Lo que sigue sé que no va a gustar a mucha gente. Hablo de estos últimos sanfermines, pero lo que digo no solo se refiere a las fiestas de Pamplona, sino a miles de fiestas populares de pueblos y ciudades de toda España (y quizá de otros países, no sé). Seguro que no a todas, pero seguro que sí a muchas.

Muchas de las fotos que se publicaron del chupinazo el pasado 7 de julio me resultaron repugnantes: una multitud borracha, empujándose, chillando, regándose en alcohol, sobando a las chicas subidas a los hombros de un alguien y arrancándoles la ropa. Sucia la multitud y muy sucio todo. Pero no es nuevo. Llevo varios años viendo la misma mierda y oyendo los mismos comentarios: a ellas les gusta, que no provoquen, lo hacen para salir en las fotos, etc. Como si lo repugnante no fuese la actitud de los abusadores; como si las actitudes de algunas justificaran las babas de tantos; como si esas babas no nos salpicaran a todos los demás, a ellas y a nosotros. Todo con la excusa del falso y estúpido argumento de la tradición.

Se acaban las fiestas de san Fermín y la gente canta a coro en la Plaza Consistorial el pobre de mí, pero todos deberíamos entonar un pobres de nosotros cada vez que empieza la temporada de fiestas en los pueblos y las ciudades porque parece que en España fiesta por todo lo alto es sinónimo de borrachera permanente y suciedad permanente, de maltrato animal y suciedad animal, de aglomeraciones machistas y abusos de género.

La crueldad no es justificable, por muy tradicional que sea en mi pueblo: que mis antepasados hayan hecho salvajadas durante siglos no me da licencia a mí para hacerlas, ni aunque sean las fiestas, ni por muy fiestas que sean. Y no digamos si las vejadas son personas. Esas tradiciones dan cuenta de la incultura de nuestro país, de la paletería ancestral, de nuestra mala educación.

Hemingway, que desde luego no es un ejemplo de igualdad de género, ensalzó y universalizó estas fiestas que sin duda son buen material para hacer buena literatura, pero no para hacer una buena cultura.

Jesús Pichel es filósofo y autor del blog Una cuerda tendida