad, sobrevivirá a Rivera y su nueva derecha. A pesar de las ideologías lo que nos une a todas las personas LGTBI es más poderoso que pagar una cuota de afiliación a un partido: nuestro sufrimiento es la causa que nos moviliza. 

Y ningún heterosexual, llámese Albert Rivera, Inés Arrimadas, Patricia Reyes o quien sea nos van a decir a nosotras, las maricas, las bolleras, las trans y las travestis, como tenemos que celebrar nuestros derechos o reivindicar nuestras políticas