Si Juan Luis Cebrián fuera la cabra y la derecha fuera el monte, podría decirse que la cabra tira al monte. El problema es que, hasta no hace mucho, Cebrián no era la cabra conservadora que astutamente habría sabido ocultar al mundo sus querencias ideológicas; en el pasado, cuando dirigió la etapa más fructífera e influyente del diario El País, no era cabra de derechas sino potro de izquierdas.

La metamorfosis de una especie en otra ha ido produciéndose lentamente a lo largo de los años. Aunque la curva de su viraje a estribor tuvo visibles picos de aceleración durante la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, no fue hasta la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa que Cebrián metió el turbo para adentrarse definitivamente y sentar sus opulentos reales en territorio comanche.

Su artículo de este lunes 14 en el periódico que tan brillantemente dirigió en el pasado como paladín del centro izquierda no es el de alguien que, compartiendo los valores progresistas del actual Gobierno, se sienta dolido porque el Ejecutivo con el que comparte tales valores los está traicionando o desviándose de ellos. No, el artículo ‘Los delitos y las penas’ está escrito desde la salvaje vertiente occidental de los Apalaches, no desde la civilizada Costa Este en la que durante tanto tiempo residió su autor, contribuyendo con sus armas y sus letras a forjar los valores de igualdad y progreso que la identifican y que nuestro hombre parece haber abandonado irremisiblemente.

Lo que sitúa a esta cabra en ese monte no son tanto los argumentos en sí contra la derogación o reforma del delito de sedición como un tonillo deslenguado y camorrista al que, además, hay que sumar párrafos tan sorprendentes como uno en que parece culpabilizar a este Gobierno de que “el fundamental órgano de control del Ejecutivo sea en realidad controlado por los gobiernos de turno” o este otro en el que, atentos, asegura: “En cuanto a la afirmación de que Cataluña está hoy mejor que en 2017, sugerida por Sánchez para defender su política, no es sostenible”. Tan contumaz negacionismo de Cebrián podría, en el mejor de los casos, ser igualado desde la calle Génova, pero difícilmente podría ser superado.

¿Por qué ha cambiado tanto el periodista al que tanto admiramos en nuestra juventud? ¿Por qué, si nos preguntan qué opinamos de Juan Luis Cebrián, no nos queda más remedio que repreguntar: ¿de cuál de ellos? ¿Por qué ese sesgo bilioso de sus artículos sobre el Gobierno? ¿De dónde proviene tanto resentimiento, tanta animadversión contra un presidente que, si nos atenemos a que ha hecho y no a lo que ha dicho, está impulsando políticas nítidamente socialdemócratas o contribuyendo decisivamente a sofocar el pavoroso incendio que arrasaba Cataluña en 2017? ¿Qué te ha pasado, Juan Luis Cebrián? ¿Te has vuelto loco como las cabras? ¿Cuándo estuviste verdaderamente cuerdo, cuando dirigías El País o cuando sonrojas a sus lectores con los artículos que ahora escribes en él?