El sábado pasado se celebró el Día del Periodista en algunos lugares del mundo. El homenaje a los periodistas en el mundo tiene días diferentes según los acontecimientos relevantes en ese ámbito en cada país o lugar concreto. En España, país nuestro absorbido por hábitos sociales e imposiciones asociados al nacional catolicismo, el día del periodista se celebra el 24 de enero, porque es el día de su patrón. España, país de patrones. El 11 de julio es el Día del periodista y del Comunicador en Chile por un motivo mucho más racional y sensato; el 11 de julio de 1956 se promulgó en el país hermano la Ley 12.045 que estipuló la creación del Colegio de Periodistas chileno y sus cometidos: la supervigilancia, el perfeccionamiento y la protección de la profesión periodística.

Siguiendo la estela de este país maravilloso, cuya historia reciente es bien parecida a la nuestra, me parece muy oportuno homenajear en estas fechas también en España a esta profesión tan necesaria y tan importante que ya en el siglo XIX Thomas Macaulay catalogó como el cuarto poder. Y es que, para bien y para mal, el periodismo es poder, porque la información es poder; de tal manera que muchos políticos y ámbitos de poder buscan con voracidad el control de los medios de comunicación para convertirlos en herramientas de sus intereses y bloquear la información que les perjudica o les delata.

En 2011 el profesor Díaz Nosty publicaba su Libro negro del periodismo en España en el que profundizaba en las estrechas relaciones en España entre política y medios de comunicación; y afirmaba de manera rotunda que estas relaciones estrechas entre los periodistas y los políticos son la principal enfermedad del periodismo español. Argumenta como imprescindible “blindar la información como un elemento de la democracia” que no debe ensuciarse de intereses partidistas porque el derecho a la información veraz es un derecho ciudadano que recoge el artículo 20 de la Constitución española. Es decir, la información objetiva y veraz está ligada a los derechos ciudadanos y a las libertades públicas.

En 2011 ya había empezado la que llamaron crisis económica, ya se había puesto en marcha la maquinaria neoliberal que perseguía desgastar los derechos y los valores democráticos para acuñar un sistema nuevo que, a través de la degradación y el saqueo de lo público, buscaba el beneficio económico de los sectores privados. Era entonces el inicio de ese saqueo y entonces Díaz Nosty probablemente desconocía las altísimas cotas de interferencia a las que llegarían años después los políticos neoliberales en los medios de comunicación. 

En general, la derecha manipuló los medios de comunicación a su alcance y generó una red de periodistas y colaboradores cuya misión ha sido durante las últimas décadas ensalzar a la derecha, tapar sus corrupciones y sus embestidas contra los derechos de las personas, y desprestigiar con infamias y bulos a las fuerzas progresistas a cualquier precio, es decir, vender mentiras como verdades y manipular a la opinión pública; todo lo contrario a la deontología de la profesión periodística. No son periodistas, son carroñeros, tengan o no tengan el título.

 A todos nos vienen a la mente diversos nombres de tertulianos que llevan años berreando en las tertulias televisivas, nadie, al menos yo, entiende cómo y en base a qué, y cuya consigna es acosar y desprestigiar a los oponentes ideológicos sin ningún tipo de escrúpulo ni de límite. Y a todos nos vienen a la mente algunos programas televisivos de alta audiencia, algunos matutinos, perfectos para señoras desocupadas u ocupadas en sus labores, y otros vespertinos, con estrellas de la televisión que a todas luces en lugar de entretener e informar se dedican a desinformar y a difundir bulos y propaganda, de manera más o menos sutil, al servicio de los intereses, ya no sólo de la derecha, sino también, lo cual es muy grave, de la ultraderecha más radical. 

Llama mucho la atención que sea posible difundir infamias, mentiras, falsedades, bulos y verdaderos disparates de manera gratuita e impune y que, a la vez, haya temas vetados, haya acuerdos tácitos según los cuales de determinados temas no se puede hablar. Realmente la libertad de expresión sigue siendo una utopía a alcanzar.

El sentido último del periodismo, además de informar de manera veraz, es controlar al poder, y no servirle, y es trabajar por el bien de todos, no por los intereses privados de unos pocos.

Tras décadas de desinformación concertada y planificada, de tertulianos canallas vertiendo sus bulos y falsedades a cambio de dinero o cualquier otro privilegio, de verdadero terrorismo informativo aliado a los corruptos y a los políticos dedicados a imponer el neoliberalismo y saquear el país, afortunadamente nos quedan  profesionales de la comunicación íntegros y decentes.

Nombres, entre otros muchos, como Jesús Maraña, Ignacio Escolar, Antón Losada, Iñaqui Gabilondo, Elisa Beni, Cristina Fallarás, Cintora, Angélica Rubio, Fernando Berlín y, por supuesto, Jose María Calleja, que nos acaba de dejar, Wyoming y Enric Sopena llenan de dignidad la comunicación y el periodismo español. En medio de la horda de feroces manipuladores a sueldo aliados a la derecha y adláteres, se han mantenido y se mantienen firmes ante tanto embiste, comprometidos con la verdad, con lo común, con los ciudadanos, con el país, con el progreso de la sociedad española.

Mi reconocimiento, mi gratitud y mi afecto.